Toca visitar la cueva de Pablo Andújar en la calle Hernán Cortés y nos recibe Lola, su esposa, que a sus noventa años presenta un excelente aspecto y se muestra de lo más hospitalaria y amable en su conversación. Al periodista lo vuelven a acompañar el último tinajero de la ciudad, José María Díaz, y la arquitecta, Ana Palacios, que con su cámara capta todos los detalles constructivos de esta joya construida en torno al año 1900. La fecha se calcula por el tamaño de las tinajas de barro.
Pablo Andújar, que falleció hace once años, era tío de Jesús Andújar, el actual presidente de la Asociación de las Cuevas de Tomelloso. Su mujer nos cuenta que su suegro adquirió la vivienda a la familia de “los rastrillaores”, muy conocida entre los agricultores de la ciudad.
La escalera presenta un primer tramo más estrecha y se enchancha a medidas que vamos bajando. Los peldaños están encalados, aunque el paso del tiempo ha hecho que la cal vaya desapareciendo y vuelva a aparecer la tierra. Descendiendo un poco más nos encontramos con una fresquera a cada lado, una de ellas contiene la pequeña tinaja del gasto. Una de las paredes está reforzada con un machón.
Pisando ya el suelo de la cueva nos sorprende encontrar una cueva que tiene 14,70 metros de largura, 6,20 de ancha y una altura de 6,50. Un muro de piedra revela que la cueva era mayor y que fue dividida. Contiene una fila de tinajas de cemento, cinco, y otra con tinajas de barro, nueve. Las de cemento son de 450 arrobas de capacidad, y fueron construidas a principio de los años 40 por José María Díaz Benito, que deja el sello inconfundible de las molduras. Las de barro son de 300 arrobas. El empotrado esta inacabado, sin balaustre, aunque en uno de los rincones aparece parte de esa barandilla que no se llegó a colocar. José María explica el proceso de elaboración del balaustre que llevaba una pequeña estructura de alambre por dentro.
El techo está en la tosca en una zona donde presenta abundante grosor. El techo está horadado por dos lumbreras de desgarre trapezoidal que enseñan las distintas capas del terreno. En la parte del desgarre más próxima a la luz ha salido algo de hierba.
En las tinajas de cemento hay dos tapones, separados por unos 80 centímetros. En el suelo hay dos pozatas y una canalización que recogía el mosto en caso de derrame. Mirando de nuevo hacia arriba, nos cautivan los colores terrosos de una cueva en la que todavía quedan restos de ese humo con el que se combatía el tufo.
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