Feria 2023

Amistad y celebración de Tomelloso

El discurso del mantenedor, Dionisio Cañas, en la XXXVII Fiesta de las Letras

La Voz | Viernes, 18 de Agosto del 2023
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Tomelloso, pueblo amigo, pueblo amante, acompáñame porque si un día he de quedarme solo, sin ti, o morir lejos de aquí, yo siempre podré decir que en un lugar llamado Tomelloso, en un verano de 1987, fui feliz.

Si algún día tuviera la oportunidad de  volver a nacer, me gustaría que fuera de nuevo en Tomelloso. Donde quiera que vaya llevaré conmigo el aire de este pueblo, su luz, sus calles, sus parques, su gente, el silbido de los hombres cuando van a trabajar, el olor de su mercado, los rostros de sus mujeres, el griterío de los niños y golondrinas, el vuelo de las palomas en el cielo ácido de un atardecer de vendimia.

En Nueva York he respirado aires menos puros. Pero esta ciudad, donde vivo ya hace quince años, también ha moldeado mi vida y mi obra. Sus avenidas, sus gentes, sus miedos, los ruidos y los olores de las calles, el río Hudson, las gaviotas reflejadas en los rascacielos, las crudas nevadas en el invierno, la terrible humedad de sus veranos, la peculiar forma de hablar el castellano que tienen allí.

El puente que en mi corazón une a Tomelloso con Nueva York es el puente de la Amistad. Pero mi idea de la amistad abarca todas las relaciones humanas: amor, familia, amigos, patria, poesía, lo sagrado, lo profano, lo ético, lo estético y lo político. Si no siento un poco de amistad, no puedo vivir plenamente ninguno de estos lazos que nos ligan con el cielo, la tierra y la sociedad. 

Por amistad entiendo el afecto puro, desinteresado y recíproco, el mutuo aprecio y la confianza recíproca. La amistad, que es uno de los vínculos más fuertes con los hombres y con el mundo, supone igualdad de nivel, confianza, puro placer de estar juntos. Nuestros amigos son un reflejo de nosotros y en ellos nos reflejamos también. El amigo a la amiga es al alter ego de uno, es decir, ese otro yo de nuestra personalidad que todos necesitamos, a manera de un complemento imprescindible para ser totalmente nosotros mismos.

Los griegos representaban a la amistad como una joven, con una mano puesta sobre el corazón y la otra apoyada en un pequeño olmo herido por el rayo, en su tronco se enroscaba una cepa cargada de racimos de uvas. El olmo herido por el rayo representa el infortunio de aquellos que no tienen amigos. La vid y las uvas significan el consuelo y la dulzura que se encuentran en la amistad.

Por eso me gustaría que la hermosa joven que es la reina y sus damas, vinieran esta noche a ser como el símbolo griego de la amistad para nosotros. Y, puesto que en la representación de la amistad, se encuentran también la vid y las uvas, quisiera declarar esta fruta, la fruta de la amistad. Y que a los poetas y narradores premiados en esta Fiesta de las Letras, los consideráramos  amigos de nuestro pueblo.

Una de las mayores alegrías que me he llevado este verano ha sido cuando uno de mis nuevos amigos tomelloseros, al que le di mi primer libro de poesía, me dijo que lo había intentado leer con su esposa varias veces, y aunque no lo había entendido en su totalidad, les había llegado lo esencial: mi deseo de crear una auténtica amistad entre nosotros. En realidad, por esa razón estoy aquí esta noche: por hacer nuevos amigos como ellos, por consolidar recientes amistades,  por recuperar amigos de la infancia, y por hacer de Tomelloso mi mejor amigo.

Querer a su familia es un don de inapreciables dimensiones, pero es más hermoso tenerle amistad, quererla por voluntad, no por obligación. Querer el lugar donde se ha nacido es casi necesario, pero es mejor tenerle amistad. Amar a otra persona que se ha escogido es natural, pero más allá del deseo, más allá del amor: es el de crear una amistad con la mujer o el hombre con que con quien compartimos la vida. El cariño hacia los hijos es también casi una ley natural, pero desafortunados aquellos padres que no sepan crear una amistad con sus hijos. Las afiliaciones políticas, religiosas, los puestos de trabajo, que son sino pura esclavitud si no se miran con ojos amistosos. Si no sentimos un poco de amistad por la naturaleza y por los animales estamos predispuestos a aceptar pasivamente su destrucción.

