Aquel hombre había gustado
de dar repaso a su historia,
de revivir su pasado
trayéndose a la memoria
lo que en antaño ocurriera,
a sí mismo o al amigo,
al vecino o a cualquiera,
o hubiese sido testigo
de algún concreto suceso
que luego él lo narraba
en despacio y con exceso
a quien con gusto escuchaba.
Tenía tela que cortar
y sapiencia al realizarlo,
era un experto en hablar
y era un deleite escucharlo;
esa era la herramienta
de la que más se servía,
que la gente estaba atenta
pendiente de lo que oía.
Así pues cada mañana
encontraba gran audiencia,
y con saber, y con gana,
que ya tenía experiencia,
les hablaba del pasado,
de alguna vieja costumbre,
y aunque hablaba con agrado
se le apreciaba quejumbre.
Para aquél a quien gustase
era agradable el oírle
y que además se alegrase
que era lo preferible.
Contaba cosas curiosas
y otras archisabidas,
ocurrentes o graciosas,
o muy poco conocidas,
pero lo que prefería,
con lo que tenía más gozos,
era cuando refería
eso de sus tiempos mozos.
Y con un gran entusiasmo
decía cosas de estas,
que casi daban un pasmo
o enderezaban las crestas:
—Recorrían los caminos
las costumbres de la vida,
iba el aire a los molinos,
iba la sangre a la herida,
el trabajo a los talleres,
al trigal el segador,
a ser felices los seres,
y las mozas al amor;
casi nadie era holgazán,
se respetaba al abuelo,
comer un cacho de pan
era haber probado el cielo.
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Martes, 28 de Enero del 2025
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