CABEZA DE VIEJO o RETRATO DE ANCIANO”
Se resigna la mirada
A los avatares de la vida
Una mirada resignada
De unos hermosos ojos
Llenos de melancolía.
Destellos de nobleza
Cubiertos de una tristeza infinita.
El alma se refleja en el cuadro
Como un espejo cristalino
Y caen dos lágrimas
De sufrido reconocimiento.
Es el mendigo del alma
El viejo de barba plateada,
Desnudo de pecho,
Colmado de canas,
De grietas en las cara,
Arrugas de penas y farras,
Que el paso de tiempo
Surca y marca
Avatares de vida,
Penas del alma.
Pasea el mendigo
Nobleza y casta,
Viejas leyendas,
Hombre de linaje
Allende de los mares
Forajido en revueltas,
De doctrina clara
Huye de la tierra
La política marca,
Huye de la tierra
Con ropa y sin blanca,
Buscando vida
Soñando esperanza.
El mendigo pide,
Limosna clama
El pintor atraído
Su porte demanda
Pinceles de melancolía
La tristeza traza.
Los nobles colores
El óleo empapan
De un cuerpo desnudo,
Bajo la sencilla manta.
Paseo el mendigo nobleza,
El pintor retrata,
Huella de vida
Y mirada resignada.
Retrato de anciano. Óleo sobre lienzo. 1931. Obra de Antonio López Torres
El pintor se dirigía, en un caluroso día de aquel verano, al estudio que tenía establecido en el aristocrático hotel ‘Mirasol’, propiedad por aquellas fechas de don Francisco Martínez Ramírez. cuando se le acercó un anciano mendigo que, temblorosamente, le imploró una limosna. No tardó mucho el pintor en quedar atraído por el porte de aquel anciano que nada tenía de común con los demás mendigos. En su cara podía percibirse la huella de un inmenso sufrimiento y en su mirada, llena de melancolía, había un destello de nobleza que casi se apagaba ya, absorbido por aquella tristeza infinita.
Tenía el venerable viejo la cabeza despoblada casi de pelo, y el poco que quedaba en ella, así como el de su barba, era de un color plateado que denotaba su elevada edad. Llevaba completamente desnudo el pecho y en su hombro derecho descansaba una ya raída manta zamorana. Un pequeño lebrel seguía fielmente sus pasos, constituyendo su única compañía.
López Torres comprendió bien pronto que se trataba de algún personaje que, quién sabe por qué desgraciados reveses, había sido lanzado a tan mísera situación. Recordó entonces que por el pueblo circulaba la noticia de que había llegado un mendigo que, en tiempos, había sido cónsul y noble aristócrata en una República centroamericana, de la que se vio obligado a salir huyendo debido a una revuelta política. Además, el anciano, como consecuencia de los inmensos sufrimientos padecidos, había quedado sumido en un estado de inconsciencia que no le permitía evocar muchos datos de su anterior existencia.
Durante quince días posó el anciano ante López Torres. Quince días que constituyeron una lucha para el pintor, resuelto firmemente a reflejar, con toda fidelidad, aquel rostro lleno de arrugas, contraído por los años y el sufrimiento, aquella mirada resignada… Y a las quince sesiones nuestro artista ponía la última pincelada sobre su nuevo cuadro. Y cuenta el gran pintor que, cuando el anciano se vio retratado, lleno de emoción, se quedó ensimismado ante su figura, mientras unas lágrimas resbalaron por las venerables mejillas, brillando, como dos perlas, a la luz potente del sol de aquel verano.
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Martes, 15 de Julio del 2025
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Miércoles, 16 de Julio del 2025