Romería

Un día de romería

Manoli Jiménez Sobrino | Martes, 25 de Abril del 2023
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Mis primeros recuerdos de la Romería nacen en mí, allá por el año 1954, siendo muy pequeña. En casa se vivía la Romería plenamente, un mes antes en la “cocinilla” los gañanes se afanaban preparando los “arreos” de gala de las mulas, con esmero limpiaban las hebillas dando brillo a las tachuelas.

Se entrenaban los domingos por la mañana con la reata formada, cambiaban las mulas de sitio, ésta delante, aquélla en las varas, la Catalana en el tiro, buscando siempre el sitio ideal procuraban ponerlas en el que daban más “juego”, nombrándolas con voces rasgadas: Macarena, Avellana, Alazana, etc.

Luego desenganchadas, mientras las mulas se comían su merecido pienso, ellos comentaban cual de ellas tiraba más, cual era más alegre, más farruca, más decidida…

Se reunían gañanes de otras cuadras, comparaban las faenas de otras mulas haciendo comentarios sobre el macho del Bonero, que la de “alante” del Rufo, etc. Todos querían ser los mejores.

El sábado de la Romería llegaban los “esquiladores” (grandes artesanos), hacían verdaderas filigranas, para mí era todo un espectáculo, me subía al halcón del pajar, desde allí fuera de peligro seguía todo su elaborado trabajo, dibujaban en el pelo con las maquinillas letras, números, dibujos y toda clase de maravillas referente al tema Romería.

Llegaban los invitados; los tíos de Carrión, los amigos de Criptana, Valdepeñas, Alcázar… que alegría y revuelo en toda la casa. Los niños formábamos nuestros juegos, los hombres largas tertulias, las mujeres sus faenas, la abuela preparando la carne, picando bien los ajos verdes, el laurel, el tomate, preparando la leña y la “perola”.

Mis hermanas y yo elegíamos el sitio que más nos gustaba en los carreos (preparados ya de “varas” en el corral), dentro de ellos ensayábamos los cantares, tanto que casi nos quedábamos roncas.

Pedíamos a la Virgen que hiciera buen día, que luciera el sol para jugar al corro en Pinilla y así poder lucir nuestras faldas murcianas y los corpiños de terciopelo negro.

El Domingo de la Virgen, parecía que amanecía más temprano, recuerdo que la primera pregunta que se hacía era ¿hace buen día?. Se sentía relinchar a las mulas en la cuadra ya nerviosas de ver a tanta gente, tantas campanillas, tan altos “orcates”, mantillas de raso y seda con lindos colores y bordados.

Cada gañan o mulero tenía una especialidad en cuanto a enganchar a las mulas se refiere. La primera operación era cepillar el pelo de las mulas para que brillara como la seda, luego les trenzaban en el rabo bien pelado, unas cintas de raso y madroño debían de ir muy en su punto para que no se desliaran o hicieran daño al movimiento.

Los cascos de las patas se los pintaban con purpurina y una especia de pulseras de madroños de colores.

El carro era enorme, las “bolsas” cargadas de costales muy blancos llenos de arena asomando los picos entre las “seras” por los “laillos”.

Mi padre preparaba un buen zurra para invitar a los vecinos y amigos que acudían a ver sus mulas “enjaezadas”. El corral lleno de gente haciendo comentarios, el mayoral, con el látigo al cuello cayéndole por los hombros, su gorra bien marcada y la blusa anudada en la cintura, daba las últimas órdenes a los demás, - ¡Tú en la “máquina”! , ¡Tú en los “ramales”! y ¡Tú en la “riostra”!.

La reata ya estaba formada, se abrían las portadas y salían con fuerza dando grandes chirridos la máquina del freno. Las mulas iban moviendo la cabeza con cierta presunción sonando las campanillas con salero; se dirigían a la Plaza a darse unas cuantas vueltas luciéndose.

Los “corrillos” de los hombres se movían de sitio como las Dunas para ver el juego de la reata. El jurado anotaba los aciertos y los fallos para poder otorgar el premio que tenían estipulado, después todas las reatas se concentraban en la Cruz de los Caídos hasta que las autoridades, la banda de música y los sacerdotes salían para el cruce formando el desfile de los carros.

A Pinilla íbamos en el carro Valenciano (parecido a la tartana) llevábamos para el camino “mantecaos” y mistela, para la vuelta, olorosas tortas bien azucaradas. El viaje al Santuario era entretenido y singular, se reía, se cantaba, comentándose concesiones de la Virgen a sus devotos, poesías, vítores, chistes, cotilleos…

Había tiempo para todo, el trayecto era corto, pero en la caravana de carros, con paradas incluidas, se alargaba.

Llegábamos a Pinilla, la visita a la Virgen era lo primero que se hacía, allí en la Ermita olía a velas encendidas y a incienso.

La Virgen guapísima con su mejor manto y alhajas. Nos poníamos en fila para llegar hasta a Ella, desde abajo con mi corta altura me gustaba mirarla, me sentía también pensando en los relatos de la abuela. Nos decía que nuestro pueblo había estado huérfano hasta que en el año 1942 trajeron a la Santísima Virgen de las Viñas, para que tuviéramos madre y protectora, así me sentía yo, muy protegida, pensaba que con una Patrona tan guapa nada le sucedería a mi padre en el campo los días de tormentas, que yo desde casa, bien guarecida lo veía tan desprotegido e indefenso. ¡Me gustaba la Virgen!, ¡La quería! Me hacía tan feliz pensar que Ella me quería también a mí, en ese ratito en mi mentalidad infantil me quería hacer mejor para agradarle a Ella, más obediente, menos contestona, más aplicada, en una palabra, sentía deseos de renovación, recuerdo que al menos ese día no discutía con mi hermana Juani, que éramos las dos que más nos peleábamos. Después, mientras las abuelas hacían la carne con tomate, nosotras jugábamos alrededor de los carros para no perdernos.

De la tarde, ya debía encontrarme muy cansada, seguramente durmiendo una plácida siestecita en el acogedor y amoroso regazo de mi madre. El mejor recuerdo que tengo era la llegada al cruce, allí estaban de nuevo los músicos, la chiquillería que detrás les acompañaba, seguía el desfile hasta la plaza. La Virgen colocada delante del Ayuntamiento parecía darnos las gracias a los “Romeros” que la habíamos acompañado, se soltaban palomas, se decían vítores fuertes con voces roncas y emocionadas, los mayores pedían gracias y bendiciones para todo el año, yo con mis ojitos de niña no dejaba de mirarla desde la “riostra” por encima de la “Puente”, hasta que pedía su imagen.

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