Opinión

Plinio, Tomelloso y TVE. Historia de un proyecto ambicioso que causó frustración

Julio Olmedo Álvarez | Lunes, 2 de Abril del 2018
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Pese a que han pasado más de 45 años, todavía muchos recuerdan la serie Plinio con cierto resquemor. Inicialmente los habitantes de Tomelloso se forjaron el sueño que su pueblo pudiera alcanzar notoriedad y tal vez renombre, pero aquello terminó de mala manera cuando lo que apareció en la pantalla fue una mezcolanza de la España negra rural que permanecía largo tiempo en el imaginario nacional, con toques de costumbrismo ya algo rancio para muchos y, cómo no, con cierta recreación de un componente paleto tal vez subsistente, pero de todos modos rebuscado y amplificado hasta la caricatura.

El efecto de aquella visión en los espectadores locales, sobre el presunto espejo de Plinio, varió entre la estupefacción y la indignación de quienes sintieron casi un atentado a su integridad, hasta los que reaccionaron con cierta dosis de contenido sarcasmo al verse retratados de aquel modo.

También en el plano nacional la serie generó cierta conmoción y malas valoraciones, no solo por los críticos especializados de la prensa, sino de los espectadores e incluso del gobierno de aquella época, que vio cómo se truncaba uno de sus proyectos estrella para la televisión de aquella década.

Sin embargo, semejante desenlace parecía imposible cuando tiempo antes había comenzado a cobrar vida Plinio, serie rodada en formato cine de 35 milímetros y llamada entonces a convertirse un hito por diferentes circunstancias.

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El director de la serie y su equipo durante el rodaje en el Casino de Tomelloso.

Al llegar la primavera, en 1971, Tomelloso vivió una pequeña revolución. Ser el escenario de una producción cinematográfica era en aquellos tiempos un gran acontecimiento, ya que suponía adentrarse en ese mundo de sueños de modo directo. Cualquiera podía ver en la calle unos camiones descargando grúas, cámaras, focos y otro equipo técnico, mientras otros especialistas montaban una escena, ante unos actores que calmosamente aguardaban su intervención.

En ese bullicio, muchos querían sentirse parte activa, ser actores por un día y ganar unas pesetas. Buscaban información para convertirse en extras o simplemente aparecer como personajes de un plano general en el casino o en una calle. Luego, la gente comentaba a sus amigos y familia que había intervenido en una escena y que había estado cerca de tal o cual actor. Con ello, se generaba una expectación social por ver cuanto antes los capítulos de Plinio en TVE, la única cadena de entonces, esa que veía todo el mundo en España, fuera bueno o malo el programa. Entonces veinte millones de espectadores no se consideraban una proeza, pero agradar a esos millones de televidentes se asumía como una gran responsabilidad para la cadena pública.

En aquellos tiempos la televisión se había convertido en el medio de comunicación masivo por excelencia. Ni siquiera el gobierno se sentía ajeno a un medio tan poderoso, pero tampoco se limitaba a controlarlo. La televisión era una oportunidad no sólo para divulgar cultura e ideología, sino un medio para obtener reconocimiento en ámbitos internacionales. El festival de Eurovisión de 1969, celebrado en 1969 en Madrid se había utilizado como magnífico escaparate para mostrar la modernidad de un país que pretendía abrirse huecos comerciales y políticos, especialmente entre sus vecinos europeos.

España pugnaba por ganar el concurso (lo cual consiguió), pero también por aparecer como un país desarrollado y en la vanguardia tecnológica. Por esto planeó la primera transmisión en color para este acontecimiento, aunque nadie pudiera verlo en este país dotado solo con sistemas de difusión y receptores en blanco y negro.

En ese clima de apertura la producción de contenidos audiovisuales en color buscaba diversos objetivos. Por un lado, que fueran capaces de exhibirse en certámenes extranjeros, por otro lado, ir despejando el camino hacia el nuevo modelo de televisión del futuro. La pretensión de atraer a televisión valores emergentes del cine perseguía que pudieran proporcionar un producto de cierta solvencia respecto a los objetivos ambiciosos que se perseguían.

El equipo técnico elegido no podía ser más prometedor, como se demostraría pocos años después: un Oso de oro, un Oscar, un sinfín de premios Goya, avalan hoy a esos jóvenes que se reunieron en Tomelloso como equipo de trabajo. Los miembros de aquel equipo rondaban los treinta años en su mayoría y ya empezaban a ser considerados como figuras prominentes.

