No tardó mucho tiempo Régulo,
después de su charla con el espejero ambulante, en desplazarse a la capital y
comenzar sus pesquisas acerca de Lola, en los lugares en los que suponía podía
encontrar información, que no eran otros, a su entender, que los relacionados
con la farándula.
Fue pegando la hebra con
camareros, noctámbulos y encargadas de los guardarropas de salas de
espectáculos, y dato aquí, pista allá, dio con un limpiabotas, “El Chito”, de
la sala de fiestas, con el que le dijeron había convivido Lola en sus últimos
años. Por él, y por algunas otras fuentes, más o menos fiables y mal o bien
intencionadas, pudo averiguar que Lola Suero, se llamaba, en realidad, Dolores
Puerro Ramírez; que era hija natural de una planchadora, “Dolores la Alta”, con
los mismos apellidos; de padre desconocido y nacida en la capital. Físicamente
agraciada y no dispuesta a seguir la plana vida de su madre, acudía por
imposición de ésta, a una academia de corte y confección, pero su vocación no
era la de modista y con algún arte, gracia y palmito comenzó a actuar de
corista en una compañía de variedades, pasando luego a actuar como cupletista
de algún éxito en los cafés cantantes. Desapareció de la capital durante algún
tiempo. Se rumoreó que tuvo una hija, sin que se supiera la paternidad de ella,
que, al parecer, abandonó en la inclusa, continuando con su trabajo de cantante
durante unos años, terminando de cerillera en un cabaré local, hasta que, no
hacía mucho, falleció tuberculosa.
A pesar de la diferencia de edad y de los
estragos del tiempo, la reconoció Régulo como la visitante de doña Clemencia,
en una fotografía de joven que en su cartera llevaba el limpia. Del nacimiento
y abandono de una hija del que le habían llegado rumores, nada cierto sabía el
que fuera su compañero de los últimos tiempos, pues a pesar de haberle
preguntado en varias ocasiones, lo oído sobre su maternidad, Lola escurría el
bulto diciendo que eran habladurías e infundios de envidiosas.
Por tanto, también esa puerta se
le entornaba a Régulo para sus indagaciones, aunque los rumores continuaban
abonando las dudas. No quedaba, pues, otra fuente segura que la del libro de la
inclusa que custodiaba con tanto celo la anciana madre Eventina y en la que no
estaba dispuesta a dejar beber.
Tampoco dieron resultado las
indagaciones de Régulo respecto del Mariano Suárez, pues ni “El Chito”, ni
ninguno de los contactados, dado el tiempo transcurrido, tenían noticia de un
personaje con esas señas, fama y actividades.
Un buen día Régulo recibió una carta del
hospicio en el que le comunicaban el fallecimiento de la que durante tantos
años fue la directora y que ésta había dejado un sobre con el ruego de que le
fuera entregado en mano, para lo cual le invitaban a pasar a recogerlo cuando
pudiera. Le faltó tiempo para, tras llorar la pérdida de la que con tanto
cariño le crio y educó, dirigirse a la capital a por su postrera información.
¿Al fin, madre Eventina, en sus últimos momentos, haciéndose cargo del deseo de
conocer a sus verdaderos padres, había decido desvelárselo? Recibida de manos
de la nueva priora, precipitada y torpemente rasgó la solapa del sobre y
desdobló una hoja manuscrita en la que la monja le comunicaba:
“Querido hijo Régulo: He
arrancado y destruido las hojas del libro de ingresos correspondientes al tuyo
y al de Balbina, para así evitar a mi sucesora la presión que sobre ella
intentarías.
Sólo puedo desvelarte que Balbina y tú sois hermanos de padre, un joven
disoluto que, habiendo podido, se desentendió de sus deberes con respecto a
vosotros; que vuestras madres se vieron impelidas, por distintos motivos, a
confiarnos vuestras vidas y que ambas purgaron sus respectivos pecados de
distinta forma y me mostraron, a lo largo de sus vidas, muestras evidentes de
interés y cariño hacia ambos, habiendo estado siempre, en especial la tuya,
procurando vuestra ventura.
Es cuanto te puedo decir sin
violar mi deber de sigilo escrupuloso en vísperas de ir a reunirme con ellas,
si es que el Señor me considera digna de tan glorioso destino eterno.
Dejo a tu criterio el que
transmitas esta información a Balbina o se la ocultes, ya que ella nunca me
mostró la curiosidad que a ti tanto te acucia. Cuídala como has hecho siempre y
que Dios os bendiga.
Firmado: Eventina del Portal de
Belén.”
Con silenciosas lágrimas
resbalando por sus mejillas, Régulo besó la carta y la guardó en el bolsillo
interior de su chaqueta junto a su corazón. Se le nubló la vista, consciente de
que se había hecho la oscuridad definitiva sobre parte de su pasado.
Sin saber cómo ni por qué le vino
a la memoria aquel singular personaje que desapareció del pueblo sin haberse
vuelto a saber nada de él, Luciano “el hombre de la luz”, al que cada noche
esperaba en la plaza para que con su industria iluminara el “encamisonamiento”
de doña Clemencia. ¿Su madre? ¿La joven seducida y abandonada por el tenorio
Mariano Suarez? ¿Su padre? ¿El padre de su confirmada medio hermana Balbina,
habida con la infortunada Lola Suero?
En otras circunstancias Régulo Expósito, Regulo ¿Suarez
Ruiz? hubiera emprendido la búsqueda del “maldito” o “disoluto” Mariano Suarez,
presunto padre de ambos. En estas, con lo que había averiguado y con la duda de
si continuaría vivo, no merecía la pena. ¿Para qué?
Madrid, 17 de abril de 2024.
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