Pocos conceptos abarcan tantas aspiraciones humanas como la idea de amistad. El cristianismo más auténtico se funda en el modelo de la amistad que tuvo Jesús con sus apóstoles. El socialismo verdadero no es sino una reinterpretación económica de los lazos amistosos de la sociedad. El mejor capitalismo democrático y social es precisamente una forma de explotar la capacidad de respeto y tolerancia que nos enseña la amistad. El amor, la fraternidad, el placer estético, la religiosidad, el mismo funcionamiento del universo es un ejemplo de la ordenación amistosa de los fenómenos naturales. Y hasta con el mundo abstracto de las matemáticas existen unos números llamados amigos.

Sin amistad no hay deporte, sin amistad no hay amor. Si hiciéramos del amor un deporte veríamos como no solamente necesitábamos a nuestros contrincantes, sino que tanto el deporte en solitario, como el hombre o la mujer que se aíslan, nos parecería limitaciones, mutilaciones que reflejan un egoísmo narcisista un tanto anticreador.

Inclusive los deportes en solitario como el alpinismo, necesitan a la vuelta de la proeza alguien que esté esperando a la persona que ha realizado la hazaña  para abrazarla con un poco de amistad. Y hasta en los deportes más violentos, como es el boxeo, el enemigo y el público son casi siempre unos amigos que quisiéramos conquistar, aunque sea a fuerza de golpes.

Creo que algunos hombres manchegos necesitan entender que una mujer, una esposa no deben ser solamente un oscuro objeto de su deseo carnal, sino un clarísimo objeto para su amistad. Si a tu esposa no la tienes amistad, abandona tu voluntad de emparejarte amigo mío, porque estás haciendo de esa hermosa alianza que es el matrimonio, un oficio rutinario, una negación de lo que es la verdadera vida, y te estás mintiendo a ti mismo, que es lo último que el ser humano debe hacer.

El líder negro norteamericano Martin Luther King pronunció hace años un discurso muy famoso que empezaba como sigue: “I have a dream”. El sueño de este partidario de la no violencia era que un día podrían convivir amistosamente blancos y negros en su país, y se pondría así fin al racismo que envenena a la sociedad norteamericana. Tomelloso es, a mi entender, uno de los pueblos que conozco donde lo que puede ser nuestro racismo, la diferencia de clases, parece no existir. Desde fuera la gente ve que todo el mundo se saluda cuando se encuentra en la calle, y es así que los forasteros piensan que todos somos amigos por encima de nuestra clase social. Quizás sea esto porque compartimos un mismo sueño, que es el sueño de nuestra tierra, nuestros vinos, nuestro orgullo de tomelloseros. Por eso me parece muy absurdo oír a veces comentarios despreciativos de una clase hacia otra en este pueblo. Y todos nos deberíamos aplicar el refrán que dice: “No busques por amigo al rico ni al noble, sino al bueno aunque sea pobre”.

Vivir de sueños no es necesariamente el mejor consejo que se le puede dar a nadie, pero yo creo que no tener un sueño para compartirlo con alguien es un síntoma de autodesprecio y complejo de inferioridad. Especialmente los jóvenes sin ningún sueño, sin ambiciones, sin metas, me producen particular tristeza, porque si los jóvenes no fraguan algún sueño, nuestro futuro se derrumbará muy pronto ante nuestros ojos. 

Yo, que estoy incondicionalmente a favor de la juventud, me permitiría pediros a los que estáis aquí que ayudéis con toda vuestra fuerza a los jóvenes de Tomelloso, haciéndoles vuestros amigos para que éstos se creen algún sueño. Pero no se trata de que cada uno de nosotros queramos imponer nuestra idea de lo que el futuro tiene que ser para los jóvenes, sino que sean ellos mismos los que descubran sus propias ambiciones y que nosotros sólo seamos el instrumento para que las puedan realizar.

