No hace demasiados años muchas personas tenían la costumbre
de pasar a una iglesia antes de ir al trabajo o al salir de él para asistir a
misa, rezar un padre nuestro, un ave maría o una jaculatoria al santo o santa
de turno, según el nivel de exigencia espiritual, compromiso y religiosidad.
Hoy sin embargo esa costumbre persiste, pero cambiando el lugar y la intención.
Ahora son los gimnasios esos otros lugares sagrados, esos templos donde desde
el amanecer hasta bien entrada la noche, millones de devotos y devotas acuden
para hacer otros rezos no mentales sino físicos, penitencias de otro tipo, de
también muy distinta profundidad, exigencia y compromiso. Como si el culto, el
cuidado de la vida interior, se hubiera permutado por el culto a la gimnasia,
como si la búsqueda de la paz espiritual del alma se hubiera sustituido por la
del bienestar físico del cuerpo, teniendo a este como el nuevo y atractivo dios
a quien adorar.
Realmente impresiona el número de personas que asisten a los
gimnasios al amanecer y bien entrada la noche. Anoche me decían que en las
grandes ciudades existen gimnasios abiertos las 24 horas. E impresiona también
el grado de devoción hacía esta nueva religión que tiene como vocación la gran
preocupación por el cuidado del cuerpo y que en algunas personas llega a
convertirse en obsesión por no decir adicción; que conozco algún caso en el que
la convivencia de la pareja se fue a pique por el hecho de que uno de los dos
llegó a estar tan enganchado que carecía de tiempo para todo lo que no fuera ir
al gimnasio a prepararse para correr todos los fines de semana
“atraviesapedazos”.
Evidente que en esta lista no pretendo incluir a quienes
hacen algo de deporte para tonificar los músculos y mantenerse medianamente en
forma, algo aconsejable y saludable. Son a quienes se machacan de tal forma y
toman la tarea tan a pecho, que sitúan al esfuerzo físico en el primer lugar de
sus valores, realizando fuertes penitencias y renuncias, cambiando los cilicios
por las pesas, esclavos de una religión que les exige de manera implacable un
más y más como único activo, convirtiendo el cuerpo en un auténtico
tirano de sí mismo.
En una sociedad donde vestir un cuerpo escultural, adornado
en muchos casos con llamativos tatuajes, supone una auténtica religión y una
estética señal de identidad, no es extraño que el negocio de las pesas,
productos hipertónicos, estimulantes musculares y demás herramientas para
lograr un cuerpo hermoso, pase por momentos de más que notable éxito.
Los gimnasios se han convertido hoy en esos nuevos templos
donde miles de personas practican a diario la ascética y exigente religión del
culto a la estética y bienestar físico.
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Lunes, 10 de Marzo del 2025
Martes, 11 de Marzo del 2025