Opinión

¡¡Error!!

Cómo aprender de los errores. Una reflexión sobre la pedagogía del error

José Manuel Ruiz Gutiérrez | Lunes, 22 de Julio del 2024
{{Imagen.Descripcion}} Bajo la licencia de Pixabay. Autor:Tumisu Bajo la licencia de Pixabay. Autor:Tumisu

Para empezar voy a recurrir a una definición de error que extraigo del lenguaje matemático y creo que todos entendemos. Desde el puno de vista de la física el error será la diferencia entre el valor esperado o valor teórico y el valor medido o valor real. Bien sencillo. ¿Sí, lo entienden verdad? Bueno, es cierto que luego en el terreno del cálculo probabilístico, el concepto se expande y existen muy diversas formas de cálculo de error, pero a nosotros nos bastará esta definición.

Pasándonos al campo de las ciencias humanas podríamos enunciar el mismo concepto con relación al error que preside nuestras vidas en los tantos y tantos avatares por los que discurre nuestra existencia, en las miles de decisiones que a diario tomamos ante disyuntivas. Disyuntivas que pueden ser de corto alcance y afectación , como puede ser si tomar el helado de turrón o de fresa, a elegir la carrera que voy a estudiar, o el hombre con el que te vas a casar. El error es la desviación entre los hechos esperados o las consecuencias previstas y los hechos ocurridos, en lo que se refiere, por ejemplo a una toma de decisión, o una apreciación ante un hecho acaecido.

Desde el punto de vista de la psicología el error es un asunto fundamental en el comportamiento de las personas. De manera empírica, podemos afirmar que nuestras decisiones dependen del aprendizaje que nos acompaña y de las capacidades aprendidas en relación a la toma de decisiones. El error también se refiere, en el ámbito de la psicología,  a la forma inexacta falsa e imprecisa con la que juzgamos los hechos o a las personas.

La tarea que me impongo en este artículo no es ni mucho menos abordar el tema desde las ciencias de la mente o de la sociología, pues no soy  psicólogo ni sociólogo, pero con la venia de estos, sí puedo analizar de qué manera los errores afectan a nuestra existencia, templan nuestra autoestima y encaminan las actitudes resilientes de aquellos que sufren sus consecuencias.

Empezando por el más elemental de los ejemplos sobre los errores, podemos pensar en la resolución de un problema de matemáticas por parte de un alumno de secundaria. Cuando el profesor lee las notas de un examen a sus alumnos, en ese momento, se pone  en marcha un interesante mecanismo en la mente de los alumnos: La forma de encajar los errores en las soluciones a los problemas del examen. Este asunto no es banal, la construcción del relato que hace el alumno a la vista de la nota obtenida es una maravillosa fuente de información para el mismo, sujeto que aprende, como para  el profesor, que facilita el aprendizaje. Piensen en ello. Si el relato construido de nuestros errores no es coherente con la realidad, no hemos estudiado, hemos tomado la decisión demasiado rápido, no nos hemos informado, etc., en ese caso debemos “aprender” y no sentir frustración.

Muy a menudo percibimos el error como un fracaso vital. Aquí entramos en los efectos derivados de esas emociones negativas que nos invaden ante un error: vergüenza, culpa, frustración, ansiedad o miedo a lo que los demás puedan pensar. Sin embargo, el error tiene una consecuencia muy importante, más importante que las emociones que apareja: el aprendizaje, la experiencia y la sabiduría. No quiero cansarles con citas pero he de recurrir a algunas que nos den luz en nuestra reflexión. Albert Einstein afirmó: “Una persona que nunca ha cometido un error nunca intenta nada nuevo”.

El miedo al fracaso.

Si buscamos justificaciones a los beneficios del error encontraremos miles, sin embargo, cuando el error se nos echa encima y sentimos la emoción del fracaso esas mil justificaciones se convierten en un solo motivo para mantenernos inactivos ante el error: El miedo. El miedo es una emoción tan antigua como el propio ser humano, nuestro cerebro “reptiliano” ya gestionaba el miedo. Y lo hacía de un modo muy sencillo. Ante un predador que ponía en peligro su vida podía actuar de dos formas, huyendo o enfrentándose al peligro de morir bajo las garras de su enemigo. Pues bien, no nos equivocamos si decimos que nuestra evolución se llevó a cabo gracias a aquellos de nuestros congéneres prehistóricos que lucharon contra el miedo y tomaron una decisión. Una decisión tomada sin miedo puede ser una equivocación, pero siempre conllevará un aprendizaje.