Nadie puede pensar hoy que fuera un error encomendar guiones a José Luis Garci (Oscar por “Volver a empezar”), que el encargado de producción fuera José María González-Sinde (guionista y productor de películas renombradas, así como fundador de la Academia de cine española), o que José Luis Alcaine se encargase de la fotografía (ahí están sus obras maestras como “El Sur2, “Belle Epoque”, “Son de Mar” o “Volver”). Tampoco se puede objetar nada del director Antonio Jiménez Rico (con películas exitosas como “Retrato de familia” o “El disputado voto del señor Cayo”), ni de su ayudante José Luis García Sánchez (premiado con el Oso de oro por “Las truchas” y director de películas como “La corte del faraón”). Ni siquiera la banda sonora quedó en manos de un diletante, sino de un músico prestigioso como Carmelo Bernaola, autor de música clásica y de más de ochenta bandas sonoras de películas y famosas series de televisión como “La clave” o “Verano azul”.

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Francisco García Pavón haciendo un cameo en la serie.

Tampoco podía considerarse un error la designación del proveedor de la obra original: Francisco García Pavón había consolidado fama y prestigio en los años sesenta. A su solvencia académica y crítica, había añadido trabajos de prestigio que habían culminado en 1969 cuando  gana el premio Nadal con “Las hermanas coloradas” y el premio de la Crítica con “El rapto de las Sabinas”. En ese tiempo García Pavón no es que fuera sólo un autor de moda, sino un reconocido escritor.

Los actores elegidos sin ser las grandes figuras del momento no dejaban de ser solventes y experimentados. Algunos eran magníficos actores secundarios con presencia acreditada en cine y televisión. Tal vez en ese momento, Antonio Casal era el más disonante, pues había tenido una carrera cinematográfica de éxito a fines de la años cuarenta y en los cincuenta, pero su trabajo se había reducido considerablemente en los sesenta.

Con estos mimbres el encargo fue trasladar a la televisión el personaje de Plinio, cuya notoriedad era evidente en esos momentos. El jefe de la policia municipal de Tomelloso, había sido aupado a la fama no solo por el trabajo de su autor, sino por críticos y público que consideraban al agente como muestra de un género literario policiaco español sin que nadie le diese réplica entonces.

Plinio, según testimonios del propio García Pavón, había nacido casi por casualidad, cuando Francisco Carretero le rememoró una historia ocurrida en los años veinte. Esa historia el autor la llevó a un cuento que sería premiado en 1953: “De cómo el Quaque mató al hermano Folión y del curioso ardid que tuvo el guardia Plinio para atraparle”. A consecuencia del premio, García Pavón recibió elogios y fue incitado a que desarrollase esta creación considerada como precursora de la novela policiaca española.

Con estos estímulos Francisco García Pavón desarrolla el personaje de Plinio a través de relatos breves y novelas cortas. Toma inicialmente algunos sucesos reales que habían conmocionado a Tomelloso a principios del siglo pasado y los sitúa en esta población en dos periodos históricos: al principio en época de Primo de Rivera y después en el mismo tiempo cronológico en que el escritor redacta las obras. En ambos casos Tomelloso aparece de manera inequívoca en la descripción de sus calles y de personajes singulares verídicos y reconocibles que se entremezclan con otros inventados. En sus páginas queda reflejo de usos sociales y dichos populares locales que componen un relato costumbrista que sirve de soporte a la vida del policía municipal.

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Los personajes televisivos Plinio y don Lotario.

Probablemente esta etiqueta de género policiaco y a la vez costumbrista pudo servir a los dirigentes gubernamentales como aliciente para pensar en un valor añadido de Plinio. Al fin y al cabo se buscaba un producto válido para el grupo mayoritario del país, sin mostrar conflictos internos graves, pero conteniendo cierto reflejo de la sociedad a la que se quería dirigir. Además, en esos momentos ya había una serie televisiva de gran éxito como “Crónicas de un pueblo”, que ofrecía una visión amable, en clave de comedia, sobre la vida cotidiana en un pequeño pueblo de Castilla.

No resulta difícil, por lo dicho, pensar en un proyecto en el que todos los implicados depositaron sus expectativas. Y así lo atestiguan informaciones y entrevistas de la época en la prensa. También el noticiario oficial NODO incluyó un pequeño reportaje en su edición de 22 de agosto de 1971, donde se refleja en entusiasmo de la población (desde jóvenes pidiendo autógrafos a los actores, hasta personas mayores curioseando durante el rodaje) y se pondera tanto a García Pavón como a la producción cinematográfica.

Por esto nada hacía presagiar que, tras unos meses de espera, el preestreno en el cine Principal de Tomelloso supusiera un jarro de agua fría para los espectadores, que habían ido a la sala buscando algo totalmente diferente a lo que hallaron en la pantalla. Aunque el desconcierto cundió por la población, muchos albergaban la esperanza de que los capítulos inéditos reservados para la emisión televisiva pudieran paliar el despropósito inicial.

