Opinión

Los naipes del diablo

Trabajo ganador del Concurso de Relatos 2024 del Barrio de Maternidad

Néstor Grande Grande | Domingo, 16 de Junio del 2024
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En las entrañas de las montañas del norte de España, en la remota aldea de Valdecuervo, se susurraba una tétrica leyenda sobre una baraja de cartas conocida como "Los Naipes del Diablo". La historia narraba el terrible destino de una familia que, consumida por la codicia, jugó hasta perderlo todo, incluso sus almas. Se decía que las cartas estaban malditas, atrayendo desgracia y muerte a quienes las poseían.

Sergio, un joven inquieto y ávido de conocimiento, se encontraba fascinado por las leyendas locales. Desde que la escuchó por primera vez a la edad de diez años, la historia de "Los Naipes del Diablo" lo atormentó con una mezcla de curiosidad y temor. Su abuela Luisa, una mujer anciana con una mirada profunda y llena de sabiduría, narraba la leyenda con una voz grave y solemne, como si ella misma la hubiera vivido.

El padre de Sergio, un hombre reservado y taciturno, siempre se mostraba reacio a hablar de las leyendas. Advertía a su hijo con severidad que no debía prestar atención a tales historias, considerándolas meras supersticiones para asustar a los niños. Sin embargo, Sergio no podía evitar notar algo extraño en la actitud de su padre cuando se mencionaban los naipes. Una inquietud nerviosa se apoderaba de él, haciéndolo actuar de manera irracional.

A pesar de las advertencias de su abuela y el comportamiento extraño de su padre, la curiosidad de Sergio lo consumía. Una noche de tormenta, mientras su padre se encontraba fuera del pueblo, sucumbió a la tentación y se dirigió al viejo altillo de la casa, un lugar polvoriento lleno de trastos y recuerdos olvidados. Entre cajas apiladas y objetos cubiertos de telarañas, encontró una caja negra cuidadosamente sellada, como un cofre que guardaba un secreto terrible.

Con manos temblorosas, Sergio abrió la caja, revelando un objeto envuelto en un pañuelo de seda roja. Al desatar el cordel que lo sujetaba, descubrió con horror lo que había buscado: "Los Naipes del Diablo", las 48 cartas que su padre había escondido durante tanto tiempo.

Las cartas eran de un rojo oscuro, casi como sangre seca. Los dibujos de copas, espadas, oros y bastos estaban gastados y descoloridos, pero emanaban una extraña energía que le erizaba la piel. A pesar del miedo que lo invadía, Sergio no pudo resistir la tentación de barajarlas. En ese instante, un escalofrío recorrió su cuerpo y un viento helado recorrió la habitación, apagando las luces del altillo.

Una voz profunda y gutural retumbó en el silencio, pronunciando las palabras que marcarían el inicio de su tormento: "El juego ha comenzado". Aterrorizado, Sergio arrojó las cartas al suelo y salió corriendo del altillo, refugiándose en su habitación presa del pánico. Pasó la noche en vela, atormentado por ruidos extraños y una presencia oscura que lo observaba desde las sombras.

A la mañana siguiente, una terrible noticia lo golpeó como un rayo, su padre había sido encontrado muerto en el bosque. Su cuerpo blanco y sin heridas, con la cara desencajada por el terror, no dejaba lugar a dudas: había muerto de miedo. La policía no pudo encontrar ninguna explicación para su muerte, y el caso quedó sin resolver.

A partir de ese día, la vida de Sergio se convirtió en una pesadilla. Las cartas lo perseguían en sus sueños, sus imágenes grotescas lo atormentaban en la vigilia. Cada noche, la voz gutural resonaba en su mente, repitiendo la frase que anunciaba su destino: "Las 48 cartas fueron encontradas y el juego ha terminado".

Su mente comenzó a desquebrarse. Sus amigos y familiares lo evitaban, creyendo que había perdido la cordura. Solo su abuela Luisa permanecía a su lado, brindándole apoyo y consuelo. Ella le recordaba que la única forma de romper la maldición era destruir las cartas.

