Hace dieciocho años que en Guadalajara, se producía uno de los incendios forestales más virulentos que se recuerdan en Castilla La Mancha. Un desastre que comenzó en las inmediaciones de la localidad de Riba de Saelices, en la Sierra Norte de Guadalajara y que calcinó más de 10000 hectáreas de monte y bosque en los cuatro días que duraron las labores de extinción.
Pero hubo algo más que se cobró este terrible incendio forestal: las vidas de once personas. De nueve bomberos forestales y dos agentes medioambientales que trabajaban incansablemente en apagar aquellas llamas imposibles.
El fuego comenzó como sucede en muchas ocasiones; por una imprudencia. Unos excursionistas encendieron una barbacoa en un día caluroso y con bastante viento lo que propició que las pavesas resultantes prendieran parte de los matorrales secos y el fuego se extendió a toda velocidad. El resultado: esa misma noche el incendio avanzaba a sus anchas y se tuvo que evacuar a numerosos vecinos de pueblos cercanos.
La respuesta al desastre que dio el Gobierno de Castilla La Mancha fue, a todas luces, insuficiente, incorporándose tarde muchos de los medios necesarios.
El segundo día del incendio los miembros del retén de Cogolludo, compuesto por Pedro Almansilla, Julio Ramos, Luis Solano, Jorge César Martínez, Marcos Martínez, Sergio Casado, Mercedes Vives, Manuel Mantecas, José Ródenas, Jesús Jubrias, Alberto Cemillán y Jesús Abad, fueron movilizados para trabajar en uno de los sectores del incendio. Solo Jesús Abad sobrevivió. “El fuego nos vio y dijo: vosotros sois míos” diría más tarde a los medios, postrado en la cama del hospital con el cuerpo cubierto por los vendajes. Jesús sobrevivió porque, al volcar su autobomba, encontró refugio escondido bajo las ruedas del camión que tenía una fuga de agua que le mantuvo mojado. Jesús relató después la agonía de los compañeros a los que vio morir cercados por lenguas de fuego de más de treinta metros. En una situación así es poco lo que se puede hacer.
El incendió acabó dos días después, dejando once víctimas mortales, miles de hectáreas quemadas y un aciago recuerdo a los intervinientes que perdieron a sus compañeros. En el juicio que se celebró años después solo uno de los excursionistas fue condenado. También hubo consecuencias políticas y a raíz de la tragedia el modo de combatir los incendios forestales fue cambiando hasta el modelo actual, pero este artículo no pretende ser una crónica de todo ello.
Quiso el destino o la pura mala fortuna, que el año pasado, en el aniversario del incendio de Riba de Saelices, otro bombero forestal, Daniel Gullón, fallecía en el incendio de Sierra de la Culebra, en Losacio, uno de los peores de la historia de España.
Sirvan estas líneas en primer lugar, para recordar a los miembros fallecidos en estos incendios -y en todos- porque los bomberos forestales, a pesar de ser un colectivo “invisible” para las administraciones públicas, son los que, verano tras verano, campaña tras campaña (aunque las campañas ya duran todo el año) salvan nuestro patrimonio verde, nuestros bosques, montes, animales y a nosotros mismos de unos incendios forestales cada vez más virulentos. Y sirva también para recordarle a la gente que se tomen en serio las indicaciones, los riesgos, el peligro que entraña cualquier imprudencia absurda. Los bomberos forestales estarán ahí para protegernos a costa de sus vidas, en nuestra mano está el ponérselo un poco más fácil.
{{comentario.contenido}}
"{{comentariohijo.contenido}}"
Viernes, 22 de Noviembre del 2024
Viernes, 22 de Noviembre del 2024
Viernes, 22 de Noviembre del 2024
Viernes, 22 de Noviembre del 2024