Feria 2024

Los relatos cortos que viajaban en un Tren de Medianoche

En el programa de fiestas del año 2004 se reprodujeron los trabajos premiados en el I Certamen de Relatos Cortos “Tren de Medianoche”, un programa que se emitía en la emisora municipal de radio.

La Voz | Lunes, 19 de Agosto del 2024
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En el programa de fiestas del año 2004 se reprodujeron los trabajos premiados en el I Certamen de Relatos Cortos “Tren de Medianoche”, un programa que se emitía en la emisora municipal de radio.

El juguete olvidado, de María Teresa Lozano López. Primer premio

He recogido un juguete perezoso que jugaba a esconderse entre los pliegues de un vestido de muñeca. Quedaste olvidado en la estantería de aquella habitación que daba luz a mis días, intensidad a mi dicha. Juguete inerte, pentagrama de risas cantarinas,  de juegos interminables en las mañanas de la vida. Tienes suerte pequeño amigo, aún están las huellas de sus manos en ti, tú no vibraste al calor de sus ojos, ni al oír sus voces, ni al encuentro de su abrazo; pero tampoco les añoras como yo. Un te quiero del alma aún dobla la esquina, y aquel ¡tened cuidado!, en mi ánimo reposa,  en un entresijo de sentimientos que se combinan.

Hace tiempo se conjugó vuestra esencia en el perfil de mis entrañas, y ya no hubo un momento en el que olvidase vuestro testimonio de miel y acacia, de cantos y juegos,  de cuentos de hadas. Con una sonrisa de nostalgia he recogido un juguete revoltoso que jugaba a esconderse en los pliegues de una falda. En el archivo del tiempo. En el álbum de mi recuerdo.

Sin preguntas, de Eugenia Martínez Rubio. Accesit

Aún no había encontrado la respuesta a la pregunta que tanto tiempo rondaba por su mente ¿Era posible estar siempre con gente alrededor y sentir esa sensación de vacío y soledad? No podía gritarle al mundo su frustración y miedo, no poder decir lo que su corazón le dictaba, pero que su cerebro frenaba “no era adecuado”, familia,  trabajo, amigos…, eso no es lo que todos esperan de ti, pero su corazón era como un cristal a punto de romperse en mil pedazos y nadie los va a recoger, aunque todo el mundo fuese a su funeral.

Por eso aquella mañana cuando despertó en aquel parque alrededor de desconocidos,  no entendía lo que había sucedido la noche anterior, lo último que recordaba eran cinco o seis copas y varios tranquilizantes para poder olvidar su fracaso personal, con su pareja, sus hijos y el mundo en general. Pero al despertar tenía una manta con un hedor terrible, que le había cubierto de la helada de la madrugada. Una persona anónima le había cubierto durante la noche y le estaban ofreciendo una mugrienta taza repleta de café caliente.

No te conocen, no saben quién eres pero esta noche has sido uno de los suyos. No piden nada, pero lo ofrecen todo para aquel que desamparado llega a su terreno y encuentra lo que no ha encontrado nunca en cómoda  y placentera vida. Me han resguardado del frío, ofrecido café caliente, y no me han preguntado ni mi nombre, nada. Solamente han encontrado una persona anónima y sin ganas de vivir y que gracias a ellos ha podido apreciar lo mucho que tiene y puede tener una razón para existir y ayudar a los demás. Probablemente no lo hará, porque pasadas unas semanas olvidará aquel día que quería morir y olvidar toda su vida y como aquellas personas que “ahora no es conveniente recordar” le enseñaron los valores del compañerismo y como ofrecen lo poco que tienen sin esperar nada a cambio y sobre todo “SIN PREGUNTAS”.

Sabor a la vida, de Pilar Olmedo  Sánchez. Accesit

Ciertamente, para llegar vivo al cementerio de Tomelloso hay que recorrer un largo paseo embaldosado en rojo y blanco, con su fuentecilla al principio, sus bancos laterales y los continuos pinos de diferente altura que dan colorido de esperanza al recorrido; sombra y frescor en verano.

Verdaderamente, antes de llegar al final de dicho paseo, éste es cruzado por la carretera que va a Argamasilla y pasan por ella numerosos camiones cargados de golosinas y bolsas de caramelos. En uno de los numerosos baches, una bolsa cae junto a la cuneta y es recogida por dos chicuelos curiosos que recorren el pueblo con sus bicicletas.

-Oye, mira, vamos dentro del cementerio y allí nos la repartimos-.

Antes de entrar, como la bolsa está rota, se les caen dos de los caramelos.

-Anda, déjalo; luego a la vuelta los cogemos-.

En el último banco, cercano a la puerta y de espaldas a la pared que da al cementerio, se ha sentado Aquilino, de unos setenta y pico años, recientemente enviudado. Un conocido se le acerca. 

-¿Qué pasa? ¿Cómo tú por aquí?

-Pues ya ves: la vida que nos da estos golpes. La mujer, que se me murió hace dos semanas y, como no puedo con las piernas, antes de pasar me he dicho: siéntate un poco, Aquilino.

-Yo también me voy a sentar un “poquejo”.

La mía ya va “pa” el año y esto es una pena; no hay quien lo resista. Solo y “desatendió”. ¿Ya “pa” que quiere uno vivir?

-Tienes razón, Lorenzo. No tenemos más que “achaques” y cuando se te va la parienta, entre unas cosas y otras, le pierde uno el sabor a la vida.

Tras el muro se oyen las voces de los chiquillos que se reparten los caramelos:

-Uno para ti, otro para mí…Uno para ti, otro para mí…Uno…

-Ya está bien, ahora reparto yo que tú te estás quedando los mejores.

-Este para ti, este para mí…y aquellos dos de la puerta, uno para tí y otro para mí.

Al salir el “camposantero”, ya cruzada la carretera pudo ver como se alejaban, con su garrota y su boina, dos viejetes a toda prisa, como si de una carrera se tratase más que de un paseo…


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