Mi sueño particular está materializándose ahora mismo, porque después de casi treinta y cinco años de estar dando vueltas por esos mundos de Dios fuera de Tomelloso, retorno a mi pueblo, como arrastrado por un imán, el imán de la amistad hacia esta tierra y hacia su gente. Por lo tanto, debo dar las gracias a los que me han invitado a participar como mantenedor en la Fiesta de las Letras (fiesta que, precisamente, tiene la misma edad que yo, 37 años. Gracias a esta invitación que me habéis hecho se cumple y se cierra un largo proceso de retorno a mis raíces. Ahora sé quien soy, por donde voy y hacia lo que voy, porque yo ya soy parte integral de un sueño llamado Tomelloso, de sus calles, de sus casas, de sus gentes y sus vinos, de su aire.

Quiero ahora contaros un breve cuento de ese largo recorrido de 37 años que me ha traído aquí hoy.

Aquel niño era yo

Erase una vez un niño asustadizo, vago, no muy listo, que andaba entretenido siempre haciendo cosas inútiles, sin interés.  Jugaba a juegos raros, se pasaba horas muertas mirando la naturaleza, el cielo, y lo único que le gustaba era estar siempre con sus amigos, como si para él existieran solamente ellos, sus juegos y sus sueños.

Un día del año 1949 nació este niño torpe en el número 60 de una calle llamada Mayor (ahora García Pavón), pero que todo el mundo conocía y sigue conociendo como la calle del Charco. Su padre hacía parte de una familia cuyo apodo era “pluma”. A este niño se lo llevaron a Asturias. En un tren enorme atravesó campos inundados y él, que venía de una tierra muy seca, vio cómo el agua llegaba a las ventanillas de su tren. Después vio la nieve, que él desconocía, unos árboles que tenían erizos y dentro de esos erizos había una castaña. Durmió en casas oscuras, rodeadas de bosques, de animales.

Aquellos días asturianos fueron duros para su padre, que trabajó en las minas de carbón,  y para su madre y se hermano , que vivían modestamente en una vieja casa en el monte.

Pasó el tiempo y de nuevo trajeron a este niño a la casa donde había nacido. Pero muy pronto le volvieron a sacar de su pueblo, para llevárselo esta vez al sur, a un lugar de Jaén llamado Linares. Su padre entró en otras minas; ahora ya no era carbón sino plomo lo que sacaba. Su madre trabajaba  también en lo que podía.

Este niño seguía siendo perezoso y estuvo en la Escuela Nacional, donde le daban leche en polvo y queso americano; y también estuvo en interminables escuelas de pago. Sus maestros eran muy peculiares: un tal don Pedro le pegaba unos correazos que le dejaban las manos ardiendo; otro de ellos se pasaba la vida jugando al ajedrez por correo; y un tercer maestro era tan atrevidamente mariquita, que por las mañanas se aparecía en el salón de clases vestido con una bata de seda china.

Como se niño, que era yo, no estudiaba mucho, y nunca sabía nada de lo que tenía que hacer, resultó que todos sus maestros tuvieron el honor de pegarle palmetazos, tortazos, correazos, varazos, cocotazos y hasta patadas en el culo. Pero a él no le importaba para nada  todos los porrazos que recibía, y cuando salía de clase se iba a robar membrillos, o a buscar chatarra para irse al cine con sus amigos.

Su pueblo a él le parecía maravilloso , como un pueblo de cuento de hadas, pero que en vez de haber príncipes y princesas encantadas, lo que había era unos señores llamados gañanes, con unos rostros extraordinarios y tristes, con unas manos enormes y fuertes, que iban al trabajo con pañuelos en la cabeza, que hablaban poco, pero cuando hablaban daban unos gritos increíbles, algo así como si todo el mundo estuviera sordo o como si estuvieran todos muy lejos, los unos de los otros. 

Las mujeres de su pueblo estaban casi todas vestidas de oscuro y parecían estatuas griegas pintadas de negro. Las veía despertarse muy temprano para hacer la compra, para barrer las puertas, o para trabajar. En aquellos tiempos las mujeres sabían escardillar, espampanar, vendimiar, amorterar, descubrir las viñas. En los melonares podían clarear, escuajar, y coger los melones. A veces las mujeres también sembraban y segaban. Y las más fuertes, “las terreras”, sacaban la tierra de las cuevas que se construían en el pueblo.

Pero cuando llegaba el mediodía, en la plaza solo había hombres con blusas negras, y unas boinas también negras. Aquel niño que era yo se preguntaba por qué un pueblo tan blanco, con una luz casi cegadora, sus habitantes se vestían todos de oscuro. Era como vivir dentro de una fotografía en blanco y negro. 

