Opinión

Singladura del ser humano y su consciencia (I)

Salvador Jiménez Ramírez | Sábado, 29 de Abril del 2023
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Memoria de lo que vieron y ven nuestros ojos… Imágenes-pensamiento… Imaginación, sobrehaz y manifestación de las cosas… Intenciones y sentimientos, que tienen consciencia en nosotros… Emociones y reflexiones, que tienen su cuna en las primeras burbujas hirvientes de la vida… Unidades de información, del inicial ramal de la consciencia que continúan como añadidura, de la “cuerda” que va tirando de la mente hacia inciertos puntos de la claridad y obscuridad infinitas, del tiempo profundo… En su singladura, el ser humano, poco a poco va madurando la comunicación articulada: la palabra, el conjunto de nociones que adquiere en su propia existencia temporal y transmite con dicciones, gestos y acciones… La catarsis por audición verbal… El habla posibilita la necesidad de la existencia de los individuos y de los grupos, aunque en el trasfondo de cada ser, siempre hay algo que no es expresable o “decible”, que si bien se “almacena” en la consciencia… El “habla del otro” nos sosiega o perturba; construye o destruye…  Nos imaginamos estar con entes indeterminados y también innegables. Nos miramos en imágenes y en símbolos. Infamamos, fingimos o mentimos, porque tememos… Miramos sin haber visto, oímos porque dormimos, e “hilamos” bondad y maldad para conseguir ornatos y tronos indestronables…

       La consciencia humana, siempre embarcada en fantásticas singladuras, de unidades de recensión de gran incertidumbre… “Los proyectos humanos—escribió Laín Entralgo—son siempre una malla de empresas posibles e imposibles, una peregrina mezcla de cuerda sensatez y utópica locura…”. Nuestras actuaciones y observaciones, (en definitiva, nuestra mente) proyectan sobre “los otros” y sobre nosotros, un “universo” que se transforma, según cuáles cuales sean las urgencias de cada “clan” o individuo; menesteres que establecen nuestro comportamiento. A medida que la transformación de las sociedades humanas, se iba  superponiendo y “descentrando” de la evolución orgánica, las hordas y clanes se convertían  en estructuras sociales, que tenían que preocuparse no sólo de la supervivencia del individuo y grupo familiar, (rebañando de la naturaleza, a la zaga de las piaras de animales indómitos, lo esencial para la subsistencia) sino que, (por supuesto impelidos por los “dictados” del estómago) se veían obligados—dependientes siempre de ríos y lagos— a encontrar ecosistemas óptimos y un tanto seguros para la prole y para ciertos animales semidomesticados que llevaban consigo y contribuían a generar nuevas formas de vida…; en “paradas” más sedentarias… Luego crearían “campos de concentración animal”… Se descubre, utiliza y adora el fuego, que se creía venido del cielo… Fuego sagrado y purificador… Y la danza junto al fuego de la vida y la muerte; como expresión de conjuro de las misteriosas fuerzas cósmicas…   

  

De  experiencias personales a lo largo de nuestra vida en una ruralía montaraz y ecosistema beneficiados por la humedad de los cielos y quebrantado su esplendor por el desolador y condescendiente trasiego “tribal”, ansioso de agua y sombra, hemos aprendido que, en determinados entornos, aparecen individuos con cualidades  “proporcionadoras” de ventajas para la comunidad, desarrollando ciertas actividades sostenedoras de la estructura grupal… Una intelección envilecida o deteriorada, generalizada y dominante, (consanguineidad aparte)  redundaba (redunda) en detrimento del territorio y de la agrupación o tribu; siendo colonizada u ocupada, “a la corta o a la larga”, por “los otros”, bien sea de forma violenta o con la táctica del  apoyo o  “aportación” codiciosos… Frecuentemente la condición de semisedentarios de la mayoría de los grupos o “acampados con prisa”, para satisfacer las necesidades momentáneas, procuraban sacar el máximo provecho de todo lo aprovechable, que tenían a su alcance en los ecosistemas. Así aparecía la estructura semisedentaria de grupo. Nacía una acción organizada colectivamente. Nacía la consciencia colectiva.

       Aquellos conglomerados humanos, sorteando y adaptándose a los tumultuosos cambios climáticos, provenientes del tiempo profundo, se diversificaban y expandían… Treinta mil años antes de nuestros días, con el fin de dejar huellas de su existencia, algunos individuos pintarrajean en risquerales “pedazos” de sus sueños y vivencias… En las crisis medioambientales, los individuos más débiles y vulnerables, sucumbían “ipso facto”… El individuo no era lo más importante, la perpetuación de la especie sí y cubrir sus necesidades vitales, requería un enorme esfuerzo físico y psicosocial. La imaginación era primordial, sobretodo, cuando las economías estaban basadas en una única actividad o recurso, que se agotaban. Las penurias fruto de la esquilmación del medio natural sobreexplotado, originaban disputas entre “ellos” y con los “otros” y también intercambio de conocimiento y productos. El cerebro se empezaba a imponer, en muchos casos, a la fuerza física o al músculo… Las unidades familiares se irán dispersando—impresas en su consciencia y códigos genéticos los descubrimientos y escaseces— en busca de entornos óptimos, originando nuevos linajes. Se formaban coaliciones sociales como en una molécula se coaligan los átomos. Se expanden los clanes,  se consolidan y mezclan las sociedades, se acotan territorios, se establecen fronteras… Para la seguridad de la comunidad, es imprescindible la cooperación de todos los individuos, sin excepción alguna. El sujeto que desobedece los patrones sociales establecidos, queda condenado al “ajusticiamiento”, al destierro o a la inmolación. Continuará.        

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