Romería

Fieles romeros

Manoli Jiménez Sobrino | Lunes, 22 de Abril del 2024
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Por aquella época nos compró mi padre el primer coche, era un 4-L amarillo pistacho, que tendré siempre en el recuerdo.

Fue para nosotras dos, mi hermana Juani y yo, todo un logro, en aquellos años (comenzando los 60 aproximadamente) tener un coche a nuestra disposición. Era poco usual, recuerdo que era conocida nuestra pandilla con el sobrenombre de "las chicas del 4-L".

La Romería se presentaba lluviosa, aquel año ya no hicimos carroza, nos apetecía pasearnos por Pinilla, con el flamante coche. Todo el grupo de amigas como sardinas en lata, nos acoplábamos en él pasándolo de miedo.

La mañana se cerró en agua y la gente  comenzó a venirse de Pinilla, tanto se empeoró el día que acordaron suspender la Romería para el próximo domingo.

A nosotras que pensábamos ver pasar la Virgen cómodamente desde el coche sin mojarnos de alguna forma nos molestó  bastante el inesperado aplazamiento. ¡Qué desencanto!

Nuestra situación era muy parecida a un puzle que no has logrado juntar ni tan siquiera dos piezas. En aquellos momentos de desconcierto, de torceduras de planes no sabíamos que hacer.

Ya por la tarde alguien dijo.  ¡Vamos al pantano! La idea fue bien acogida y cambiamos rápidamente de ruta cantado alegres canciones romeras, con esa armonía que mana de la juventud y la amistad nos dirigimos al Pantano.

Después de la clara de medio día la lluvia había vuelto a caer de forma torrencial, llegando a la altura de la curva de Santa María.

En la curva nos paró un policía, expectantes, todas queríamos ver que ocurría por la única visibilidad que ofrecía  el cristal delantero, mientras iban y venían las escobillas del limpia parabrisas.

Nos llegaban ruidos lejanos, una mezcla de canticos y campanillas que no lográbamos descifrar, ya que las ráfagas de aire caprichosas llevaban y traían los sonidos  a su antojo. De repente, inesperadamente, tuvimos delante de nosotras la imagen de la Santísima Virgen de Peñarroya protegida con un pabellón de plástico, y a su alrededor un rebaño humano de fieles que la acompañaban entre la lluvia.

Por la ventanilla del coche mientras limpiaba con la mano los cristales, descubrí su cara misteriosa. Creo que mi corazón entró en esa onda expansiva de exaltación Mariana que muchos hemos sentido en alguna ocasión. Sin pensarlo dos veces me uní a la comitiva, ante la mirada atónita de las compañeras.

Me puse a caminar con premura entre la gente y pude observar que aunque la climatología era adversa para ese tipo de celebraciones trasladaban a su patrona al pueblo llenos de alegría y religiosidad, Sus voces se unían cantando! AVE MARIA, AVE MARIA ¡...

A mí me embargaba una emoción, era  como si la Virgen nos protegía con su manto. El aire frio, que azotaba fuerte, desprendía el aroma a tomillo y romero de los campos en primavera. Las cunetas de la carretera parecían riachuelos, el agua cantarina y precursora parecía querer unirse bulliciosa e impaciente al paso de Nuestra Señora.

Yo me extasiaba contemplado los rostros de la gente, brillantes por la acción de la lluvia sobre ellos, se me antojaban seres celestiales que bajaban del mismísimo cielo a acompañar a nuestra Madre María.

Algunas personas para protegerse de la lluvia (que caía cada vez con más ganas) llevaban en la cabeza jerséis, bufandas, u otras prendas.

Mi fantasía juvenil se unía al momento tan especial que estaba viviendo y me parecía estar en otra dimensión: me daba cuenta de cómo todo lo que normalmente era molesto  se convertía en un gran gozo. Ni yo misma me reconocía. Íntimamente sentí deseos de renovación, quería arreglar algunos aspectos de mi vida que me preocupaban. Le pedí a la Virgen por la Paz, los enfermos, los necesitados; arrepentida pensaba evadirme de algunas vanidades que me seducían, quería introducirme de lleno por los caminos de virtud que Jesús nos enseña en  el Evangelio.

De mi alma nacían promesas de amor y fraternidad veía claramente que el sacrificio era un buena forma de redención, al convertirse en penitencia dejaba de ser sacrificio y nos llenaba de paz.

En esos momentos descubrí que nosotros mismos somos generadores de paz, que por el amor de Dios y su Madre Bendita hacia esos descubrimientos. En lo fácil nos arrutinamos y no salimos de nuestra vulgaridad.

Le daba gracias a Dios y a la Santísima Virgen por regalarme esas profundas reflexiones que tanto me servirían en el futuro.

Nada más  pasar la Alavesa, después de cruzar la carretera de La Solana, comenzamos a ver coches aparcados a lo largo del  poco trayecto que quedaba para el final del traslado. La gente dentro de los coches se santiguaba al paso de la Virgen con actitud fervorosa. Yo me veía retratada en sus rostros pasivos e indolentes, que poco me había faltado para estar en  su misma situación, es decir Romera de segunda categoría, comodona y seguro quejándome de la lluvia, el viento y el frio, haciéndole a la Virgen alguna petición difusa e incierta. Sabrosos son los frutos del Espíritu Santo y venias a mi mente las promesas de Jesús "yo os daré el ciento por uno".

Llegamos a la población entre vítores, palmas, canciones, Rosarios y algún tempranero  mayo manchego que anunciaba el próximo mes de las flores, de altares caseros, de jotas poesías,  y canciones a María  Madre de Dios.

Aquel último domingo de abril debió derramar toda su gracia  en  ese grupo de fieles romeros que, enaltecidos por su amor, llevaron a cabo bajo la lluvia el traslado de su Patrona hasta Argamasilla de Alba...

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