Puede parecer descabellado, sin embargo, el idioma o el lenguaje es
comparable a cualquier ser vivo. Como
ellos, nace o brota, crece, se desarrolla, decae o desaparece y, a veces,
muere.
De la misma manera que las células se transforman en tejidos, neuronas,
músculos, tendones, venas, arterias y fluidos, el lenguaje o el idioma se
conforma a través de vocablos, frases, expresiones, poemas, relatos y todo tipo
de géneros que contienen la literatura y la jerga popular.
A mí me gusta comparar las rarezas de los localismos como si fuesen un
antojo, un angioma o un capricho de la piel, una singularidad del habla popular
que nos sitúa e identifica en una
geografía determinada. Y, aunque desgraciadamente, están desapareciendo por
falta de uso, me encanta escuchar las voces que todavía dicen chache, cheche,
cachera o jacho, aunque no empatizo con el significado de este último, pues el
comportamiento de un jacho es comparable a ser un fanfarrón, brabucón, chulo y
bastante fantasma. Qué decir de la expresión ¡arrea! como muestra de sorpresa,
asombro o admiración y que en nada se parece a lo que dice la RAE. Voces que
desaparecen lentamente a través de generaciones, aunque al menos nos queda la
esperanza de que permanecerán en la memoria de los pueblos.
Igualmente, la lengua muta, evoluciona y se transforma añadiendo
expresiones de otros idiomas, como los anglicismos. Términos como catering,
chat, blog, christmas o camping, por poner un ejemplo, son un signo evidente de
la globalización del lenguaje. No obstante, es recomendable no utilizarlos en
exceso, sobre todo, cuando podemos emplear una palabra de nuestro idioma que
significa lo mismo. Con su abuso nos pueden tildar de excéntricos y pedantes
con razón.
El lenguaje crece, pero también merma cuando dejamos de utilizar
determinadas palabras, tanto, que algunas pueden llegar a desaparecer por
desuso.
A veces, escuchando los diálogos de las películas o en piezas de teatro
me sorprendo por la riqueza de las conversaciones, porque en la rutina
cotidiana no cabe esa fertilidad de vocabulario, pues cada vez empleamos menos
términos para comunicarnos con los demás.
Tengo un buen amigo que, sobre este déficit, suele decir que él, en
cuanto al lenguaje, prefiere el máximo común divisor, y eso que confiesa no ser
muy bueno en matemáticas. No obstante, me aclara que utiliza el mínimo común
múltiplo cuando coexisten varios idiomas y uno de ellos sirve para que
dialoguen todos los hablantes.
Otra cosa distinta es la lectura. Allí en los libros, en los poemas, en
las novelas o relatos, el idioma suele ser generoso y florido. Leyendo
cualquier libro puedes encontrar palabras extrañas o que han quedado arrumbadas
y que apenas usamos. Será por eso que ahora me ha dado la manía de marcar y
subrayar palabras, frases y diálogos que me llaman la atención por su rareza o
porque definen ideas y conceptos dignos de considerar.
Por ejemplo, el otro día, entre las muchas anotaciones, marqué
claramente el vocablo "martingala" en un libro de Javier Cercas que
se titula "No callar". Bueno, no exactamente, porque confieso que
rotulé toda la frase donde estaba repetida esta palabra, y que dice así: <<
Cualquier martingala es legítima para cambiar una dictadura por una democracia;
dentro de una democracia, las martingalas no son solo ilegítimas sino -sobra
decirlo- antidemocráticas >>. El contexto de la frase en cuestión
lo sitúa el escritor comparando la época de la Transición -un periodo histórico
que supuso el desmantelamiento del franquismo por Adolfo Suárez- con la
evolución del proceso de secesión de Cataluña.
Por supuesto que entendí el significado y lo que deseaba expresar el
autor, aún así, no dudé en acudir al diccionario para confirmar que,
"martingala", tiene como sinónimos términos tales como: argucia,
triquiñuela, treta, truco o marrullería.
Ni que decir tiene que las martingalas siguen existiendo en muchos
ámbitos, y que la política no es ajena a esta práctica. Evidentemente, en la
pugna por el poder ninguna ideología es inocente, y todas utilizan en mayor o
menor medida todas las artimañas a su alcance para conseguirlo.
Igualmente, el eufemismo, que es un vocablo pariente cercano de la
martingala, es utilizado en demasía por los medios de comunicación. Me repatea
cuando cada mañana escucho las noticias en la radio diciendo, un día sí y otro
también: << A estas horas existe una "incidencia" en la
linea C-4 de cercanías que provoca retrasos en los trenes >>. Eso, en realidad, supone que cientos de
trabajadores llegarán tarde a su trabajo, además de causarles malestar y
desasosiego, ¡como si no tuviesen ya bastantes preocupaciones!.
Una incidencia -de incidente- es tratar de suavizar la palabra
“problema” en un intento de despistar o confundir a los ciudadanos. Ya está
bien de tantos subterfugios y disimulos, los problemas de la gente hay que
tratar de resolverlos. Pero resolverlos bien, no utilizando martingalas, ni
siquiera con el lenguaje.
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Viernes, 3 de Mayo del 2024
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