Reuniendo todas sus fuerzas, Sergio regresó al altillo. Las cartas yacían en el suelo, como si lo esperaran. Con un temblor en la mano, las tomó y las llevó a la chimenea. Las llamas crepitaron con furia, consumiendo las cartas malditas y liberando una nube de humo negro que llenó la habitación. En ese momento, la voz gutural se desvaneció para siempre. Sergio sintió una paz inmensa invadir su cuerpo, como si una pesada carga se hubiera levantado de sus hombros. Sabía que había escapado de la maldición de "Los Naipes del Diablo".

Sin embargo, la experiencia lo marcó para siempre. La sombra de la maldición lo acompañó durante años, alimentando sus pesadillas y atormentándolo con la imagen de su padre muerto. Consumido por la culpa y el dolor, Sergio se refugió en la soledad, buscando alejarse de los recuerdos que lo perseguían.

Años más tarde, con la herida aún abierta pero con un corazón decidido a sanar, Sergio emprendió un viaje de redención. Dedicó su vida a investigar la historia de las cartas, buscando comprender su origen y el poder que ejercían. Sus investigaciones lo llevaron a descubrir un pasado oscuro plagado de avaricia, traición y pactos con fuerzas demoníacas.

En su búsqueda, Sergio viajó a antiguos monasterios, consultó con expertos en folklore y demonología, e incluso se adentró en lugares remotos y peligrosos en busca de pistas. Cada paso lo acercaba a la verdad, pero también lo exponía a peligros y amenazas.

Sergio descubrió que las cartas no eran simplemente objetos malditos, sino que formaban parte de un ritual ancestral utilizado para invocar a entidades demoníacas. Estas entidades, a cambio de favores o riquezas, exigían un precio terrible, el alma de quien las invocaba.

La familia de Sergio, consumida por la codicia y la desesperación, había sucumbido a la tentación de jugar con las cartas. Al perderlo todo, incluso sus propias almas, habían desencadenado una maldición que se transmitiría de generación en generación.

Sergio comprendió que la única forma de romper la maldición era destruir las cartas. Sin embargo, esta tarea no era fácil. Las cartas estaban protegidas por fuerzas oscuras y solo podían ser destruidas en un lugar específico: el mismo lugar donde se había realizado el ritual original.

Con la determinación de liberar a su familia del tormento eterno, Sergio emprendió un viaje épico en busca del lugar donde se había realizado el ritual. Su viaje lo llevó a través de montañas nevadas, bosques frondosos y desiertos áridos. En el camino, enfrentó pruebas peligrosas, combatió criaturas malignas y resistió la tentación de sucumbir a la desesperación.

Finalmente, después de meses de búsqueda y sacrificio, Sergio encontró el lugar que buscaba. En una cueva profunda y oscura, rodeada de símbolos demoníacos, se encontraba el altar donde se había realizado el ritual.

Con un corazón lleno de valor y determinación, Sergio tomó las cartas malditas y las arrojó al fuego ritual. Las llamas crepitaron con furia, consumiendo las cartas y liberando una nube de humo negro que llenó la cueva.

En ese momento, la presencia demoníaca que había atormentado a Sergio durante tanto tiempo se disipó. Sergio sintió una paz inmensa invadir su cuerpo, como si una pesada carga se hubiera levantado de sus hombros. Sabía que había roto la maldición y liberado a su familia del tormento eterno.

Sin embargo, la experiencia lo había marcado para siempre. Las cicatrices de la tragedia lo acompañarían por el resto de su vida. Pero también había ganado algo invaluable: sabiduría, fortaleza y la profunda satisfacción de haber hecho lo correcto.

Sergio regresó a Valdecuervo, no como un hombre atormentado por la culpa, sino como un héroe que había enfrentado la oscuridad y había triunfado. Compartió su historia con los habitantes del pueblo, advirtiéndoles sobre los peligros de la codicia y la ambición desmedida.

La historia de Sergio se convirtió en una leyenda en Valdecuervo, un recordatorio de que la maldad siempre encuentra su precio, pero también de que la redención es posible para aquellos que tienen el valor de enfrentarla. Su legado vivió en la memoria de las generaciones futuras, inspirándolas a luchar por el bien y a evitar los caminos oscuros de la codicia.


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