Tomelloso

Cuando la vida giraba en torno al Mercado de Abastos

Familias y vendedores recuerdan la vida comercial de un recinto que se mantuvo abierto ochenta años

Carlos Moreno | Jueves, 6 de Julio del 2023
{{Imagen.Descripcion}} Fachada principal del Mercado tras la remodelación. Reportaje fotográfico de Francisco Navarro Fachada principal del Mercado tras la remodelación. Reportaje fotográfico de Francisco Navarro

El remodelado Mercado de Abastos fue uno de los proyectos más importantes del segundo mandato de Inmaculada Jiménez. Un proyecto que  de 1.248.000 euros, de los que el 80% estuvieron financiados por fondos FEDER y el 20% restante por recursos propios del Ayuntamiento. A los nuevos responsables municipales les toca diseñar la fórmula para la revitalización de un espacio estratégico en el que los aspectos culturales y gastronómicos irán de la mano.  

La obra viene a ser un homenaje a aquellos vendedores que madrugaban para preparar el género primero y ponerse después tras el mostrador para atender a sus fieles clientes. Vendedores y familias muy ligadas a la instalación recuerdan los mejores tiempos de la instalación. 

Una festiva inauguración. Ángel  Morales y Vicente Morales explican detalladamente en su libro de las calles de Tomelloso que el Mercado fue inaugurado el 3 de febrero de 1932 siendo alcalde, Urbano Martínez. Los actos terminarían con un “animadísimo baile” en el Teatro del Pilar que posteriormente pasaría a denominarse Teatro Principal. Su proyecto de construcción se aprobó en 1929 y el coste del solar ascendió a 76.000 pesetas. Las obras se adjudicaron a la Compañía Madrileña de Contratas S.A. fijándose un plazo de ejecución de 8 meses. En el año 1966 se inauguraría su planta sótano con la instalación de cámaras frigoríficas. Cerraría sus puertas el 15 de enero de 2013 después de bastantes años en clara decadencia.

Todo giraba en torno al mercado. En Tomelloso hay familias muy ligadas a la vida del mercado. La de los Boludas es, sin lugar a dudas, una de ellas. Javier Sampedro atiende su negocio en la calle Juan José Rodrigo, donde las portadas abiertas enseñan una fruta de calidad, perfectamente colocada, que buscan los tomelloseros más exigentes. El frutero mantiene muy vivos los recuerdos del mercado y la ligazón de su familia con el sector que empezó con su bisabuelo y que luego seguirían sus tíos, sus padres y ahora él con sus hermanos “Había seis almacenes, además del nuestro,  estaban los Marquinas, los Bonos, los del tío Isidoro y los Canos que entraron posteriormente. Nuestro primer almacén estaba donde vivían mis padres y luego se amplió, hasta que finalmente nos vinimos aquí. Pero siempre alrededor del mercado.

Sampedro aseguraba que” todo giraba en torno al mercado, los puestos de la calle, los almacenes y las pequeñas tiendas de barrio. Entonces no estaban las grandes superficies y el mercado venía a ser la gran concentración de productos perecederos del pueblo. Tuvo una gran vida y los puestos que había de fruta, pescado, pollo, carne o productos de caza funcionaban muy bien. El mercado abría sus puertas de lunes a sábado, por la mañana y por la tarde, y también los domingos por la mañana, hasta que más tarde decidieron cerrar este día. El mercado suministraba a todo el pueblo y venía también gente de poblaciones vecinas. Las cuadrillas que se iban al campo de semana o  quince días compraban la comida en el mercado el lunes por la mañana”.

La jornada en el mercado empezaba muy pronto. “A las cuatro de la mañana ya había  gente trabajando. En verano, el género que sobraba, y como todavía no estaban las cámaras frigoríficas, se bajaba a las cuevas”. Cuenta que los almacenistas enviaban camiones a Almería, Zaragoza y Valencia “algunos constituyeron una sociedad para ahorrar costes de transporte”.

A Javier Sampedro le provoca una gran satisfacción que se haya remodelado un mercado “que será diferente a tiempos pasados, pero de cara a la imagen de la zona que se verá muy mejorada y darle un enfoque más cultural, es algo que beneficiará a todos”.

