Vaya
por delante mi admiración, mi respeto y mi afecto hacia D. Rafael Torres,
actual presidente de la Cooperativa Virgen de las Viñas, por el cariño volcado
a su tierra, por su capacidad gestora, por cuanto ha conseguido y por el futuro
prometedor que se vislumbra, desde la labor del día a día, después de tantos
años.
Soy de un pueblo vitivinícola, Chiclana
de la Frontera de Cádiz, muy similar en su idiosincrasia a Tomelloso, pegado al
sustento del terruño, genuflexo ante la tierra, repartida su mirada entre la
nube y el surco, expectante y sumiso a la espera de la posible lluvia, su maná.
Como Rafael, aquí, también, se irguió un hombre, anclado a su tierra, y
descubrió el horizonte. Comprobó que los caminos no tenían fin, que no existían
distancias inalcanzables. Supo ver. El condicionamiento de lo lugareño y lo
cotidiano, como una religión, se fue modificando con el tiempo. Desde esa incipiente altura descubrió rutas
interminables. Intuyó que en otros lugares habría otras cosas, y tomó el hábito
de descubrir.
Los aperos de labranza, tan ásperos y
tiernos a la vez, seguirían sirviendo, pero mejorados. Las nuevas herramientas
se adaptaban a todos los gremios. Los hombres volvían de aquellas lejanías, con
nuevas cosechas de conocimientos, que emplearon, consiguiendo dominar y
encauzar aquello que estimaban como lo más oportuno. Se pusieron en marcha, y
la unión hizo la fuerza.
Rafael Torres tuvo mucho que ver con
esos cambios. Tenía conocimientos, enamorado de su tierra y era creible y
fiable. Se rodeó de un equipo de gestores que desde un trabajo duro,
incansable, serio y cabal llevaron a esta Cooperativa al sitio privilegiado de
las grandes empresas, que envidio, insanamente por supuesto, porque no creo en el
edulcorante y ruborizante, sana envidia.
El Certamen Virgen de las Viñas, con tantas
ediciones ya y un grandísimo prestigio, tiene una muy considerable importancia,
tanto económica como cultural y se ha convertido en un referente, pero vayamos
a sus comienzos. Me explico. Para que nadie se dé por aludido, focalizo el
relato en mi pueblo. En una reunión de viticultores, todos mirando para el
terruño, escudriñando las nubes y las cabañuelas, preocupados por el precio de
la uva, los jornales, y las mil incertidumbres de todo tipo, aparece el capataz
y dice, que para la próxima cosecha, vamos a hacer un “concurso de pintura”. Imaginaros;
las manos van a la gorra, a la calva, hay
reojos para dar y tomar, muecas de estupor, que “eso cómo va a ser”, y “que
aporta eso a las viñas” y cien reacciones más, inimaginables todas. El capataz
explica, lidia, razona. y saca adelante el proyecto. Para mí es como saltar a la
arena de los gladiadores romanos, silenciar las luchas y sacar a hombros a
Calígula. Ahí se forjó la valía de ese hombre excelente que es Rafael Torres. A
partir de ahí se hizo aún más grande. Concilió alrededor de su liderazgo a
cooperativistas, políticos, empresas, sector económico, artistas, y sobre todo,
inculcó a todos la idea de un proyecto que hace tiempo tomó carta de naturaleza
Qué personaje tiene España, cuánto lo
admiro, y cómo lo envidio, pero de verdad.
¡Felicidades
Tomelloso!
Antonio Marín
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Sábado, 27 de Abril del 2024
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