Tarde de
viernes, reunión con Ciri, café y magdalenas. Tres bloques imprescindibles en
mi tiempo de disfrute jubilado. Querido
lectora o lector, que sigues cada semana nuestras tertulias, hoy tengo
preparada una encerrona a mi querido compañero. Temo que se enfade, pero solo
hasta un límite, va a ser una broma pesada, quizás tenga que pedirle perdón al
final.
Aquí
llega. Viene con su sonrisa, habitualmente optimista, pensando en disfrutar del
rato. Saluda efusivo, poniéndome la mano en el hombro, mi respuesta es aparentemente
cariñosa y con gesto forzado, como los políticos cuando van entrando en el
Congreso rodeados de cámaras, sonriendo por fuera y de hiel hasta las cejas.
—¡Buenas
tardes! —respondo tajante y seco.
Me mira
Ciri levantando la ceja derecha a modo Ancelotti (entrenador del Real Madrid),
pero la contraria. Seguro que lo he sorprendido absolutamente, pienso para mis adentros,
y continúo en voz alta.
—Ya va
siendo hora de presentar tu cuerpo serrano en este lugar de esparcimiento y
recreo, aunque, viéndote, está claro que dejan entrar a cualquier individuo sin
reparar en su calaña, —le recrimino con voz estertórea.
Se ha
quedado mi amigo de pie agarrando la silla sin atreverse a retirarla para
sentarse. Pone cara compungida para responder. A penas le sale el habla de la
garganta.
—¿Cómo
dices?
—¿Qué te
ocurre esta tarde? ¿Vas a estar ahí de pie como un pasmarote hasta que
anochezca? —le espeto con mi semblante
de enfado—. Además, se va quedar el café como un témpano como sigas perdiendo
el tiempo como si estuvieras pasmado.
—¿Te pasa
algo? —me pregunta con más paciencia que el santo Job.
—¡A mí no
me pasa nada! Serás tú quien “viene con el paso cambiado”, Sigo en mi
papel de tensar su paciencia.
—Ah, ¿no
te pasa nada? Y este ataque de gilipollez extrema que te consume ¿a cuento de
qué viene?
—Yo no
tengo ningún ataque de nada y menos de eso que dices. Además de perder la
vergüenza te comportas como un verdadero fariseo, —insisto en mi testarudez por
desequilibrarlo.
Por fin
termina de retirar la silla, he temido que en estas circunstancias “me la
rompiera en “las costillas”. Me he salvado de milagro, pienso mirando de
reojo. Se sienta sin prisas, acerca la silla a la mesa, revuelve el café en la
taza con la cucharita, sin echar azúcar por eso de la hiperglucemia detectada
por su médico, toma un poco de café, lo huele (este gesto lo hace siempre para detectar
mejor el aroma del líquido). Parte la magdalena, también como siempre, en
cuatro partes simétricas. Se ajusta la chaqueta cogiendo sus dos partes
laterales, me mira de frente, mantiene la ceja tensada hacia arriba y por fin
habla mostrando una cara descompuesta por la ira.
—Con que
sí, ¿eh? Y tú que eres un bocazas, que pareces padecer diarrea bucal por el
chorro de tonterías qué dices sin contención alguna. Ya podrías ponerte un
bozal y callar “un poquitooo, hermosooo”.
Creo que
he conseguido enfadar del todo a Ciri, esta última respuesta no cabe en su comportamiento
educado y respetuoso. Observo que los merendantes de las mesas cercanas se
mantienen pendientes de nuestras voces. He de cortar la farsa antes de dar que
hablar a la gente y sobre todo no debemos molestar a los demás.
Acaba mi
amigo de comer su segundo trozo de deliciosa magdalena y su inmediato trago de
café. No había percibido que, a pesar de nuestra discusión, él no ha parado de
merendar como siempre. No sé qué me habrá visto, pero acaba de soltar una
carcajada que a punto ha estado de costarle un atragantamiento.
Entre
toses, risas, pañuelo enjugando los ojos, suspiros hondos para coger aire y
volver a soltarlo con fuerza, está mi amigo rojo hasta las orejas. Yo como un
sieso no puedo aguantar y me une a mi amigo en el sofoco de risas agitación de
manos y algún que otro pataleo en el suelo. Al cabo de unos minutos, el
compañero consigue dominarse y con su sonrisa abierta me recrimina con mucho
cariño.
—¿Creías
que podrías engañarme? Te he calado desde el primer momento. No era tu comportamiento
normal el que estabas teniendo, No cabe en ti tratar a nadie de ese modo, menos
a un amigo íntimo como sé que me tienes.
—Ciri, no
fardes, que al llegar y comenzar mi perorata te has quedado muy serio, como sin
saber dónde meterte. Has cambiado hasta el color de la cara, te has puesto casi
cerúleo por el enfado.
—Te
concedo que los primeros minutos no sabía a qué atenerme, aunque inmediatamente
te calé y seguí tu juego, “amiguito”. Lo que no entiendo es lo que
querías conseguir con este juego.
—Por la
confianza y la amistad de años que tenemos, por mi interés por la psicología,
se me ocurrió esta experiencia. Especialmente porque tenía la total seguridad
de que no nos enfadaríamos. Como sigues las noticias de los “Mass media” has
percibido que últimamente resaltan en cada telediario o noticiario las peleas,
insultos, desprecios, mentiras, exageraciones que se lanzan unos políticos a
otros, incluso, como sabes, gobernantes internacionales. Más que personas
serias parecen adolescentes maleducados dándoselas de “machotes”, engreídos,
barriobajeros, chulos y no sé cuántos adjetivos más. Quería experimentar,
aunque en broma, ese ambiente de bloqueo y desde luego violento. Mi conclusión
es que se trata de momentos insoportables de tensión y de violencia.
—Claro
que sí estoy informado. Coincido a fondo contigo. Pero si no es mucho pedirte,
cuando tengas otra ocurrencia como esta “guárdatela en donde te quepa”. Gracias
a mi inteligencia y “ojo clínico, he descubierto tu jugada y no ha llegado
la sangre al río”, —añade mi amigo
soltando al final un bufido de risa y una palmada en la espalda—. Además, por
haberme dado este susto, la cuenta de hoy corre de tu cartera.
—¿Será
posible?
Otro día
más se aprovecha para que lo invite a merendar.
Lo hago
con gusto.
Un amigo
como Ciri no se encuentra todos los días
Salimos
de la cafetería como lo hacíamos al salir del colegio con el brazo por encima
del hombro amigo.
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Jueves, 17 de Octubre del 2024
Viernes, 18 de Octubre del 2024
Viernes, 18 de Octubre del 2024