Opinión

Cui prodest?

Joaquín Patón Pardina | Sábado, 17 de Febrero del 2024
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Estoy en la puerta de la cafetería de nuestros amores esperando a mi amigo para la tertulia del viernes.

El febrero de este año no envidia a sus hermanos pasados en cuanto al clima, no puedes salir de casa sin ropa de abrigo, aunque te sobre a medio paseo.

Ciri ha vuelto la esquina y se aproxima con paso rápido como siempre, viene embutido en su gabardina desabrochados los botones cercanos al cuello y con la gorra de costumbre, la cual se quita al entrar en el establecimiento. «Por respeto a los presentes y por mandato del refrán: Bajo cubierto la cabeza descubierta» me dijo una vez al preguntarle por qué acostumbraba a hacer esto. En ese momento me descolocó, pero si mi amigo lo dice, debe ser así.

Humeante el café. Calientes las magdalenas. Ojos golositos (como la canción infantil de la “Pastora y el Gato”) en las dos caras nuestras. Durante unos minutos en silencio.

Ciri da un sorbo corto al café, se pasa la servilleta de papel por la boca eliminando cualquier resto de espuma, me mira a los ojos y dice:

—Cui prodest?

—¿Cómo dices? Repite, porque no te he entendido.

—De vez en cuando te haces el sordo —me responde con un gesto de mohín—, te tengo calado, cuando necesitas tomarte un tiempo para pensar, te haces el sordo. Sonrío porque es así, únicamente dudo a qué querrá aplicarla—. Conoces perfectamente la frase muy famosa, por cierto, del español Lucio Anneo Séneca en la tragedia “Medea”. Lo estudiamos en clase de Filosofía en el instituto. Debes acordarte.

—Evidente que me acuerdo de la frase completa: «Cui prodest scelus, is fecit» Su significado es clave en las investigaciones policiacas de robos y asesinatos, además la he visto escrita en una novela que se llama “El carrusel de la feria”.  Lo que no sé es a cuento de qué la recuerdas ahora.

—Has visto, igual que yo en los informativos, la noticia del ataque de una lacha de narcotraficantes a otra de la Guardia Civil con el resultado de dos guardias muertos y otros dos heridos en el puerto de Barbate. Además, un grupo de gente desde tierra jaleando a los asesinos…. —la voz de Ciri se quiebra y le veo en los ojos unas lágrimas incipientes.

Le cojo el brazo y se lo aprieto cariñosamente, para que recupere la calma. Es un hombre de gran corazón y sucesos así lo machacan.  Respira hondo, toma un trago de café y prosigue:

—Estos días he dado mil vueltas al asunto y la conclusión siempre es la misma: «Homo homini lupus est». Tenía mucha razón Thomas Hobbes cuando la dijo, copiada de Plauto.

Está sembrado esta tarde mi amigo con las frases en Latín, pero mejor callo, no es momento para criticarle nada y menos para comentarlo en plan de broma. El tema es muy serio. Pienso en mi interior y continúo escuchando al compañero.

—De verdad te digo y sin generalizar. Muchas veces somos los mismos humanos quienes peor nos comportamos con los demás. Levantas la vista de tu alrededor y observas guerras, maltratos, sufrimiento. Somos depredadores contra nosotros mismos. Cuando la mayoría de personas estaban pensando en el carnaval y nada menos que en Cádiz, con el ingenio de las chirigotas, de críticas sanas a todo y a todos. Los desfiles trabajados hasta el extremo. Colorido, música, ambiente de fiesta.

Ciri se calla para tomar aire y serenar el ánimo, pero de inmediato continúa:

—Unos asesinos matan a sangre fría e incluso con saña como muestran las imágenes, a dos servidores del orden público que están cumpliendo hasta el límite con el trabajo, que les han ordenado y para el que están sobradamente preparados. Por eso son tan pesimistas mis pensamientos. ¿A quién aprovecha el ataque a estas personas y su asesinato? La respuesta es muy clara: Aprovecha a aquellos lobos que trafican con el veneno que son las drogas, para poder arruinar a multitud de familias y enfermar y matar a miles de gentes. Los dientes de estos lobos son más sanguinarios que los de las montañas.  Y no te engañes compañero, el dinero que ganan con ese negocio de muerte va a parar posiblemente a demasiados bolsillos de trajes con apariencia de impolutos.

Me he quedado perplejo, silencioso, con gran inquietud de ánimo. Qué razón tiene Ciri. Cuánta gente aprovechándose de este negocio demoníaco. Mientras el resto de la sociedad no aplaudimos como aquellos salvajes, pero con nuestra inconsciencia trabajamos el campo de cultivo viendo como normal el consumo de cualquier tipo de droga. ¡Qué pena!

Por primera vez en la historia de nuestras reuniones se nos ha quedado el café frío y las magdalenas a medio comer. Pienso que no hay inteligencia humana que pueda solucionar tal desastre. En este momento mi amigo sale del mutismo en que nos habíamos hundido y me dice:

—Esta actitud nuestra no es el camino. Vamos a pedir dos cafés nuevos y calientes.

Mientras nos preparan dos nuevas tazas prosigue el compañero:

—Tú y yo vamos a cambiar esta situación, mejor dicho, nos vamos a unir a los millares de personas que ya está intentando cambiarla desde multitud de posiciones. El modo es sencillo y de acuerdo a nuestras fuerzas: opinando lo que creamos justo, aconsejando a los jóvenes y niños que tengamos cerca, cooperando especialmente con asociaciones y movimientos expertos en educación y sanidad. Acuérdate del refrán: «Un grano no hace granero, pero ayuda al compañero»

Totalmente de acuerdo con Ciri, digo para mí. Me comprometo en lo que ha dicho.

 

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