Opinión

A vosotros prehistóricos pueblos

Salvador Jiménez Ramírez | Viernes, 2 de Junio del 2023
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Como otros atardeceres, andamos hoy entre frondosa cabellera de encinas, coscojas, romeros y otras labiadas… Con el paso de cada atardecida y con el rescoldo de cada ocaso, se va parte de la vida y por ende de uno mismo. Hoy, con el vientecillo, la atmósfera y el paisaje bastante “falsificados”; mientras “malcaminamos” al no tener la salud por compañía, —no es la sanidad pública, con no pocas “áridas” consultas, tan de color rosa como se pinta—nos deleitamos algo, con el combo vuelo de unas aves y con el hermoso y efímero “cuadro” de la naturaleza, que en ese instante llena muchos vacíos, hastío e incertidumbres de la mente… Y retrotraemos a nuestro pensamiento, días neblinosos y duros de la infancia…: Recuerdo ver fluir un río grande y acompañar a mis padres, recorriendo cerros ondulados de contornos con nimbados oteros y vallejos hondos que las aguas y los milenios, van desmoronando… Todo va caducando en la soledad de los milenios… Cerros donde se habían aposentado “los moros—decían los lugareños—y otras gentes inciertas…”, de las que no quedó ningún recuerdo. Me acuerdo que, “en aquel entonces”, todavía la laguna de un verde-azul limpio y cristalino, oleaba jugando con las legiones de pececillos y ellos retozaban con los destellos y torbellinos del río. Todavía se veía la sonrisa del agua y el río discurría grande, ruidoso y ambicioso; por los reguerones de andadura milenaria, aunque ya con algo de angustia…

Siempre me ha dolido el no poder saber de aquellas gentes de la antigüedad y de sus universos, que no podré describir nunca… Hace medio siglo, poseído por aquella añoranza, partí no recuerdo hasta qué latitud y longitud de la Mancha y cuenca del Alto Guadiana, “cantándoles” a aquellos pobladores, en la penumbra, que yo había imaginado, pero verdaderos para mí. Y les escribí aquel ingenuo bordón, en un papel que hoy amarillea de raído y cochambroso; para que alguien, (ciertos envirotados  “bachilleres”, que continúen  con sus renglones de endiosamiento y prepotencia) algún día, con fuerza íntima del “alma”; sin afán de protagonismo ni “cuños”, oiga los latidos de los corazones de aquellos seres, que hollaron estos contornos; cuando eran otros los fulgores de los soles; otras las cenizas de los cielos y otros los dioses… Dioses que se fueron con los rescoldos de aquellos lejanos ponientes… Y con “buenos adentros”, también advierta la trayectoria de seres humanos, cuya vida anduvo y anda por el renglón del despertar de la consciencia, en una realidad de hostigamiento y menosprecio, sin pedir nada a cambio… “Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito. (…), con mi dinero pago el traje que me cubre y la mansión que habito, el pan que me alimenta y el lecho en donde yago”. (Antonio Machado).

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 “Se camina por tierras llanas de la Mancha; un estímulo eferente rompe del cosmos el velo y lo aferente en nuestro ego. Nos enredamos en sarmientos que recoge una muchacha, mirándonos con ojos inundados de desconocidos reflejos: Pocos árboles nos pueden dar sombra, alguna encina, enfermo olmo, chopo, olivo o almendro; iluminados por un cielo, unas veces claro, otras veces mojados por nubarrones negros… Sudorosos caminamos en verano, sin cobijo ni sombras de verdes y grandes cuerpos… Casas muertas salen a nuestro encuentro. En la superficie del mundo, caminos de truhanerías por donde vamos y venimos, sin ver lo que vimos y vemos… En invierno, guarecernos poco podemos, junto a algún bombo o tapial que está muriendo; cuando el frío y el agua nos empapan hasta dentro. Así seguimos hasta encontrarnos con el Alto Guadiana, abrazadas sus aguas por verdes cerros. Allí están los poblados prehistóricos, perdidos, despreciados y deformados por el paso del tiempo. He llegado al primero, muy tosco, polvoriento… Me paso las manos por la frente; me embebo, quiero percibir lo que hay dentro: un enorme montón de piedras me impide rozar su materia, pero a aquellas gentes las presiento. Me he detenido poco, porque en la vida, para después sobrar, primero vuela el tiempo…


