La Iglesia de los Clérigos se alzó sobre la colina de los ahorcados, desraizando
sus cimientos hasta dejar un abismo huérfano, justo donde se había asentado
durante más de doscientos años. Lo hizo de noche, sin más testigos que los
balcones de las viejas casas abandonadas que la flanquearon en el último siglo.
El estruendo
se escuchó en la parte alta de Porto, ya en silencio, mientras sus habitantes
dormían. Muchos de ellos saltaron de sus camas y vieron cómo aquella gran obra
barroca se alejaba, cada vez más, de su ciudad, con un destino incierto para
todos ellos. Nuno, quien a sus seis años de edad manejaba con soltura el
telescopio que su padre le había regalado por Navidad, quiso ver a «Nasoni» capitaneando
la torre, maniobrando hasta inclinarla unos setenta grados sobre la horizontal.
—¡Volvemos a
ser descubridores! ¡Tantos siglos después! ¡Volvemos a serlo! —gritó Nuno
mientras papá admiraba, con lágrimas en los ojos, el colosal monumento alzarse
en la conquista de nuevos mundos.
Mirando a Nuno,
su padre asintió con la cabeza y sentenció —¡Qué mejor testigo de quienes somos
y de lo que somos capaces! ¡Qué maravillosa tarjeta de visita mostraremos al
universo!
Nuno, con
medio cuerpo fuera de la ventana, agarrado fuertemente a su telescopio, alzó el
puño y exclamó con fuerza —¡Enviemos, más allá de Orión, una de nuestras más
bellas e impresionantes naves!
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Domingo, 22 de Diciembre del 2024
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