Las consultas de psiquiatras y psicólogos están llenas de personas que acuden a ellos con un pesado lastre emocional: el sentimiento de fracaso. El fracaso es un inhibidor de la creatividad, del emprendimiento, de la busca del éxito y de la misma felicidad. Detrás de esta “patología” se encuentra una biografía personal en la que los errores se fueron apoderando del paciente y aparecieron los síntomas de la “derrota vital”. Este cuadro es muy común, busquen datos estadísticos y se sorprenderán o, mismamente, consulten las listas de medicamentos más usados y verán cómo están encabezadas por los llamados “medicamentos de la felicidad”.

Sobrevenido el fracaso, como consecuencia de la acumulación de errores vitales, aparece la “frustración”. La frustración es una emoción que se produce cuando una persona no logra alcanzar un deseo y tiene una reacción adversa, alejada de su propio autocontrol. Es un tipo de reacción emocional al estrés, que tiene su origen en el mal manejo de un resultado desfavorable obtenido. Es común sentirla cuando erosionado por la frustración  se tiene más estrés del debido como consecuencia al sentimiento de fracaso al que conducen los errores en los distintos ámbitos de la vida: ámbito educativo, ámbito laboral, personal, familiar, etc.

Bajo la licencia de Pixabay. Autor:Tumisu

Los errores y los consecuentes fracasos derivados de estos, nos llevan a otro lugar que, junto al miedo, es muy perverso: me refiero a la “culpa”. Este sentimiento es paralizante y demoledor, es aceptar el error, aceptar el fracaso y, sobre ello, atribuirse la culpa.

Vivimos en una sociedad que ha puesto en valor una serie de “falsas metas” en nuestra bitácora vital que nos hacen derivar a lugares muy peligrosos en el mapa del “alma”. La falta de unos principios éticos y morales ha erosionado con mucha violencia el principio vital de “la auto aceptación” y, para con los demás, de “la compasión”. Una nave desarbolada, en la que el miedo, la culpa, el fracaso y toda la serie completa de emociones derivadas del error, resulta difícil ponerla en “rumbo de éxito”. Los instrumentos de navegación están fracasando.

¿Cómo aprender de los errores?

Vamos a anotar algunas ideas que nos permitan pensar en positivo. Es cierto, nos lo corroboran los estudios recientes en materia de neurociencia, que nuestra mente es capaz de adaptarse a las situaciones hostiles o negativas, la adaptación es una forma de realimentación que las propias neuronas realizan en función de lo que podemos llamar, recompensa o castigo, que desde el punto de vista bioeléctrico son cargas que polarizan en un determinado grado los axones y dendritas de estas maravillosas células o que estimulan y a la vez responden a los conocidos neurotransmisores. Los éxitos deben reforzar, recompensar, y los errores deben rehabilitar nuevas conexiones neuronales que refuercen el aprendizaje. Esto ya ocurre en nuestro cerebro, pero un mecanismo neuronal no actúa de modo consciente, será preciso establecer una estrategia de aprendizaje que, basada en este mecanismo neural, permita aflorar de modo consciente el abordaje de una serie de medidas que hemos de tomar de modo consciente.

Por mi condición de docente no puedo sustraerme a la idea de exponer la gran importancia que representa el recorrido completo del doble binomio aprendizaje-acierto, aprendizaje-error. Permítanme ponerles un sencillo ejemplo que he usado mucho con mis alumnos. Un niño que nunca experimentó el hecho de quemarse un dedo, acerca su manita a una estufa que está muy caliente. El abuelo que está en la escena lo observa y lo deja acercar la mano a la fuente de calor. ¡Y el niño se quema! Retira la mano asustado y llora desconsolado. Bienaventurado niño que experimentó el efecto del calor excesivo en su piel. Aprendió, seguro que sí, aprendió y memorizó en su pequeño y creciente mapa mental un hecho que jamás olvidará. El maestro, el abuelo, impartió una lección magistral. El niño se quemó el dedito y el error de acercar la mano, se convirtió en un aprendizaje.

Nuestros sistemas educativos castigan los errores en lugar de verlos como una oportunidad de aprendizaje. Es una gran equivocación tratar de transmitir conocimientos de manera automática, puramente memorística, es preciso conjugar la experiencia con la comprensión de los conocimientos. La experiencia implica la comprensión de los aciertos y los errores en nuestra forma de interaccionar con el mundo. “Ninguno escarmienta en cabeza ajena”. Así postula el sabio refrán y nada tenemos que objetar. ¿Están de acuerdo? No se puede entender una reacción química si no vamos al laboratorio y la experimentamos.

En el vasto campo de la ciencia los errores han sido motor de progreso. Es inmanente a la formulación de una hipótesis la admisión del error, la consideración,  la rectificación y la reformulación de lo aprendido. La ciencia aborda el error de manera sistemática y rigurosa, reconociendo su presencia en la investigación y el análisis de datos. Los científicos trabajan para identificar, cuantificar y minimizar el error en sus investigaciones, con el objetivo de obtener resultados precisos y fiables que contribuyan al avance del conocimiento científico.

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