Opinión

Lo indomable

Ramón Castro Pérez | Miércoles, 29 de Mayo del 2024
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El lotero se presentó en la convención de economistas. Lo llamaron, no sin cierta sorna, «optimista» y él, subido en lo alto de la tarima, exclamó, vehementemente, aquello de «incrédulos». Uno de los ponentes quiso corregirle, señalando que los allí presentes únicamente creían en los resultados de la ciencia y que, incluso estos, se hallaban sometidos a refutación continua.

El lotero, ciertamente motivado, expuso sus argumentos y manifestó que, en la mayoría de las ocasiones, alguna persona resultaba agraciada con el premio de la lotería. Y todo ello, a pesar de las, en su opinión, soflamas estadísticas que aquellos señores no paraban de repetir, ya por tercer día consecutivo.

—La ganancia esperada es cero —alegó uno de los asistentes a los seminarios, alzando la voz considerablemente.

El lotero se apresuró a bajar del escenario y corrió hacia aquel hombre. Al llegar a él, le ofreció, sin coste alguno, uno de los boletos. El académico, molesto, lo rompió en mil pedazos frente a él. Esa noche, los boletos numerados con esa cifra resultaron agraciados. El lotero volvió a la mañana siguiente para soliviantar a quien había despreciado un premio de cien millones de euros. Para su sorpresa, todo el mundo allí congregado estaba al tanto.

—Como ve, no me equivoqué al romper el boleto —afirmó el economista. —La ganancia esperada era cero y eso es, precisamente, lo que ha terminado ocurriendo. No soy, hoy, ni un céntimo más rico y tengo el gusto de saberme acertado en mis predicciones, las cuales no se han desviado ni un centímetro de la realidad actual.

—No le entiendo —adujo el lotero, casi resignado.

 

—Es sencillo. Cuán débil resulta la probabilidad de que a alguien le toque la lotería cuando es tan fácil evitar que ello suceda, incluso siendo poseedor del boleto premiado. Fiar nuestro destino y bienestar a sucesos tan frágiles es un comportamiento temerario. Debiéramos darnos cuenta y anclar nuestras expectativas a aquellos sucesos fuertes y sólidos, inquebrantables a pesar de una supuesta voluntad contraria.

—¿Cómo cuáles? —respondió el lotero, anticipando la mofa.

—Como la muerte, como el amor, como la guerra, como la vida. Sucesos que, independientemente de su voluntad o de la mía, terminarán sucediendo con total verosimilitud ¿O me va a decir usted que no se va a morir nunca? ¿O va a usted o alguno de nosotros a impedir que sigan naciendo niños o evolucionando las especies del planeta? ¿O es que usted jamás se ha enamorado a pesar de no desearlo? Yo, querido lotero, prefiero lo indomable.

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