Opinión

Luciano, el hombre de la luz, doña Clemencia y sus criados

Juan José Sánchez Ondal | Viernes, 22 de Marzo del 2024
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III.- Régulo Expósito, el fiel sirviente de doña Clemencia  

Régulo Expósito debió nacer en 1821, o al menos, ese año fue entregado en el hospicio provincial, donde fue criado y educado hasta los dieciocho años, edad en la que se alistó voluntario en el ejército. Allí permaneció dos años, hasta los veinte cumplidos. Tras licenciarse de cabo, se colocó como jornalero en casa de un labrador de Bursena con el que permaneció escaso tiempo, pasando a trabajar con doña Clemencia a continuación. Sus conocimientos del campo y su cultura, sabía leer y escribir y las cuatro reglas, al poco, le facilitaron ponerse al frente de la hacienda de la ex monja, a la que servirá hasta el fin de sus días, junto a la doncella Balbina y dos jornaleros para las tareas del campo: uno fijo, Alipio, y otro temporero, Acacio, que durante el resto del tiempo trabajaba como zapatero remendón.  

Tal vez sea aquí, ya que en lo sucesivo es posible que no vuelvan a salir en esta narración estos dos jornaleros, donde hayamos de hablar algo de ellos, en especial de Acacio porque fue el encargado de amortajar a doña Clemencia, ante la inhabilitante impresión que el fallecimiento causara a Balbina y la escasa relación que con las mujeres del pueblo mantenía la ex priora. 

 Acacio había trabajado en la capital, en el hospital, y alguna experiencia había adquirido en el tratamiento de los cadáveres que no iban destinados al departamento de anatomía de la facultad de medicina, pues descubrió que presentándolos aseados a los familiares conseguía, en ocasiones, generosas propinas. No fue esta la intención de Acacio respecto de doña Clemencia, sino el afecto que la profesaba ante los múltiples socorros que prestó a su familia. Sólo decir, ahora, que la amortajó con el hábito de la orden en la que había profesado, que encontró en un baúl entre diversas ropas y libros.  

Y de Alipio que era un hombre maduro, equilibrado, ya que lo que excedía en corpulencia y fuerza física lo compensaba su limitación mental. Un noble bruto comentaba doña Clemencia, pero de fidelidad absoluta al ama y a las órdenes, eso sí, detalladas, de Régulo. 

Régulo mantenía estrecha relación con el hospicio provincial en que fue criado y educado. Cuantas veces tenía que acudir a la capital por cuestiones relacionadas con la administración de la hacienda de doña Clemencia, hacía una visita a la que llamaba su casa y a la superiora, madre Eventina, que le acogió desde su ingreso cuando solo tenía días. Con discreción, Régulo, se interesaba por la identidad de sus padres naturales o por la persona y forma en que fue depositado en la casa, circunstancias de las que no tenía otra respuesta que la cariñosa sonrisa de la madre y la frase: “Ya sabes que no se puede, hijo, que es equiparable al secreto de confesión”. Nada era capaz de sobornar a la superiora, ni las afectuosas palabras de Régulo y sus razonamientos, ni las generosas aportaciones económicas, que, a pesar de sus escasos medios, realizaba. Régulo, sin embargo, no perdía la esperanza de un día desvelar el secreto, pues sabía que, en el establecimiento, bajo la custodia de la directora, se llevaba una secreta información de la procedencia de todos y cada uno de los pupilos. Sor Eventina se interesaba siempre por su ama doña Clemencia, por Balbina y por el trato que aquella les dispensaba y le aconsejaba ser fiel, respetuoso y honrado con ella y diligente en el desempeño de las obligaciones de su empleo; le preguntaba si no había alguna joven a la vista con la que pensara formar una familia y le aconsejaba que protegiera a Balbina como si de su hermana se tratara. 

--Como por tal la tengo, pues hermanos somos de acogida en esta santa casa, le contestaba Régulo. 

-- Madre, a esto sí que podrá contestarme: ¿Quién me puso el nombre de Régulo? ¿Me bautizaron aquí? 

--Cuando te dejaron venías bautizado con ese nombre porque habías nacido el 30 de marzo festividad de san Régulo obispo. Y no preguntes más. 

Un buen día, que Balbina se encontraba en el lavadero, junto al rio, acudió a casa de doña Clemencia, una señora con aspecto de cómica retirada, con los labios y los ojos pintados, vestida de colores vivos, que, al ser preguntada por su identidad a efectos de   anunciarla al ama, dijo llamarse Lola Suero.  Estuvieron hablando ambas mujeres largamente en términos, que, si comenzaron afables, acabaron un tanto elevados, al menos en cuanto al tono, según pudo percibir Régulo que anduvo merodeando e intentando cazar el motivo de la charla. Solamente consiguió captar en un par de ocasiones, el nombre de Balbina y el de un tal Mariano, al que anteponían el calificativo “maldito” y del que se consideraban víctimas.  Ello despertó la curiosidad de Régulo, cuyo magín empezó a rebinar sobre quién pudiera ser el común causante de la “victimación” que hubiera unido en desgracia a tan diferentes mujeres, y a maliciar si en el asunto no tuvieran parte tanto Balbina como él mismo, pues hasta sus oídos ya habían llegado las maledicencias de la presunta maternidad del ama.  Salió doña Clemencia a despedir a Lola hasta la puerta donde la esperaba un coche en el que partió. Mientras hablaban las señoras, Régulo trató de pegar hebra con el cochero, pero éste no pudo aportar información alguna, pues se trataba de un coche de punto contratado por su pasajera en la capital para que la llevara a Santa Clemencia y la devolviera al punto de partida. 

Desde aquel día Régulo comenzó a mirar a Balbina de forma diferente y a comparar sus rasgos físicos con los del ama, con los de la visitante y con los suyos propios, hasta que se dijo que no dejaba de ser una locura, pero no renunció a intentar indagar cuando fuera a la capital por el “maldito” Mariano. La primera indagación fue ante la madre Eventina la cual, al oír el nombre de Mariano unido al de Balbina, sufrió un perceptible estremecimiento del que inmediatamente se repuso. 

-- Qué disparatadas elucubraciones acuden a tu mente y con qué argucias pretendes sonsacarme una información que sabes de sobra que no te puedo dar mientras viva? 

-- ¿Acaso podré obtenerla cuando alcance la gloria, madre? 

-- No lo sé, hijo, no ¿estaré yo para verlo, pero ¿acaso deseas mi partida? 

-- ¡Cómo puede pensar eso! ¿Pero no se opondrá desde el cielo a que sepa quienes me engendraron? 

--¿No habrás hablado nada de estas manías tuyas con Balbina, verdad? No se te ocurra; déjala vivir tranquila y cuídala como a una hermana, como te tengo dicho. 

--¿Acaso lo es, madre? 

--De acogimiento, como tú has dicho en otras ocasiones. Y basta ya de charla, que no tengo todo el día para tus bobadas. 

-- ¿Conoce usted a Lola Suero? Le disparó cuando se levantaban. 

De nuevo la priora quedó suspensa un momento mirándole a los ojos 

--No tengo el gusto de conocer a nadie con ese nombre. ¿Tenía que conocerla? 

--Es que hace unos días estuvo a ver a doña Clemencia y oí que hablaban de Balbina y del “maldito” Mariano. 

--No sé de qué Lola me hablas, anda, marcha ya, que tengo muchas cosas de que ocuparme. 

 Madrid, 19 de marzo de 2024. 

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