Para empezar voy a recurrir a una definición de
error que extraigo del lenguaje matemático y creo que todos entendemos. Desde el puno de
vista de la física el error será la diferencia entre el valor esperado o valor
teórico y el valor medido o valor real. Bien sencillo. ¿Sí, lo entienden
verdad? Bueno, es cierto que luego en el terreno del cálculo probabilístico, el
concepto se expande y existen muy diversas formas de cálculo de error, pero a
nosotros nos bastará esta definición.
Pasándonos al campo de las ciencias humanas podríamos
enunciar el mismo concepto con relación al error que preside nuestras vidas en
los tantos y tantos avatares por los que discurre nuestra existencia, en las
miles de decisiones que a diario tomamos ante disyuntivas. Disyuntivas que
pueden ser de corto alcance y afectación , como puede ser si tomar el helado de
turrón o de fresa, a elegir la carrera que voy a estudiar, o el hombre con el
que te vas a casar. El error es la desviación entre los hechos esperados o las
consecuencias previstas y los hechos ocurridos, en lo que se refiere, por
ejemplo a una toma de decisión, o una apreciación ante un hecho acaecido.
Desde el punto de vista de la psicología el error es un
asunto fundamental en el comportamiento de las personas. De manera empírica,
podemos afirmar que nuestras decisiones dependen del aprendizaje que nos
acompaña y de las capacidades aprendidas en relación a la toma de decisiones.
El error también se refiere, en el ámbito de la psicología, a la forma inexacta falsa e imprecisa con la
que juzgamos los hechos o a las personas.
La tarea que me impongo en este artículo no es ni mucho
menos abordar el tema desde las ciencias de la mente o de la sociología, pues
no soy psicólogo ni sociólogo, pero con
la venia de estos, sí puedo analizar de qué manera los errores afectan a
nuestra existencia, templan nuestra autoestima y encaminan las actitudes
resilientes de aquellos que sufren sus consecuencias.
Empezando por el más elemental de los ejemplos sobre los
errores, podemos pensar en la resolución de un problema de matemáticas por
parte de un alumno de secundaria. Cuando el profesor lee las notas de un examen
a sus alumnos, en ese momento, se pone
en marcha un interesante mecanismo en la mente de los alumnos: La forma
de encajar los errores en las soluciones a los problemas del examen. Este
asunto no es banal, la construcción del relato que hace el alumno a la vista de
la nota obtenida es una maravillosa fuente de información para el mismo, sujeto
que aprende, como para el profesor, que
facilita el aprendizaje. Piensen en ello. Si el relato construido de nuestros
errores no es coherente con la realidad, no hemos estudiado, hemos tomado la
decisión demasiado rápido, no nos hemos informado, etc., en ese caso debemos
“aprender” y no sentir frustración.
Muy a menudo percibimos el error como un fracaso vital.
Aquí entramos en los efectos derivados de esas emociones negativas que nos
invaden ante un error: vergüenza, culpa, frustración, ansiedad o miedo a
lo que los demás puedan pensar. Sin embargo, el error tiene una consecuencia
muy importante, más importante que las emociones que apareja: el aprendizaje,
la experiencia y la sabiduría. No quiero cansarles con citas pero he de
recurrir a algunas que nos den luz en nuestra reflexión. Albert Einstein
afirmó: “Una persona que nunca ha
cometido un error nunca intenta nada nuevo”.
El miedo al fracaso.
Si buscamos justificaciones a los beneficios del error
encontraremos miles, sin embargo, cuando el error se nos echa encima y sentimos
la emoción del fracaso esas mil justificaciones se convierten en un solo motivo
para mantenernos inactivos ante el error: El miedo. El miedo es una emoción tan
antigua como el propio ser humano, nuestro cerebro “reptiliano” ya gestionaba
el miedo. Y lo hacía de un modo muy sencillo. Ante un predador que ponía en
peligro su vida podía actuar de dos formas, huyendo o enfrentándose al peligro
de morir bajo las garras de su enemigo. Pues bien, no nos equivocamos si
decimos que nuestra evolución se llevó a cabo gracias a aquellos de nuestros
congéneres prehistóricos que lucharon contra el miedo y tomaron una decisión.
Una decisión tomada sin miedo puede ser una equivocación, pero siempre
conllevará un aprendizaje.
Las consultas de psiquiatras y psicólogos están llenas de
personas que acuden a ellos con un pesado lastre emocional: el sentimiento de
fracaso. El fracaso es un inhibidor de la creatividad, del emprendimiento, de
la busca del éxito y de la misma felicidad. Detrás de esta “patología” se
encuentra una biografía personal en la que los errores se fueron apoderando del
paciente y aparecieron los síntomas de la “derrota vital”. Este cuadro es muy
común, busquen datos estadísticos y se sorprenderán o, mismamente, consulten
las listas de medicamentos más usados y verán cómo están encabezadas por los
llamados “medicamentos de la felicidad”.