Relevos generacionales. Y al abrigo del mercado fue creciendo también el negocio de  “los Catalinos” carniceros de toda la vida. Allí trabajó Juan Catalino Romero Cepeda que actualmente regenta, junto a su esposa María José, una carnicería en la calle Socuéllamos. “En el mercado trabajé diez años que fue, precisamente, donde conocí a mi esposa. Cogí el puesto de mi padre y allí estaba también mi primo Juanito, mi tío Francisco y mi tío Antonio. El primer puesto era el nuestro. A mí me pilló la mejor y la peor época. Cuando llegó Mercadona y otros supermercados le pegaron un palo importante.  Cuando decidieron trasladar el mercadillo, que también lo ponían allí, fue otro problema porque los lunes y los miércoles se generaba mucho movimiento. Aparte de todo esto, muchos comerciantes se fueron jubilando. Yo recuerdo a los Puertas, Anselmo, los González, el Chino, Juanito Navarro, los Andújar, los Boludas…había unas relaciones muy buenas entre todos. Recuerdo que el primero que llevaba era Jesús Sánchez, de Sanalcón, y poco a poco íbamos llegando los demás para preparar los puestos”.

Recuerdos del bar de Faustino, de la churrería, de los establecimientos que se fueron poniendo alrededor. “Era un modo de visita distinto. Se compraba de otra manera y la mujer solía hacer la  compra del día”, recuerda Juan al tiempo que mira unas fotografías antiguas en la que se puede ver a su padre. Juan Romero considera que la gente que tuvo puesto en el mercado debería haber gozado de algún tipo de preferencia en el nuevo proyecto.

Puesto en el mercado y fuera. En el mercado jugaron también un papel importante, los Chinos, apodo por el que se conoce a una gran familia de carniceros de Tomelloso. Con motivo de su reconocimiento como Viñador en la pasada feria, el cuarto eslabón de la familia, Rafael Martínez, explicaba que “todo esto parte de mi abuelo, Rafael Martínez, pero retrocediendo más atrás llegamos a mi bisabuelo que era ganadero. Un hermano de mi abuelo, Jerónimo el chino, fue el primer carnicero de la familia y fue el que le enseñó el oficio. Mi abuelo tenía un puesto en el mercado, en el que muy pronto, con once años, trabajaría también mi padre. Mi abuelo le compró un puesto en el mercado y estuvieron algunos años cada uno con su propio puesto. Posteriormente, en 1957, mi padre consiguió el traspaso de un local para tener una tienda también fuera del mercado, igual que la tenían  otros carniceros muy conocidos en el pueblo como los Catalinos o los Paulones”. 

Los mejores productos de caza. Y es preciosa la historia que nos cuenta Vicente Rosado sobre sus padres, Antonio y Vicenta, que durante muchos años regentaron un puesto de productos de caza en el mercado. “Mi padre llevaba la caza menor a cuatro o cinco puestos. Se recorría la zona de Ossa de Montiel y Munera desde muy temprano. En el puesto nuestro, primero estuvo mi madre y después mi hermana Rosario y más adelante mi cuñada Mari. Vendíamos perdiz, conejo y liebre, solíamos traer también setas y espárragos, productos muy apreciados que servíamos también a bares como el Alhambra, la Llago,s. La Uticia era uno de los bares donde llevábamos más conejos”. 

Rosado recuerda a muchos de los que trabajaban en el mercado: los Catalinos, el Chino, Ángel el hortelano, los Boludas, Antonio Madrigal, Juanito el carnicero, José Mari Robla, Calabria, el bar de Faustino en una de las esquinas….Tanto él como su hermana recuerdan a los que estaban en el sótano de abajo: los pescaderos y los patateros, mientras que en el piso siguiente estaban los morcilleros y el resto de vendedores, arriba del todo. “Aunque debido a sucesivas reformas que se llevaron a cabo después, subieron a todos arriba y en los sótanos quedaron únicamente las cámaras y los baños”.

La zona tenía mucho vida, sobre todo los días de coincidencia con el mercadillo que se ubicó en calles cercanas. Cuando el mercado cerraba sus puertas, algunos de los comerciantes seguían vendiendo género en sus tiendas o domicilios. Así lo hacía también la familia Rosado que tenía unas cámaras frigoríficas en casa y destinaba una parte importante del género a otras poblaciones. “Los martes y los jueves salía un camión isotermo con dos mil o dos mil quinientos conejos  a los mercados de Puertollano, Chinchón o Madrid. Nos levantábamos a las cinco de la mañana a cargar, mi hermano, mi cuñado y yo, cuando terminábamos, me acostaba otro poco hasta la hora de ir al colegio. Los domingos, mi madre cogía las liebres de los cazadores. Ella estuvo prácticamente hasta el final, hasta esos años en los que iba muriendo poco a poco”.

Vicente Rosado, que también estuvo dos años en el puesto, recuerda también esos buenos propósitos de invertir en el mercado para revitalizarlo. “Pero al final no se hizo nada, la clientela fue menguando y los puestos se fueron quedando vacíos”.


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