Hay trenes que pasan todos los días, cada dos horas y media
y cada media hora y cada cuarto y mitad. Se sube la gente sin hacer muchas
fiestas, pues conducen a la oficina, donde pocas veces ocurren maravillosos imprevistos.
A los que pasan una vez en la vida se apuntan, nada más, unos pocos, ya que es
necesario ser atrevido y tampoco es que nos azote la urgencia. Son los trenes
de largo recorrido, con destino incierto y apeaderos inhóspitos, repletos de
arrepentimientos.
—¡Y si me hubiera subido!
—¿Para acabar como aquel? ¿Solo y humillado? ¿Conforme con
algo peor de lo que ya entonces tenía?
—¡Pero otros llegaron a buen puerto! Supimos de su éxito, en
boca de alguien que regresó para contarlo.
Olvídense. Lo de arriba no es un problema para las almas que
habitan en La Mancha. Por aquí no abundan los trenes que pasan todos los días
y, los de largo recorrido, parecen exhaustos y hartos de portar sueños que se
rompen al primer cambio de agujas. Prefiero verlos pasar y pensar que aún no ha
salido el tren que deba coger. Y, para «Tren de largo recorrido», me quedo con el
bar que a gala lo luce por nombre. Que mi amigo Carmelo sabe bien de lo que
hablo.
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Viernes, 9 de Mayo del 2025
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