Cuevas

La segunda visita a la cueva de Asunción Casero y Vicente Carretero

Carlos Moreno | Jueves, 9 de Marzo del 2023
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Por segunda vez, La Voz de Tomelloso ha visitado la cueva de Asunción Casero y Vicente Carretero en la calle Alfonso XII. Estuvimos por primera vez, en septiembre de 2019, y posteriormente el propietario nos animó a realizar una segunda visita después de algunas labores de limpieza, pintura y nueva iluminación. El primer propietario, Benito Casero, puede sentirse orgulloso de cómo tienen la cueva sus descendientes. Sencillamente, impecable. Huele a limpio y a pintura por toda la estancia y se han colgado varios cuadros de pintura de un familiar.

La cueva que enseña su primera singularidad justo en la entrada:  se han sustituido muros por una forja blanca que permite la entrada de borbotones de luz por la escalera. Ésta empieza en curva pero se endereza cuatro o cinco peldaños después para tomar una forma recta. A mitad de camino, encontramos una entrada que lleva a un jaraíz de importantes dimensiones y cuidadosamente conservado. 

Magníficos platos de cerámica cuelgan de sus paredes blanquísimas. Los peldaños están pintados en gris, lo mismo que la parte superior de sus  once tinajas de cemento que tienen grifetes, un elemento que luego iría desapareciendo en cuevas que se  construyeron después. Las tinajas son de cuatrocientas y quinientas arrobas, signo inequívoco de que la cueva tuvo varias fases constructivas. Muchas todavía conservan una etiqueta de compra de vino por el Senpa, el Servicio Nacional de Productos Agrarios.  La cueva albergó antes tinajas de barro, lo que se confirma por la forma circular de una de las cuatro lumbreras, con el relleno de piedra que se la hacía después. Las otras tres lumbreras tienen un desgarre trapezoidal perfectamente trazado.

Por recomendación del albañil que hizo la obra de la casa, la cueva fue reforzada con un pilar que pega a la baranda del empotrado, ubicado en un lugar que no altera la bella fisonomía de la cueva. En medio encontramos una báscula de madera y al fondo está el pocillo. La cueva es de austera decoración, con el empotre y los rabos entre tinajas completamente lisos. 

Pero esa ausencia de ornamentación le da también encanto y personalidad a la construcción. La baranda es de hierro, pintada en un verde oscuro que combina bien con los tonos blancos y grises de una cueva llena de luz natural, la que entra por la escalera  y por las cuatro lumbreras. No nos cansamos de admirar la cueva en esta segunda visita en la que han cambiado algunas cosas, pero permanece invariable la hospitalidad y cercanía de Asunción y Vicente. Les sobran motivos para presumir de su cueva.


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