María Francisca Díaz-Carralero Rodelgo, conocida como “la ciega de Manzanares”, nació en Manzanares el 10 de octubre de 1818.

Sus padres fueron Juan Francisco y Francisca, procedentes de la localidad toledana de Tembleque. Desde su nacimiento fue invidente, y siendo muy niña, a los diez años, quedó al cuidado de su hermana mayor, Juliana Dïaz-Carralero.

La difícil situación familiar hizo que, desde muy pequeña, tuviese que dedicarse a mendigar para ganarse la vida. Pedía dinero y para ello se valía de unos versos improvisados de su creación gustándole conversar con transeúntes y viajeros que discurrían por la localidad. Era un personaje popular frecuente en las posadas del municipio o en la recién estrenada estación del tren.

Su capacidad de aprendizaje era máxima, pese a las difíciles circunstancias vitales en las que se desenvolvía. Así, como curiosidad impresionante, fue capaz de hablar en latín con gran fluidez. Lo aprendió en la calle escuchando, junto a una ventana, las clases que impartía un maestro. Este profesor, viendo el interés y las capacidades innatas de la joven la invitó a participar en sus clases, aunque ésta tuviera que soportar continuadas humillaciones, del resto del alumnado, por su condición de mendiga.

Ya mayor, a los 19 años, volvió a estudiar latín gracia a la ayuda económica prestada por el Conde del Valle de San Juna, Don José María Melgarejo Salamanca, y completando su importe con lo que podía ahorrar de las limosnas que recibía.

En Manzanares, la popularidad de Díaz-Carralero fue creciendo, ya no solo por quienes la conocieron personalmente sino, también, por las menciones que la prensa de la época hacía de ella. Es impresionante observar las referencias que ilustres viajeros como el escritor francés Alejandro Dumas, el filósofo inglés Willian George, o los periodistas y escritores españoles Modesto Lafuente o Juan Valera, dejaron por escrito admirándose por haber conocido a "la ciega de Manzanares".

Estos reconocimientos permitieron a la manzanareña viajar a diferentes lugares de España. Así, en 1850, realizó un viaje a Madrid asistiendo al Colegio Nacional de Sordomudos y Ciegos (que había sido fundado en esta ciudad en 1842). En esta institución aprendió, entre otras cosas, a reconocer las letras por el tacto (sistema Braille) obteniendo unas notas excelentes notas. Estando allí participó en numerosas veladas literarias a lasque asistían personas relevantes del mundo de la cultura y de la política, causando gran admiración con sus improvisaciones poéticas y su dominio del latín.

Fue tal la popularidad que alcanzó en la capital que los asiduos a las veladas literarias solicitaron una pensión de beneficencia para María Francisca a la mismísima Reina Isabel II. La reina se la concedió y los años como mendiga pasaron al recuerdo. La admiración que causaban sus declamaciones, la llevó a viajar a otras ciudades como Granada, Córdoba o Sevilla, desplazamientos que eran seguidos por los periódicos del momento.

Falleció en su localidad natal, Manzanares, el 26 de julio de 1894.

Entre sus versos improvisados, recogidos muchos de ellos por la prensa, en sus cartas o en los concursos literarios., nos encontramos con los siguientes como encabezamiento a una obra mayor, en la que habla de su propia ceguera.

“Nací, y en el nacer quedéme ciega, y lloré sin saber mi desventura:

Hoy sumida en recuerdos y amargura sólo el llorar mi corazón sosiega.

Su luz, su resplandor el sol me niega; nunca vi de la luna la hermosura, ni admiré de la nieve la blancura,

ni vi este rostro que mi llanto riega.”