También llegó a pensar que los habitantes de su pueblo eran curas y monjas encantadas, como en un cuento de hadas para mayores, y que por eso todos se llamaban hermanos entre sí. “El hermano Lorenzo se ha muerto”, “la hermana tal se ha ido a operar a Madrid”, “el hijo del hermano tal se casa”…Tomelloso era como un convento para aquel niño de entonces.

Aquel niño que era yo, volvía siempre a un pueblo sin antenas de televisión y con una estación de trenes. Era un pueblo con mulas, con carros, con bicicletas, sin neveras, sin semáforos. Allí estaban sus tías que lo mimaban como un niño bobo que era. Estaban también su abuela y su abuelo, que seguía sentado en el patio, debajo de la higuera, junto al pozo haciendo unas cosas raras de esparto. Su abuelo que casi nunca hablaba, no necesitaba reloj, y con solo mirar al sol le podía decir la hora.

Este niño tenía otro abuelo que se llamaba Moisés, un “pluma” era alto y hermoso como un profeta o un patriarca. Él lo quería mucho y por eso, cuando le dijeron que se había muerto, él no se lo creyó, y siempre pensó que su abuelo estaba vivo en algún lugar, y todavía hoy sueña con él y le escribe poemas.

Pasaron los años y los ojos de este niño se fueron abriendo  y veía cosas extrañas a su alrededor: gente que lloraba, nacimientos y muertes sin explicación. Un día le llevaron a una escuela de  jesuitas para que aprendiera un poco de todo y también algo de mecánica. A él, naturalmente, no le interesaba nada, sólo su clase de dibujo parecía divertirle.

Este niño era tan torpe, tan torpe, que cuando tuvo que aprender a ayudar a decir misa en latín no supo hacerlo, y cometía tantos errores que los curas de su escuela le dejaron por imposible.

En esta escuela de jesuitas en Linares, conoció los primeros martirios de la gramática. Tenía un profesor de Lengua que le sacaba a la pizarra, le hacía escribir una frase cualquiera y le decía a los estudiantes de su clase: “Cuenten a ver cuántas faltas ha hecho Dionisio González Cañas en la frase  que ha escrito”. Había más errores que palabras. Todo el mundo se reía de él, y él cada vez le tenía más miedo a la gramática.

Más tarde otros trenes se llevaron a este niño al norte de Francia, Antes estuvo muchos meses en su pueblo. Él tenía unos diez años y fue entonces cuando más amigos hizo en Tomelloso. Pero él quería irse a Francia, porque su padre le había enviado unas tarjetas preciosas de París, después descubriría que las cosas no eran tan bonitas como las pintaban.

La gente allí hablaba otro idioma, y él no entendía nada de nada. Tuvo que entrar en la escuela de nuevo y le pusieron con los niños más pequeños también, extrañamente, hablaban a la perfección el idioma que él no entendía. Como él era ya un adolescente, cuando se tuvo que sentar en los pupitres designados para los niños, él no cabía. Era ridículo verle con las piernas por encima del pupitre. Todos los niños se reían de él, pero a él, la verdad, que no le importaba nada, porque seguía siendo tan tonto como cuando vivía en España. A pesar de todo, aprendió rápidamente el nuevo idioma.

A él le había dado por pintar y le pedía a su madre las sábanas viejas para hacer lienzos y pintar cuadros. Por aquellos tiempos, a aquel niño que era yo, no le interesaba en absoluto la literatura y su hermano mayor, que leía una barbaridad, le metía los libros por los ojos. Aquel niño lo que quería era ser pintor y pintar, la verdad que pintaba bastante mal.

Pasaron muchos años y muchas cosas que no son dignas de ser contadas aquí. El niño se iba haciendo un hombre, pero dentro de él siempre había un niño oculto escondido. En el fondo él nunca ha querido crecer, siempre le ha parecido que la infancia permanece viva, y cuando está solo, aunque es muy mayor ya, cierra los ojos y vuelve a su infancia, a sus amigos de la calle Mayor. Este miedo a la madurez le jugaría algunas malas pasadas, pero también le facilitó el poder descubrir el poeta que llevaba dentro.

