En el número 92 de la calle Nueva encontramos la cueva de Ángel Ortiz, una cueva pequeña construida a principios de los años 30 que, sin embargo, permitía, guardar una importante cantidad de vino en sus nueve tinajas de cemento. Es una cueva redonda, de 7,55 metros de diámetro y con 6,40 metros de altura a la calle, conservada de forma impecable, que guarda toda su esencia y encanto. Como dice el propietario “parece que estuvieron haciendo vino ayer en esta cueva”. La visita la podrá disfrutar el periodista junto a nuestro experto, José María Díaz y la arquitecta, Ana Palacios, que no deja de disparar con su cámara y captar esos detalles constructivos que dejaron plasmados los antiguos con su conocida sabiduría.
Bajamos por una escalera estrecha y con pronunciados peldaños en su primer tramo. Cuando dobla a la izquierda, en el recodo hay un pequeño trastero y no tardaremos en encontrar una fresquera. Los peldaños están revestidos con una pequeña capa de cemento y las paredes están encaladas. Ese recodo mencionado conducía a una antigua entrada de la cueva. En un día de primavera más bien fresco, notamos el frescor de la temperatura. La cueva no presenta ningún rasgo de humedad.
El propietario recuerda tiempos más jóvenes en los que saltaba por el empotre “como los gatos” y ayudaba a su padre, Hilario Ortiz Burillo, de apodo Monarca como recalca con orgullo. Las tinajas son de cuatrocientas arrobas de capacidad y presentan un cuidado lustre, con los tapones a tres niveles para extraer vino de diferentes calidades. “En el de arriba estaba el vino claro”, dice José María que no ha tardado en reconocer la mano de su padre en la construcción de las tinajas que presentan una textura suave gracias a esa regla que pasaban en el remate final. No encontramos en esta cueva la típica tinajilla del rincón que la familia utilizaba para el gasto propio. Las tinajas están unidas por unos rabos policromados en tonos sanguina y azul que le otorgan una bonita vista a la construcción.
El techo aparece en la pura tosca en una zona de la ciudad que tiene mucho grosor. Combina los colores terrosos con los más oscuros del humo de las lumbres que combatían el tufo y está horadado por una lumbrera con desgarre de forma piramidal muy bien trazado. El suelo está revestido de cemento y no hay pocillos porque en esta cueva nunca hubo tinajas de barro, esas que de vez en cuando, reventaban.
Cuenta el propietario que la familia vendió vino. “Cuando ibas por la calle y veías una escoba de cerrillo en la puerta, esa era la señal que de que en esa casa vendían vino”, explica José María. Nos encontramos algunos aperos como remecedores o una escalera de cordel, además de bombonas, pero sobre todo hemos encontrado la hospitalidad y amabilidad del propietario que nos ha recibido a las mil maravillas. Así son estos tomelloseros que, a base de esfuerzo y sacrificio, obtienen de la tierra el preciado vino.
{{comentario.contenido}}
"{{comentariohijo.contenido}}"
Sábado, 26 de Octubre del 2024
Viernes, 27 de Septiembre del 2024
Viernes, 13 de Septiembre del 2024
Miércoles, 30 de Octubre del 2024
Miércoles, 30 de Octubre del 2024
Miércoles, 30 de Octubre del 2024