En el número extraordinario de feria de la revista Pasos de agosto de 1999, aparecía un curioso e interesante artículo de uno de sus colaboradores habituales: Leoncio Díaz Marquina. En su trabajo recordaba con nostalgia las ferias antiguas de Tomelloso, mucho menos opulentas que las que llegaron después, pero que generaban la misma ilusión, emoción y magia entre los vecinos. Reproducimos algunos pasajes del artículo.
Es un placer poder despedir la Feria de fin de siglo y de milenio, y de paso felicitar al ausente con carisma y el arte que lleva pegado a los tacones, nuestro paisano Vicente Morales que, al frente del Grupo Hidalguía, va cosechan triunfo tras triunfo con los tradicionales baile regionales de la Mancha. (…)
Los nacidos en este siglo que agoniza nos curtimos con las mismas costumbres de la vida rutinaria del campo. Eso sí, tuvimos una enseñanza relativa, aprendimos a escribir con la pluma de pico pato o de corona puesta en el hierro y cogida del mango mojando en el tintero. El sumar, restar y multiplicar lo aprendimos de carrerilla, con el soniquete de las coplas, al igual que los ríos y las provincias españolas. En cuanto a leer, muchos nos quedamos en el Catón, no llegamos a leer en el libro primero, ya que en tres o cuatro cursos de asistencia no daba para más.
Es bueno que estas peroratas las escuchen los nuevos nietos, encumbrados y rodeados de ordenadores y toda la técnica al alcance. Reitero una vez más que tengan presente de dónde vienen y sepan dónde se hallan.
Y, haciendo un poco de mención a las ferias de aquel entonces, en el llamado anchurón de la Feria, hoy bloques de viviendas, en aquel entorno permanecía la cuerda, los chamizos de bebidas donde formalizaban los tratos entre compradores, rabicheros y tratantes; no solo se vendían caballerías, sino desde una gallina hasta piaras de cerdos, carros nuevos y usados, aperos de labranza y de los jaraíces, muebles y los solaneros con toda la gama del esparto, y un sinfín de locas largo de enumerar. Y dentro del recinto, todos los carruseles de la chiquillería, el teatro ambulante, el circo y todo lo que conlleva lo grandioso del ferial.
La feria comenzaba a la altura de los paseos de la bombilla, con puestos de turrón, siguiendo lo paseos de la Estación, en las dos aceras había casetas de madera con la juguetería y todo el comercio popular; en comedio de los paseos, el “tablao” de la música. Y como punto de respiro, las terrazas, la de “Chicha”, dicho con perdón y la de Cecilio. Allí nos tomábamos una gaseosa de las de bola en el cuello. Como el dinero escaseaba tanto, aquellas dos terrazas y poco más, daba para los miles de paseantes.
En aquel tiempo, por norma se trabajaba todas las mañanas de las fiestas. Ya, por la tarde, te emperifollabas, con tu chaqueta, la camisa blanca con el cuello almidonao y sus correspondientes gemelos, el pantalón ancho que te tapaba los zapatos, que los llevabas a estreno y te comían los pies, y con tu boina te largabas tan pancho a pasear por la Feria. Como dijimos anteriormente, el dinero lo llevabas con cuenta gotas, te echabas “un real o tres patacos de alcahuetes” y así se pasaba la tarde. Ya de madrugada, en algún chiringuito de buñuelos, si el presupuesto lo permitía, te tomabas un chocalate. Y hasta aquí la feria de mi tiempo, contada a grandes rasgos (…)
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