Este muchacho es marroquí, dispone de un pequeño establecimiento alquilado donde se encuentra “la oficina de belleza”. Como él la llama, sí. Su manejo es excelente y su habilidad pone de manifiesto que conoce el oficio, y podría cobrar lo que cobra un peluquero de esos de ‘buenos modales’ y detalles con mirada picantona, de los que siempre dejan un pensamiento, o una duda por descubrir. Sin faltarle esos coqueteos que a la vez cuentan algo de cuando estuvo en París, y en Italia, donde dice que conoció los estilos, las modas, los peinados, ya… qué interesante.

Pero yo estoy sentado en este local pequeño y acogedor, el del marroquí. Con sus colores, sus aromas, todo lo que ha traído desde Marruecos está unido a él. Lo veo muy seguro de sí mismo, y con ganas de lograr su paz y su camino, pero a la vez tan animado, por la conquista de estar ya situado y dejar atrás ese viaje tormentoso subido en una patera por la Mar, por dónde llegó a España.

Ahora valora el poder trabajar en un local pequeño, pero dentro de él es infinito. Es su conquista, todo un glamur de felicidad, que es su peluquería. Estas dos peluquerías, mencionadas, están ubicadas en la misma calle. Sin embargo, con distintos nombres, donde en una se puede apreciar la opulencia… y en la otra la carencia con la humildad. La peluquería del marroquí tiene su encanto, su pequeño local es lo que necesita para vivir. Y ahora, con palabras que gimen, me ha contado la manera de venir que tuvo a aquí a España. Su viaje lo hizo en patera por la zona de Málaga, que suele ser más cerca. Él me cuenta su viaje.  Y cómo no, es digno de recordarlo. Con un gran silencio… y dos lágrimas, fue muy suficiente, y todo me lo explicó. Y mirándolo, en ese momento todo lo entendí.