Aquel niño que era yo se convirtió en este hombre que les habla ahora y, aunque gracias a la poesía tengo un corazón infantil, ya he perdido toda inocencia. Pero en verdad en todo poeta siempre hay algo de inmadurez infantil, del mismo modo que tiene algo de la mujer y algo del hombre, algo del diablo y algo del santo. Ser poeta significa gozar y sufrir intensamente la vida. Por esta razón un poeta sin amigos es un ser peligroso, porque como vive siempre de una forma extremada la alegría y la tristeza, puede jugarse la vida, si no tiene buenos amigos, en uno de sus excesos. Yo puedo decir que he encontrado en esta feria de Tomelloso esa intensidad que siempre busco y, también algunos amigos  que me han acompañado.

Mi descubrimiento de la poesía coincide con varios acontecimientos que fueron de una extraordinaria importancia para mí. Primero los hechos históricos de mayo de 1968 en Francia; segundo la muerte de mi padre un año después,  y tercero el descubrimiento de la poesía gracias al que sería ya para siempre mi mejor amigo, el profesor y crítico cubano José Olivio Jiménez.

Cuando ocurrió lo de mayo del 68 en Francia yo era un joven idealista, que estudiaba arte y trabajaba en una fábrica para pagarme mis estudios. Estaba yo por aquella época muy politizado. Los meses de huelgas, de ocupaciones de fábricas, de manifestaciones, los viví intensamente. Después vino el gran desencanto y, para mí, mi total desligamiento de la política. Entonces decidí hacerme lo que en aquel momento estaba de moda, un “hippy”. Dejé mi trabajo, y vine a España casi como un vagabundo. Tenía un pelo larguísimo y me vestía de lo más raro. Esto me costaría bastantes malos ratos a mí y mi familia en Tomelloso donde, por entonces, todo aquello que se salía de lo normal era muy criticado. Ahora las cosas han cambiado mucho en este pueblo, y la prueba es que yo, sin ser santo, estoy aquí de mantenedor.

Me enamoré de una joven señora llamada poesía

Tomelloso se fue llenando de antenas de televisión, de coches, de tractores, de semáforos. Las mujeres de este pueblo ya no se vestían solamente de negro, y en lugar de trabajar en el campo o ser solamente amas de casa, se hacían cada vez más independientes, más fuertes. Y en verdad que uno de los fenómenos más admirables y esperanzadores  es ver la energía creadora, la fuerza ideológica, que se nota entre las nuevas mujeres de Tomelloso. Yo apuesto totalmente por una futura alcaldesa en este pueblo; entonces sí se podrá decir que Tomelloso se ha liberado del todo. 

Cuando se murió mi padre yo me enamoré de una joven señora llamada poesía. Esta chica me fue presentada por un amigo que vivía en Estados Unidos, que sería el que descubriría en mí las modestas posibilidades que tenía. Pasado el mal trago de la mili me fui a Nueva York enamorado. Allí hice todos mis estudios, a la vez que trabaja. Allí escribí mis primeros poemas, mis primeros ensayos de crítica y mis primeros artículos periodísticos. Aprendía a amar la poesía como si fuera una amiga, a criticarla como se critica a un buen amigo, a sufrirla, a verla aparecer y desaparecer de mi vida y, sobre todo, a respetarla como algo sagrado. Vicente Aleixandre me ayudó a publicar mi primer poema, y entonces conocí y me hice amigo de los mejores poetas de la España actual.

En Nueva York también me he hecho buenos amigos y amigas, pero allí las cosas no son tan fáciles. El mundo americano desconfía de la amistad, más bien le tiene miedo. En los Estados Unidos aplican al pie de la letra el refrán que dice: “De los amigos me guarde Dios, que de los enemigos me guardaré yo”; por eso no quieren tener amigos. Yo, por el contrario, prefiero el otro refrán que dice: “Bueno es tener amigos, aunque sea en el infierno”. Y la verdad que mis amigos son de todo tipo: vagabundos, truhanes, clérigos, negros portorriqueños, artistas, intelecturales y hasta tengo amigos millonarios.

