Que la cueva de Víctor Nieto y Marisa Montaña es bien aprovechada lo demuestran las numerosas firmas y dedicatorias. Las hay también en latín y en alemán, estampadas en la tinaja del gasto. “Toco la historia, huelo el tiempo, veo el trabajo, oigo el pasado y saboreo la amistad”, escribió alguien en una frase que encierra muchas verdades sobre el encanto y esencia de estas singulares construcciones que hicieron grande a Tomelloso.
Nos acompaña la propietaria anterior, Lola Bernardino, madre de Víctor, y su marido Pablo que nos reciben exquisitamente y con los que compartiremos un vino, risas y amena conversación. La familia pasa el verano en esta casa y los propietarios decidieron arreglar una cueva de principios del XX. “Estaba intransitable y nos animamos a arreglarla respetando los elementos colores originales que tenía”, explica Marisa. La visita es más numerosa de costumbre porque además del equipo habitual que formamos junto a José María Díaz y Ana Palacios, nos acompañan Manolo Casero y Jesús Andújar, de la Asociación de Amigos de las Cuevas de Tomelloso; Pilar Díaz, Miguel Ángel Plaza y Agustín Alberca.
Bajamos por una recta y larga escalera que se ha revestido con un terrazo grisáceo, al igual que el suelo de la cueva que le da un bonito aspecto. A las paredes se les ha dado un proyectado de cemento y pintura blanca. En lo que fue una fresquera se conserva un caldero de cobre y por arriba, la escalera está abovedada con un arco de medio punto. Su rasgo más distintivo es que es una cueva redonda en todos sus niveles: las ocho tinajas, o más bien las siete y media que decían los primeros propietarios al ser la del gasto de menor capacidad, están colocadas circularmente; el empotre también presenta una forma esférica, algo que nos hemos visto en las casi ciento sesenta cuevas que hemos visitado, y más arriba encontramos el desgarre circular de la cueva por donde introdujeron las tinajas de barro. Posteriormente fueron de cemento y son de unas cuatrocientas arrobas de capacidad, aunque José María Díaz explica que el cálculo se hacía por el sistema 3,1416, el famoso número Pi de las matemáticas, “y siempre se solía redondear la capacidad de las tinajas”.
Las tinajas están separadas por unos rabos estriados pintados en blanco, añil y detalles amarillos que conforman un elegante cromatismo. Llama la atención el techo que presenta una supeficie irregular porque está en la pura tosca. Leemos más dedicatorias en la tinaja del gasto: “las cuevas mantienen la temperatura y nosotros mantenemos la amistad” otra muy curiosa que forma la palabra cueva en vertical si tomamos la primera letra de cada palabra:
Creando
Una
Estancia
(para)Visitas
(de) Amigos
Víctor insiste en que la cueva está pensada “para compartir con la familia y amigos y darle vida”. Al final, José María y Ana Palacios también se animan a firmar en esa tinaja llena de frases sabias y sentimiento tomellosero. Acabamos compartiendo ese vino y brindis en un día de septiembre caluroso en el que todavía se agradece la frescura de la cueva. Mucho más la hospitalidad de una familia con la que hemos pasado una agradable velada en otra joya del subsuelo de Tomelloso.
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