Sobrevenido el fracaso, como consecuencia de la
acumulación de errores vitales, aparece la “frustración”. La frustración es una emoción que
se produce cuando una persona no logra alcanzar un deseo y tiene una reacción
adversa, alejada de su propio autocontrol. Es un tipo de reacción emocional al
estrés, que tiene su origen en el mal manejo de un resultado desfavorable
obtenido. Es común sentirla cuando erosionado por la frustración se tiene más estrés del debido como
consecuencia al sentimiento de fracaso al que conducen los errores en los
distintos ámbitos de la vida: ámbito educativo, ámbito laboral, personal,
familiar, etc.
Bajo
la licencia de Pixabay. Autor:Tumisu
Los errores y los consecuentes
fracasos derivados de estos, nos llevan a otro lugar que, junto al miedo, es
muy perverso: me refiero a la “culpa”. Este sentimiento es paralizante y
demoledor, es aceptar el error, aceptar el fracaso y, sobre ello, atribuirse la
culpa.
Vivimos en una
sociedad que ha puesto en valor una serie de “falsas metas” en nuestra bitácora
vital que nos hacen derivar a lugares muy peligrosos en el mapa del “alma”. La
falta de unos principios éticos y morales ha erosionado con mucha violencia el
principio vital de “la auto aceptación” y, para con los demás, de “la
compasión”. Una nave desarbolada, en la que el miedo, la culpa, el fracaso y
toda la serie completa de emociones derivadas del error, resulta difícil
ponerla en “rumbo de éxito”. Los instrumentos de navegación están fracasando.
¿Cómo aprender de
los errores?
Vamos a anotar algunas ideas que nos permitan pensar en
positivo. Es cierto, nos lo corroboran los estudios recientes en materia de
neurociencia, que nuestra mente es capaz de adaptarse a las situaciones
hostiles o negativas, la adaptación es una forma de realimentación que las
propias neuronas realizan en función de lo que podemos llamar, recompensa o
castigo, que desde el punto de vista bioeléctrico son cargas que polarizan en
un determinado grado los axones y dendritas de estas maravillosas células o que
estimulan y a la vez responden a los conocidos neurotransmisores. Los éxitos
deben reforzar, recompensar, y los errores deben rehabilitar nuevas conexiones
neuronales que refuercen el aprendizaje. Esto ya ocurre en nuestro cerebro,
pero un mecanismo neuronal no actúa de modo consciente, será preciso establecer
una estrategia de aprendizaje que, basada en este mecanismo neural, permita
aflorar de modo consciente el abordaje de una serie de medidas que hemos de
tomar de modo consciente.
Por mi condición de docente no puedo sustraerme a la idea
de exponer la gran importancia que representa el recorrido completo del doble
binomio aprendizaje-acierto, aprendizaje-error. Permítanme ponerles un sencillo
ejemplo que he usado mucho con mis alumnos. Un niño que nunca experimentó el
hecho de quemarse un dedo, acerca su manita a una estufa que está muy caliente.
El abuelo que está en la escena lo observa y lo deja acercar la mano a la
fuente de calor. ¡Y el niño se quema! Retira la mano asustado y llora
desconsolado. Bienaventurado niño que experimentó el efecto del calor excesivo
en su piel. Aprendió, seguro que sí, aprendió y memorizó en su pequeño y
creciente mapa mental un hecho que jamás olvidará. El maestro, el abuelo,
impartió una lección magistral. El niño se quemó el dedito y el error de
acercar la mano, se convirtió en un aprendizaje.
Nuestros sistemas
educativos castigan los errores en
lugar de verlos como una oportunidad de aprendizaje. Es una gran equivocación
tratar de transmitir conocimientos de manera automática, puramente memorística,
es preciso conjugar la experiencia con la comprensión de los conocimientos. La
experiencia implica la comprensión de los aciertos y los errores en nuestra
forma de interaccionar con el mundo. “Ninguno
escarmienta en cabeza ajena”. Así postula el sabio refrán y nada tenemos
que objetar. ¿Están de acuerdo? No se puede entender una reacción química si no
vamos al laboratorio y la experimentamos.
En el vasto campo de
la ciencia los errores han sido motor de progreso. Es inmanente a la
formulación de una hipótesis la admisión del error, la consideración, la rectificación y la reformulación de lo
aprendido. La ciencia aborda el error de manera sistemática y
rigurosa, reconociendo su presencia en la investigación y el análisis de datos.
Los científicos trabajan para identificar, cuantificar y minimizar el error en
sus investigaciones, con el objetivo de obtener resultados precisos y fiables
que contribuyan al avance del conocimiento científico.
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Miércoles, 4 de Diciembre del 2024
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