Opinión

La Fiesta de las Letras (algo más que un “fin de raza”)

Ángel Olmedo Jiménez | Miércoles, 30 de Agosto del 2023
{{Imagen.Descripcion}} Mantenedor y autores premiados del XXXIX Certamen Literario "Fiesta de las Letras" Mantenedor y autores premiados del XXXIX Certamen Literario "Fiesta de las Letras"

Existe una idílica (y casi inextricable) comunión en aquellos contados supuestos en los que la gente, de modo rituario, se congrega para mayor exaltación (y festejo) del arte y la cultura. 

Algo complicado de explicar y al que, seguramente, el apelativo “fin de raza” no le termine de hacer (pacífica e íntegra) justicia.  

Una suerte de cordón umbilical que imbrica al ser humano actual con su antepasado, paleolítico; aquél que se reunía para compartir historias al abrigo del fuego.   

Y la importancia, quizá, se encuentre, de modo diferencial, en el ámbito colectivo.   

En tiempos como los actuales, en los que, excepción hecha de los eventos deportivos y las corridas de toros, el éxtasis colectivo se ve preterido por un disfrute individual (las más de las veces, onanista y enfrentando a un dispositivo que reproduce imágenes, inmisericordemente, ante nuestros ojos).   

Ahora que el bombardeo publicitario nos exige no solo ser felices a cada instante, sino publicitarlo a los cuatro vientos. Ahora que, por imperativo social, nuestra satisfacción se mide en pulgares (digitales) bautizados como “likes”.  

Ahora, tal vez más que nunca, resulta urgente, curar (con celo y mimo de cuidador de una especie en peligro de extinción) nuestra (un plural mayestático que peca de más de orgullo que de propiedad) Fiesta de las Letras.  

Porque, como habrán adivinado, el fuego que arropa esa alzada reunión de la Fiesta de las Letras no es otro que la palabra e impone atención para que no sufra por las acometidas de vientos o aguas (entiendan que prefiera la metáfora a la comparación para definir esos malevos agentes que pudieran apagar la cálida llama).  

La articulación embellecida de la expresión oral (especialmente) que evoca (olores, latidos), transmite (emociones, miedos), rememora (nostalgias, pasiones), idealiza (amores, lugares), conjura (conductas, ánimos), exorciza (fantasmas, súcubos) y, por supuesto, y no menos importa, relata (todo).  

Son setenta y dos ediciones de este (ineludible) juego floral que define y corona la semana festiva de Tomelloso. Pocos serán (quizá el decano José Luis Albiñana, nuestro Pona [al que le llega un reconocimiento tardío. pero no inmerecido]) los que puedan presumir de haber participado (fiel grey de un dios mundano, pero no por ello menos alabado) en todas sus sucesivas apariciones (y ustedes me aceptan el retruécano algo creyente).   

Presumamos de mantener(nos en) esta bohemia; un selecto club de “fin de raza” que apuestan, aún, por permanecer (ávidos y expectantes) en una asociación común de intereses intelectuales, deseosos de que el milagro se produzca y romper sus palmas con aplausos ante el efectismo del hecho creativo ajeno, que se torna en global, al revelarse en público.  

No descuidemos, jamás, la presencia del fuego.  

Feliz Fiesta de las Letras a todos esos “fin de raza” superlativos y cualificados.   

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