La cueva nº 133 que visitan los periodistas de La Voz de Tomelloso nos lleva a la calle Claudio Coello para visitar la cueva de Juan Julián Andújar Calderón. Será su hija Araceli la que nos enseñe con suma amabilidad una construcción que data del año 1958 que se encuentra en impecable estado de conservación en la que trabajo primero Juan Julián Andújar Grueso. En esta cueva ganadería y viticultura se dieron la mano y viene a ser un homenaje al gran trabajo de los antepasados de la familia.
A la cueva se accede desde el vestíbulo de la vivienda, por una escalera con peldaños de cemento y paredes encaladas, muy rectas, de las que cuelgan numerosos y curiosos aperos: escobas de cerrillo, bombonas, redinas, cencerros, abarcas…En medio de la escalera, a la izquierda, nos topamos con una fresquera en la que los pastores de la familia guardaban animales y ponían a salar los jamones. El pienso lo echaban por una de las dos lumbreras. Esta fresquera también contiene dos pequeñas tinajas donde se guardaba el vino tinto y blanco para consumo familiar. Y se observa el gusto con que la hicieron pues en la entrada en forma de arco de medio punto hay una moldura.
En uno de los extremos del balaustre, que está pintado en verde y blanco y lleva una moldura abajo y arriba, descubrimos las iniciales del propietario y la fecha de construcción de la cueva, 1958. Alberga siete tinajas de cemento, de 450 arrobas y hay otra más delgada que se utilizaba para el relleno. Fueron construidas por José María Díaz Benito El empotrado y balustre ofrecen una original forma octogonal que le da un aspecto muy coqueto y recogido. Su altura es de unos siete metros y medio. No pasan desapercibidos otros elementos de la cueva como las ménsulas, los rabos lisos, los distintos niveles de los agujeros de las tinajas para extraer el vino y un pocillo. La combinación del blanco y el verde le favorece mucho a la cueva.
El techo está en la tosca, según explica José María, y se ve claramente por el desgarre trapezoidal de la escalera, la tosca es de bastante grosor. Una de las dos lumbreras da a la vivienda y, lógicamente, está condenada, la otra desemboca en un patio y presenta un desgarre mucho más abierto.
La lluvia que, por fortuna, ha aparecido en estos últimos días de lluvia ha mojado el suelo de la cueva y produce una agradable sensación de olor a humedad. Tras fotografiar a la anfitriona, la visita a esta joya del subsuelo de la ciudad toca a su fin. Pueden sentirse orgullosos los Andújar, los de aquí y los de más arriba, de la magnífica cueva que conservan.
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