Sigo ribera arriba, entre enebros encinas y romeros. Encuentro reliquias romanas ¡Qué pena! Se barbecharon sin miramiento…; sólo quedan barbechos y cenizas y mi ser huele los cuerpos muertos… Sufrimientos y penas de gentes que a algo estuvieron sujetos; hasta la censura de sus tiempos los dejaría mancos y tuertos. Remonto fuertes laderas, hasta tener un nuevo encuentro y allí estoy ante otro viejo poblado y en su superficie huesos; polvo de cadáveres que ya no pueden ver los cuervos, sólo penas, alegrías, también goces y sufrimientos; reflejados en algunas mentes y en el firmamento. Me agacho, cojo tierra…; la huelo y pienso… No sé datar la materia, pero por mi mente despierta, plasmo restos...; presiento… Ahondando muy atrás, en el tiempo, siento a aquellas gentes, aunque muertas, vivas en mis adentros y veo lo que con ellas ha hecho el danzar de este mundo harapiento… Para mí nunca serán, sólo signos matemáticos o nombres en extranjero… Para mí no son sólo algo muerto… Y así paso por Ruidera, entre reliquias de más pueblos viejos; entre aves y sus conciertos… Me paro junto al alicaído cementerio viejo, que durante siglo y medio, reverberó su murada efigie en el cristal lagunero… Pronto será demolido… Escucho: “… esto, cuanto antes hay que quitarlo de en medio,  que no espante a los forasteros…”.  Pueblos atrapados…; arredrados sus adentros… No ser ni saber nada… Inútil congoja la mía. Luego pregunto a unos ediles del contexto y a “bachilleres” forasteros, que viene a “pillar” de todo esto… Son soberbios…; no responden… Se creen los artífices del mundo y del cielo…

Lagunas mansas, transparentes, serenas donde se baña el viento reseco y la luna refleja su haz polvoriento. Muchos “depósitos” de impunidad en el contexto… Por ende apuntamientos legales e ilegales, donaciones y privilegios, que sólo los quebrará el paso del tiempo y arrastrará el líquido elemento… Continúo río arriba hasta ver su nacimiento y antes de llegar a él, muchos poblados encuentro: Pétreos dioses gigantes, en la ladera de un cerro, a los que se hacían obsequios… Algeciras, Morras del Bronce y del Hierro… La Mesa del Almendral o Ciudad de Montes Negros, desafiante a todos los vientos… ¡Cuántas gentes la habitaron, hasta personas de abolengo! Recorro muros, perdidas calles y recovecos. Silba el viento, me molesta un rayo de sol, tropiezo en mi sombra y me confundo por momentos. El silencio susurra letanías en una cañada honda y en unos vallejos… Unas hojarascas caen por un despeñadero… Todo es silencio y como nadie pregunta, yo tampoco contesto. Eso somos…: ceniza, sombra, silencio… Hojas caídas, que se deshacen arrastradas po el viento.

Estoy alcanzando el final…; seguiré hablando del pasado de aquellos pueblos… Me he desviado del sendero y estoy de nuevo en mi pueblo. En unos grandes olmos ya muertos, que hay frente a mi hogar, picotean pájaros canaleros. Unos cipreses pinchan el cielo. Un hombre viejo y aturdido, viene de cavar en un pequeño huerto. Un perro riñe con otro perro y un gato agazapado, con ojos de chino sale huyendo. El anciano del hortal, con la azada al hombro, maldice la hora de su nacimiento. Una anciana me mira sigilosamente, mientras zurce un mandil viejo. En la calle me “clavetean” con miradas y gestos de aversión, rechazo y desafecto… Mi  madre arregla la lumbre y cuida el puchero… RUIDERA, AÑO 1978”.  


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