La
proliferación de tatuajes es un hecho, no sé si una moda perdurable en el
tiempo, que se ha impuesto y de qué manera, sobre todo, no de manera exclusiva,
en personas más o menos jóvenes. Grabados de muy distintos tamaños, motivos y
colores, que cada cual elige a su particular modo y manera. Algunos con motivos
“legibles” y agradables a la vista y otros sin embargo más difíciles o
imposibles de interpretar, cual arte abstracto epidérmico. Todo ello
respondiendo a un nuevo concepto de belleza corporal aprovechando la piel como
una exposición pictórica de gustos y deseos.
El
interés por la belleza física, masiva asistencia a gimnasios, no solo para
mantener la forma o mejorar dolencias, sino para aparecer con un físico más
atractivo, se ha convertido en algo común. Anuncios que incitan a eliminar esas
máculas corpóreas que nos avergüenzan porque nos alejan de la perfección
estética que tanto importa hoy. Cremas anti-edad, antiarrugas…anti lo que cada cual
es. Todo ello por lograr, o al menos intentar, la perfección en el aspecto
físico. Tatuajes y otras formas de belleza exterior.
Lo
importante de todo esto, de esta moda, de esta manera de entender la vida, no
reside en la disyuntiva de optar por una estética normal o artificial, sino en
el hecho de detenerse ahí. Reducir a la belleza exterior el éxito, la
aceptación personal y social, las posibilidades profesionales; considerarla
como la panacea de la existencia a base de privaciones y talonario, ignorando
que la belleza más duradera y trascendente es aquella que tiene su origen en el
pensamiento, en las ideas y en el comportamiento.
Que
lo verdaderamente preocupante sería acabar identificando lo normal, aquello que
somos por naturaleza, con la imperfección en aras de un ideal estético que a la
postre siempre tendrá fecha de caducidad.
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Viernes, 9 de Mayo del 2025
Viernes, 9 de Mayo del 2025