Cada vez que vuelvo ahora a Tomelloso lo que más me gusta es venir en autobús. Cuando en la calle Tortosa de Madrid compro el billete ya sé que estoy en mi pueblo. Al subirme siempre tengo la impresión de que entro en una caja de cristal donde se guardan los recuerdos de mi infancia. La gente que lo toma se miran los unos a los otros como tratando de buscar entre ellos un aire conocido: “Asustaperras, bocasable, bocafragua, bolo, culo hierro, chino, vilán, habanero, juaninas, miracielos, mil hombres, mano gato, morros de hostia, ojos de cabra, ojo soga, picatoste, pescuezo bandurria, pico gallina, segundo dios, tetudo, mierda colá, ventiscas, zurdo”; y por fin la gente se dice mirándome, este es “pluma”, puro “pluma”.

Y en verdad todos tenemos aquí una remota relación sanguínea con alguien de Tomelloso y, en general, los auténticos tomelloseros están casi bíblicamente relacionados con las familias fundadoras de este pueblo. Pero los que como yo hemos salido de esta caja de cristal que es Tomelloso, volvemos vestidos de una forma diferente, hablando ya quizás de otra manera, actuando de otro modo. Aunque siempre hay una secreta conexión con nuestras raíces y un rasgo en la cara, unos ojos que recuerdan otros ojos, una sonrisa que recuerda otra sonrisa: y a verdad, que da gusto sentirse de nuevo como en casa.

Yo, a la vez, reconozco en el autobús ese habla atropellada de mis paisanos que ponen énfasis en las vocales o en las palabras menos importantes de la conversación. Le dan tantos matices a una sola palabra (acompañada de una gesticulación exagerada) que uno tiene la impresión de que podríamos hablar con sólo usar unas cuantas palabras del diccionario y muchos gestos. Tres de esas palabras con cansino, arrea y leche. Entre decir cansino a secas y cansiiiiino, prolongando la “i” hasta el infinito, hay toda una riqueza expresiva extraordinaria muy típica de Tomelloso.

Pero para mí entrar en el autobús de Tomelloso es como entrar en el tiempo, en un reloj que me dice que estoy envejeciendo. Mi punto de referencia es el chofer –bueno, uno de ellos, que aunque no sé su nombre le reconozco siempre-. Yo he visto a este hombre pasar de ser un joven atractivo airado, con unos ojos que parecían querer comerse el mundo, a ser un señor barrigón, con el pelo blanco, los  dientes sucios y cada vez más escasos. Cada año, cada viaje mío aquí lo iba asociando con una nueva arruga en su rostro, con una nueva cana en el pelo, con unos cuantos kilos más en la barriga.

Este hombre, sin saberlo, se ha convertido para mí en un calendario privado, porque viéndole a él cada vez que tomo el autobús en la calle Tortosa, me digo a mi mismo: “Dionisio, te estás haciendo viejo”. Cuando este hombre muera, si no muero yo antes, estoy seguro que me pondrá triste su desaparición, como si se me hubiera muerto un amigo”.

Como dice el refrán que “al amigo y al caballo, no cansadlo”, y ya que todos vosotros sois ahora mis amigos, voy a acercarme al final de esta charla, para no ser demasiado cansino.

“En Nueva York siempre hablo de Tomelloso ”

Observando, contemplando, a este pueblo y su gente, he aprendido mucho más que en los centenares de libros que he leído. Vuelvo a esta tierra cada vez con más afán y amistad por lo que representa para mí. Casi con un instinto animal necesito saber que aquí viven familiares míos, que aquí están mis muertos, que aquí están mis amigos. El olor de las viñas, el color de la tierra, el sabor de su vino me dan energía suficiente para aguantar con serenidad las embestidas de la vida diaria en Nueva York.

En los últimos años en Tomelloso me he hecho amigos que ya forman para de mi vida. Mi hermana, mi cuñado y mis sobrinos, que para mí eran antes sólo familia, son ahora verdaderos amigos. Un cura llamado Valentín que, como yo, está enamorado de la poesía, mis conversaciones con este cura humano, han sido siempre un aliciente intelectual y espiritual. Y el día que se vaya de este pueblo será como si nos quitasen los portales. Pepe Carretero, un poeta y pintor joven que admiro. Luis Serna hijo, que me abre las puertas de su cueva cada vez que vengo aquí con alguien. Víctor el carpintero, que hemos  tenido charlas sobre este pueblo muy iluminadoras para mí. Vicente, Godo, Celedonio y Ricardo con quienes  he compartido más de una caña y más de un vaso de vino, muchas conversaciones superiores a los  libros de filosofía, y algunas experiencias que me han hecho conocer Tomelloso más a fondo.  Pepe Torres, que desde el púlpito negro de su bar podría darnos algunos sermones sobre la hipocresía sexual en nuestro pueblo.  Los camareros del Bar Alhambra, que son como dioses, porque lo ven todo y todo lo calan. Y muchos amigos más que han ido apareciendo en estos últimos días,  como Manolo el de Don Casildo, que sé que me puede comprender mejor que muchos tomelloseros. Pero mi mejor amigo, el amigo más amigo y fiel que me he hecho últimamente, ha sido el mismo pueblo de Tomelloso.

