Opinión

Jueves, 10 de abril de 2020

Ramón Castro Pérez | Jueves, 6 de Abril del 2023
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Han sido miles los pueblos y ciudades en las que, hoy, han procesionado pasos llevados por costaleros improvisados. He visto zapatillas deportivas portar imágenes sobre una tabla. Vasos de cristal, sobre un monopatín, sosteniendo a la Santa Madre (quietos, mientras se cantaba una saeta). Han tenido lugar cientos de encuentros y numerosos prendimientos. Todos ellos figurados, aunque con idéntica devoción. Ha habido nazarenos de carne y hueso, confinados en su capirote, dentro de casa. Los balcones se han puesto de gala y las paredes retumban por la lenta de los tambores. El olor a torrijas y el bacalao han hecho acto de presencia en miles de hogares. Se cocina, también, potaje de Semana Santa.

Esta noche de Jueves Santo, no será necesario silenciar la música de los antros al paso de la procesión. La «madrugá» ha atrapado a todos aquellos que han elegido quedarse en vela frente a un paso fabricado, expuesto sobre la mesa del salón. Esta es la Semana Santa más íntima y fervorosa que nadie recuerda. Hoy no se procesiona para los turistas ni para los ateos. No queda un negocio en pie para rentabilizar estos días de emoción. Este año les toca sólo a ellos. A los que la llevan en el alma. A los que han llorado, confinados, su semana de pasión.

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