repiqueteaban las lágrimas corales del cielo.

Había olvidado, ya, recordar…

Frente a un combinado levemente aliñado,

perdía su visión en un muro adornado por el devenir.

Desafiaba al amor…

Esbelta, luminosa, escondida tras unas negras gafas de pasta,

emitía una radiante y espléndida sensación elevada.

Pero adoptó como compañera a la soledad…

Y las páginas de Auster, se le antojaron vacías.

Y la veraniega lluvia en la Plaza, le contagió su helado rumor.

Y el Dry Martini, cortó su digestión, quizá, por el efecto de alguna mota de canela.

Y sus gafas de sol, rompieron los cristales bajo las tapas del libro de Paul.

Y, en ese momento…

Sola, en la Plaza de Armas.

Volvió a recordar.

Y quebrantó sus principios…

Derrotada en el desafío.

Y lloró.

Y su amor,

escrito con algún olvidado rotulador en el muro 

se apareció como una presencia real en aquella vieja Plaza de Armas.

AMULETO

Mientras lloviznaba en Madrid,

una mujer se arrodilla frente a Lucifer.

Ella fijó su vista en las serpientes que atenazaban las hercúleas piernas del ángel caído…

Y sollozó.

Un pequeño murciélago, complacido, batía sus pequeñas alas,

Silencioso y cómplice, expectante en la escena.

La mujer extrajo una carta del bolsillo interior de su abrigo.

El viento silbaba una fúnebre letanía de pesar.

Súbita y violentamente, la dama arrancó de su cuello una perla negra.

Colocó todo a los pies de la estatua…y, con ellas, su corazón.

Atravesada, transida de pasión, entregó su vida, como aquella noche en Santiago.

Y el murciélago, simbiótico, posado en las alas de Mefistófeles,

Dirigió su mirada hacia el amuleto.

Y sonrió…sabedor del festín que se avecinaba.