En marzo de 1972 se inició la emisión de Plinio en TVE, por supuesto en horario estelar. Pero los primeros capítulos no hicieron sino exacerbar el descontento popular en Tomelloso. No fueron pocos los que sintieron ultrajada la imagen del pueblo y expresaron que mejor hubiera sido permanecer en el anonimato, antes que aparecer en toda España de aquella manera tan vergonzante.

Además, la crítica fue contundente desde el principio con la serie. Enrique del Corral, el crítico de ABC se lamentaba (19-3-1972), entre otras cosas, de que los guiones de la serie no  habían sabido captar el espíritu de la obra original. No obstante, el mismo crítico fue un poco más condescendiente en su crítica de 16 de abril de 1972.

Tampoco los dirigentes gubernamentales comunicaron a los responsables de TVE su aprecio por la serie, sino al contrario, según rememora Luis Angel de la Viuda en ABC (2-2-2015). Probablemente, el resultado inicial no era el esperado, ni por la forma, ni por el fondo. Respecto a la forma, porque la primera serie de TVE rodada en color se mostraba inadecuada para las pantallas de televisión: al haber abusado de escenas nocturnas y con poca luz el resultado era una dificultosa visión en televisores de 20 pulgadas en blanco y negro.

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Fotograma de El charco de sangre.

Respecto al fondo, si se había buscado un costumbrismo más o menos amable, salpicado con un crimen, algo así como una obra de Agatha Christie con “gente parda” de la meseta, la realidad era diferente y desde luego discordante con la imagen de país que se estaba buscando, esa idea más o menos de España oficial que se quería transmitir. No hay que deducir mucho sobre dónde pudo arrancar el disgusto. Basta con leer al director de la serie respecto a lo que quiso mostrar: "en estos relatos, muchas veces terribles, había material suficiente para trasladarlos al cine, o mejor, a la televisión, procurando reflejar en imágenes esa España negra y profunda -implacable crónica de costumbres en tremendos relatos policíacos-...”

Dejando aparte la perspectiva de los responsables del canal televisivo, del director de la serie que también acabó reconociendo cierta decepción tras la mala acogida- o del propio García Pavón, merece la pena detenerse en los motivos para el rechazo en Tomelloso. Estos no tenían soporte tanto en razones literarias o de lenguaje cinematográfico, como en la imagen que daba una obra de ficción que los tomelloseros no conseguían separar de su realidad. Porque Plinio era el jefe de policía de Tomelloso, la acción se desarrollaba de modo reconocible en lugares ciertos de la ciudad, había alusión directa a muchas personas reales convertidas en personajes de la obra y para más hincapié en los créditos de la serie aparecía una referencia al pueblo de Tomelloso.

Revisando la serie hay aspectos que hoy seguramente son objetables para el tomellosero de hoy, como la mala calidad de la ciudad urbanizada, o el “descuidado” aspecto de muchas casas conforme a los criterios presentes, aunque para entonces fuera estado aceptable. Sin embargo, no creo que esto enfadase mucho entonces, ya que era normal encontrar calles de tierra o sin acerado incluso en capitales como Madrid.

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Fotograma de El carnaval, al principio de la calle Lepanto.

Hemos de ver en otro lado el descontento de los habitantes. Quizá, en primer lugar, el ofrecer en las historias una recopilación de personajes de la España negra rural, como si Tomelloso concentrase esa caterva de criminales en una proporción elevadísima. El miedo a ver vinculado el nombre de la ciudad con sucesos sangrientos y personajes de baja estofa, estuvo rondando varios años por los habitantes de este pueblo.

Por otro lado, el retrato de esos criminales está ligado a condiciones de vida miserables, algo que además quería destacar el director y a lo que se sumó de manera decidida el director de fotografía. Como resultado las localizaciones buscadas incluían desmoronados cuartillejos, posadas en estado de ruina, callejuelas sin urbanización alguna y una luz tenebrosa en la noche, como si la luz eléctrica sólo brillara por su ausencia.