Por esta razón, en Nueva York, que a fin de cuentas es como un Tomelloso con casas más grandes, siempre menciono a este pueblo. En fiestas, reuniones, exposiciones, hablo con pasión de Tomelloso, porque es un pueblo, que aunque no lo creáis, está de moda. Decir Tomelloso es decir un lugar singular, donde salen pintores, poetas, narradores, diseñadores, peluqueros. A tal punto Tomelloso engendra artistas, que alguien una vez me dijo “pero bueno, es que ahora resulta que todo el mundo es de Tomelloso”. Lo que ellos no saben es que quizás sean sus campesinos, sus obreros, lo que más me emocionan en Tomelloso. Yo he visto rostros de gañanes en el amanecer más rotundos y hermosos que una catedral. Y he visto caras de mujeres más expresivas e interesantes que un cuadro de Picasso.

Pero este pueblo no es solamente un orden feliz donde calles, plazas, parques e instituciones se organizan para nuestro beneficio. Este pueblo es también sus pobres, sus marginados. En Tomelloso, a la sombra de sus familias ricas, de su próspera clase media, están algunos menos agraciados por la fortuna que hay que considerar amigos nuestros. Junto a sus intelectuales y artistas están nuestros analfabetos que poseen una sabiduría popular admirable. Junto a nuestras madres de familia, nuestras beatas, están nuestras mozas viejas y nuestras Marías Magdalenas del Canal, que también merecen nuestro respeto. Frente a la vida conyugal hay que admirar otros que prefieren vivir en solitario. Frente a la sexualidad más común que es considerada como normal, hay que tener en cuenta las otras preferencias sexuales, no como aberraciones morales o psicológicas, sino como lo que son: otras formas de gozar el cuerpo. Si queremos que nuestros hijos, que nuestro pueblo, sea más libre y ejemplar, hay que enseñarles a estos hijos una total tolerancia y un respeto incondicional para todos.a

En la poesía he aprendido ese respeto que nos debemos todos, los mayores hacia los jóvenes, el ateo hacia el religioso, el hombre hacia la mujer. Respetar no significa perder la capacidad crítica que es necesaria para el crecimiento del individuo, sino el evitar convertirse en “malas lenguas”, en “chismes”, que es algo que siempre ha amenazado a Tomelloso. Con sólo pensar que esa persona que criticamos podría ser hermano o hermana nuestra, con sólo considerar por un momento que aquel o aquella que “maldecimos” puede ser una persona querida o una amiga, nos daríamos cuenta que el rechazo arbitrario y la falta de humanidad, son una mutilación para nuestra personalidad.

El sólo valor supremo es el derecho a vivir la vida como queramos, sin imponerle a nadie nuestra interpretación de la existencia o nuestros gustos. Yo he sentido que en los últimos años en Tomelloso hay una mayor tolerancia para todo y para todos: por eso es por lo que estoy esta noche aquí.

No me queda nada más que decir sino que para mí la vida es celebración, el amor es celebración, celebración es el trabajo, la familia, la religión, la política, el arte, la poesía. Porque cuando siento que no celebro lo que hago me estoy engañando a mi mismo. Y cuando no celebro el cuerpo con que hago el amor, los amigos, el mundo en que vivo, no me reconozco a mí mismo.

Por eso hoy celebro lo que para mí es mi única religión, mi único partido, mi única familia, mi única patria, la Amistad: para mi Tomelloso representa esa amistad. No es de extrañar , pues, que la amistad se confunda con el sentimiento amoroso, porque en verdad yo estoy enamorado de Tomelloso.

 


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