“Detrás de todas las palabras que hemos permitido que nos intimiden, no hay más que seres humanos con necesidades insatisfechas que nos piden que contribuyamos a su bienestar”. (Marshall B. Rosenberg)
Voy a comenzar con una pequeña anécdota que me
ocurrió hace una semana. Yo caminaba por la calle con la intención de realizar
un recado y curiosamente, ese día hice otro recorrido. Pues, casualidades de la
vida, me tropecé con una señora que se había quedado sin batería y me pidió que
si podía hacer una llamada con mi teléfono para avisar a otra persona con la
cual había quedado. Bien, la llamada no tuvo mucho éxito puesto que la otra
persona no respondió. Después, la señora se entristeció y al final, terminó
contándome su pequeña historia. El problema no era el móvil sino sus emociones
y sentimientos. Estuve escuchándola y dejando que se desahogara. Fue un gran
alivio para ella, poder soltar todo lo que llevaba dentro. Le di unos pequeños
consejos y se marchó tan contenta, que terminó por alegrarme más el día.
Esta pequeña anécdota confirma, tal y como
expresa el filósofo Luis Castellanos, el poder de las palabras positivas y la
escucha. Las buenas palabras te permiten ser mucho más rápido en comprender, más capaz de encontrar futuro y
salida a tus problemas. Una de las palabras que nos da mayor poder es el “SÍ”.
Decir “NO”, no construye puentes. El sí es compartir la vida. La alegría la
sientes en tu cerebro. Por el contrario, las palabras negativas nos ciegan, nos
atrapan y lo que es peor, perduran resonando en nuestro interior y no nos dejan
avanzar.
Lo que es un hecho
evidente es que la mayor parte de los seres humanos nos movemos por las
emociones, diríamos que estamos formados por un 90% de emociones. De hecho la
gran mayoría de los problemas que
tenemos en nuestra existencia, se derivan de nuestras emociones, de cómo las
gestionamos y el entorno donde nos movemos. La infancia de una persona es la
edad adecuada para fortalecer esos lazos de emociones en nuestro entorno
familiar, aproximadamente hasta los 6 años y es en esta fase cuando se fragua
nuestro mapa vital.
Otros dos aspectos
relevantes, según Gardner y su teoría de las “inteligencias múltiples”, son las
relaciones intrapersonales (con nosotros mismos) e interpersonales (con los
demás). Estas inteligencias serán decisivas para nuestra felicidad y capacidad
de afrontar el fracaso en nuestra vida.
En las
conversaciones es donde nos realizamos, por ello es necesaria la conversación,
para conocernos y conocer a los demás. Este ha sido el gran paradigma
practicado por la humanidad, desde los griegos, “la búsqueda de uno mismo, a
través del conocimiento de los demás”. Todos tenemos la necesidad de que nos
escuchen, pero de verdad, con el cuerpo, la mente y el alma: que nos presten
atención. Es una forma de liberarnos. Al relatar, verbalizando, lo que nos estresa,
reducimos la intensidad emocional y minimizamos la posibilidad de que se
entierre en nuestro subconsciente. Al mismo tiempo que encontramos un gran
bienestar personal al ser escuchados. El beneficio es que crecemos
intelectualmente, al comprobar cómo piensa la gente que nos rodea. Y además,
emocionalmente aprendemos porque comprobamos cómo gestionan o no esas
emociones.
Uno de los grandes
rivales en la conversación, y me tendrán que dar la razón, mis queridos
lectores, son “los móviles”. Los estímulos de la tecnología nos producen una
gran adicción y nos distraen de las
conversaciones con nuestros familiares. Tales hábitos, dejar la conversación
para atender el teléfono, entorpece la conversación y muchas veces se puede
interpretar como una falta de respeto.
La empatía y las
llamadas neuronas espejo.
¿Han
oído hablar de estas neuronas? Son precisamente las que nos hacen empatizar con
los demás, diríamos que nuestra receptividad hace ese efecto espejo,
poniéndonos en el lugar del otro. Eso es muy importante y muchas veces se nos
olvida. Es comprender como se siente y responder en consecuencia de manera
adecuada a sus emociones. Las neuronas espejo tienen una conexión con
diferentes áreas cerebrales.
Las
palabras y los discursos que más han calado en la humanidad, han sido aquellos
que se regían por las auténticas emociones. Tomemos como ejemplo las palabras
inspiradoras de Martín Luther King: “Tengo un sueño, que un día allí en
Alabama los niños y niñas negras se podrán dar la mano con niños y niñas
blancas…”. Y así, podríamos citar más discursos de Mandela y Lincoln.
En lo que atañe a
las relaciones interpersonales (con los demás), debemos cuidar nuestro lenguaje
y aprender a escuchar, siendo
conscientes del bien y la transformación que podemos producir en
alguien, simplemente con escucharle y dejar que exprese sus emociones y
frustraciones, exactamente lo que les contaba con mi anécdota a inicio de este
artículo, en mi encuentro con una mujer desconocida que me pidió ayuda. Tendemos
siempre a querer ser los protagonistas y escucharnos y que nos escuchen en lugar
de escuchar a los demás. Deberíamos potenciar más nuestras capacidades
relativas a la inteligencia emocional. Saber escuchar es un preciado don en los
seres humanos.
Las palabras tienen el poder de consolar y aliviar el malestar y el sufrimiento. Es sabido que grandes personajes de la historia han conseguido triunfar por el impulso que les han dado sus familiares, mentores y profesores o simplemente personas que han creído en ellos para que consiguieran sus propias metas. El poder está dentro de nosotros mismos, todo consiste en sacar esa “chispa divina” que atesoramos en nuestro interior a la que añadiremos indudablemente que nos escuchen y crean en nosotros, lo cual también ayuda y mucho.
Otros dos
elementos también imprescindibles son la autoestima o “autoconocimiento” y la
aceptación de nosotros mismos, con nuestras virtudes y debilidades. Para llevar
a cabo esta tarea es muy importante que alguien nos escuche y valore. Y el
segundo elemento es el regalo del “feedback” o retroalimentación que vendría a
ser la escucha activa que nos facilita ese diálogo sanador y eficaz.
Tener a nuestro
lado personas generosas, amplias de mente, que con su lenguaje verbal y no
verbal sean capaces de sacar lo mejor de nosotros, distinguiendo lo esencial de
lo accidental, que potencien nuestros talentos….eso es impagable, es un tesoro
que tenemos que agradecer.
Ya, para concluir me quedo con esta metáfora tan sugerente que leí y despierta nuestras emociones más profundas para transformarnos en mejores personas de escucha. Pertenece al libro El aroma del tiempo de Byung- Chul Han, quien hace un certero diagnóstico comentando cómo los relojes chinos despedían un aroma cada vez que daban la hora. Los aromas evocan recuerdos y experiencias de un modo inmediato mucho mejor que cualquier otro impacto sensorial. Todo dependerá de nosotros, si deseamos que nuestro tiempo desprenda un buen aroma o que no tenga fragancia ni deje huella o por el contrario que tenga fuerza y aroma.
María Remedios
Juanes
{{comentario.contenido}}
"{{comentariohijo.contenido}}"
Jueves, 17 de Octubre del 2024
Viernes, 18 de Octubre del 2024
Jueves, 17 de Octubre del 2024