“Las
siete palabras” pronunciadas por Jesucristo en la cruz relatadas por los cuatro
evangelistas, creo que pueden ser consideradas como un impresionante proceso de
despedida universal. Jesús tiene presentes en sus últimos momentos a las personas
que conoció durante su vida terrena, pero también a toda la humanidad.
Una
despedida en la que desea así mismo dejar establecida una nueva relación entre
las personas que más ama y que son precisamente las únicas, a excepción de
Pedro, que lo acompañan al pie de la cruz; su Madre, María la de Cleofás, María
Magdalena y su amigo del alma y discípulo Juan, (Mujer ahí tienes a tu hijo, Jn 19, 26-27)); un pequeñísimo grupo al que se une un postrer personaje, un compañero
de suplicio, Dimas, primer santo tras confesar su Fe en el Gólgota. Para
después y en el momento final, caer en un estado de completo abandono,
ofrecimiento y confianza en su Padre. (Padre
en tus manos encomiendo mi espíritu. Lc 23,46).
El
diálogo mantenido por Jesús con el Padre en la Cruz es una conversación íntima,
directa, sincera, próxima de un hombre que siempre ha estado plenamente identificado
con Dios. En un estado de precariedad suma, (Tengo
sed, Jn 19,28), de agonía, de confusión, de claroscuros, cercano a la
desesperación, (Eli Eli lama sabachthani. Mt 27,46 y Mc 15,34). Jesús mantiene sin embargo como nunca la lucidez
de saberse quién es, el enviado del Padre (Todo
está cumplido Jn 19,30). Por eso se dirige a todos los allí presentes, al
Padre, a María, a Juan y a Dimas. En la Cruz Cristo da testimonio de que en Él
se da la plena y definitiva intersección de lo divino con lo humano. Es hora de
la recompensa, del agradecimiento y por eso el Padre lo consuela acogiéndolo y
otorgándole la paz.
De
esas siete palabras pronunciadas por Jesús en la Cruz, la primera, (Perdónalos porque no saben lo que hacen Lc 23,34) siempre me ha hecho
reflexionar de una manera especial. El hijo de Dios se hace hombre y por lo
tanto inevitablemente mortal; el Padre lo envía para que la humanidad salde la
deuda contraída por Adán y Eva. Es el nuevo Adán, el hombre nuevo, el redentor
de la humanidad. El perdón se convierte a partir de ese momento en el acto más
generoso y gratificante precisamente porque está impregnado del perdón que
Jesús pidió para nosotros al Padre y otorgó a Dimas en la Cruz. (Te lo aseguro, hoy estarás conmigo en el
paraíso Lc, 23, 43).
Sin
embargo esta petición universal para la humanidad realizada por Jesús al Padre,
creo que pretende ser también su propio testamento de perdón. Como si antes de morir
quisiera dejar constancia de que El personalmente perdona a todos. Un perdón otorgado
como hombre hacia los que provocaron su muerte, pero también un perdón universal
hacia la humanidad pecadora como el Hijo de Dios que es, perdón que adquiere
una dimensión más allá del tiempo y lugar con la Resurrección.
Jesús
expresa al pronunciar esta frase un último acto de generosidad cuan es su respuesta
obediente a los designios del Padre a favor de la humanidad. Ya no le queda
nada, ya ha entregado todo su amor y su vida…tan solo y antes de ponerse en sus
manos, se despide perdonando justificándonos de esta manera a todos los hombres
y mujeres que han vivido y vivirán hasta la Parusía, su segunda venida. Será en
ese momento cuando todos participaremos definitivamente en el banquete del
fruto del árbol de la Cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo.
Fermín Gassol Peco
Director de Cáritas
Diocesana de Ciudad Real
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Sábado, 6 de Septiembre del 2025
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