Tal vez los espectadores se vieron desconcertados con razón, por una falta de contextualización temporal de la serie. Si los hechos reales habían ocurrido en las primeras décadas del siglo anterior parecería normal que la descripción novelesca recogiera por, ejemplo, unos crímenes relacionados con carreros. Sin embargo, resultaba totalmente desconcertante ver en una película ubicada en el tiempo presente (años 70), donde lo mismo aparecía un coche deportivo último modelo por la plaza, que un fotograma con una visión del mercado municipal de Tomelloso, lleno de carros, inspirado en la célebre postal del mercado de la plaza en los años veinte. No parecía lógico, que si en la serie Plinio tenía un Seat 600 recién matriculado, luego fuera a ver como llegaba a la plaza un “carro vacío” desvencijado. También resultaba chocante un vestuario claramente setentero, como el que aparecía en “Fusiles en Tampico”, con una caracterización de otros personajes en blusa y boina (pienso en el joven discapacitado psíquico de “El charco de sangre”) o en un luto riguroso de pañuelos en la cabeza, mandiles y zapatillas radicalmente “old fashion”, tal como los que lucen los personajes en la escena del cementerio de “Los carros vacíos”.

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Fotograma de Los carros vacíos.

Hoy esta falta absoluta de contextualización, y esa carencia más que evidente de un director artístico con destreza y presupuesto suficientes, causaría hilaridad porque la separación del tiempo confirma por sí sólo el disparate. Pero entonces esa mistificación podía ser tomada como real por espectadores urbanos, acostumbrados a personajes rústicos que aparecían caricaturizados con el sambenito de rústicos de pueblo en infinidad de películas.

Curiosamente, nadie ha reparado en el desfase sociológico que mostraba la serie. Como se sabe, el final de los años sesenta supuso un periodo de rápida modernización en nuestra sociedad, de modo que las costumbres y el modo de pensar evolucionaban con la misma celeridad que lo estaban haciendo las nuevas viviendas o la motorización en las calles. No era sólo que de repente todos los agricultores tuvieran tractor y coche y que sus familias vieran en televisión “Estudio 1” o “Un millón para el mejor”, sino que su modo de vida estaba evolucionando al compás de los nuevos tiempos.

Por eso, unos relatos de historias viejas ocurridos medio siglo antes y recreados en los años sesenta en un pueblo habían pillado totalmente con el paso cambiado no sólo al autor de la obra, sino al equipo de realización de la serie. Estaban pensando en un mundo que ya no existía o se estaba desvaneciendo. Era querer reducir la población a una sociedad de hombres con boina y vida de casino, cuando el espectro social era mucho más extenso, más refinado y más abierto a otros grupos. Por ejemplo, los jóvenes se relacionaban de nuevos modos (el guateque), o escuchaban canciones absolutamente rompedoras con lo anterior. Pensemos que a fines de los sesenta habían sido éxito musical Joan Manuel Serrat con “Cantares”, Fórmula V con “Cuéntame”, o Lone Sart con “Mi calle”, aparte claro está de Karina, Salomé o Los Payos.

Sin duda los jóvenes vivían en un sistema de escolarización básica casi generalizada, donde el acceso a mayores niveles académicos se estaba incrementando. Esos jóvenes escuchaban nuevos estilos musicales (música pop) y vestían con arreglo a fenómenos de moda que ya empezaban a universalizarse con los vaqueros, o la minifalda, por citar dos ejemplos.

En definitiva las gentes de Tomelloso tuvieron muchos motivos para no reconocerse en el espejo de la serie, sino al contrario, sentir rechazo hacía un postizo tan irreal y desfasado. Las historias televisadas estaban muy alejadas de su contexto real, pero pretendían hacerse pasar por reales, o así fueron percibidas. Este sin duda fue el gran problema.

Luego, el tiempo colocó a la serie en el olvido, hasta que fue rescatada para el vídeo en 2012. Entonces los nuevos y los antiguos espectadores de Tomelloso percibieron la serie con la distancia que había puesto en medio un plazo de cuarenta años. Un lapso suficiente para que la diferencia entre la ficción y lo real quedase realmente delimitada, sin que hubiese ninguna posibildad de confusión. El horizonte alejado mermaba importancia a si los carros circulaban o no por las calles de Tomelloso en tiempos de la filmación, o si los crímenes de la película era reales o inventados. En definitiva, Plinio quedó reducido a una serie de ficción que se mueve ya en un mundo totalmente diferente al de hoy. Quizá por esta visión desapasionada la serie quedó reducida a una fantasía de no resaltable calidad.

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Fotograma de escena rodada en la calle doña Crisanta, para el capítulo de Las hermanas coloradas.

Al mismo tiempo, al igual que cuando se rescatan fotografías de antaño, Plinio casi medio siglo después ofrece una visión diferente: una imagen urbana reconocible, pero muy cambiada por nuevos diseños de plazas y bloques de pisos que sustituyen a casas de factura tradicional manchega. Aparecen personas identificables que ya ha desaparecido y jóvenes que han enfilado los sesenta años. Son los restos de historia que nos brinda una película rodada en nuestra ciudad, y que destacan entre la bruma que va extendiéndose en nuestra memoria.


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