Llevo
toda la semana pensando en la moraleja de la fábula del junco y la rama que
Ciri me contó durante el último café. En aquel momento me quedó meridianamente
clara la idea, pero se me ha ido emborronando con el paso de los días. He
pensado seguir insistiendo a mi amigo sobre el tema.
Se me ha
adelantado, ha tomado posesión del lugar de encuentro y como es amante del
mantenimiento de usos y costumbres, como todos los humanos, me apostilló un
día, ocupa su silla de los viernes en el
lugar pertinentemente eterno. Ha debido verme llegar a través de las vidrieras,
porque no se sorprende con mi llegada por la espalda. Sus “buenas tardes” con
la sonrisa espontánea así lo confirma.
Ocupo
también mi lugar preferido, antes de sentarme saco un folio del bolsillo del
pantalón, en él tengo anotados unos apuntes interesantes para contrastar con el
compañero.
He de
esperar la resolución de dudas a que el servicio de los cafés y magdalenas esté
completado y haya sido condecorado con el beneplácito de mi amigo, en ello
estamos en este momento.
—Te veo
algo inquieto esta tarde o me lo hacen los ojos, —pregunta de modo indirecto
mientras remueve la taza.
—No, en
absoluto, —respondo y detengo mi atención mirando la esponjosidad del alimento
sabroso, que tengo delante en un empeño por disimular.
—«A
otro perro con ese hueso», —responde el colega achinando los ojos para
agudizar la mirada, y marcando media sonrisa— ¿no ves que te conozco mejor que
la señora que te dio a luz? Tú traes algo, que te inquieta, en el buche.
«Me tiene
calado el compañero», pienso mientras se me queda aspecto de lelo. Es muy
cierto que no puedo disimular nada. En los carnavales me conocen hasta por los
andares, no me valen de nada los disfraces. De todos modos, Ciri es amigo del
alma y no tiene malicia, pero por el contrario sí disfruta con el papel de
guindilla.
—Vale, he
de darte la razón, agudo psicólogo de café, —le reconozco con una reverente
inclinación de cabeza al modo tibetano—. El viernes pasado quedé convencido con
la máxima de la fábula que me narraste. Sin embargo, he continuado pensando a
lo largo de la semana y me han surgido varias dudas importantes que necesito
contrastar contigo.
—¡Muy
bien! Eso de pensar es indispensable. Ya lo dijo el insigne Manolo, para los
amigos, (Emmanuel Kant allá por el siglo XVIII) «Sapere aude», en español,
«Atrévete a pensar», —aplaude pausadamente Ciri simulando ser un profesor de
Filosofía India, con cara de juez flatulento.
Tengo que
reírme aún a sabiendas de que es cierto lo que dice el amigo, pero con ese
aspecto circunspecto no hay quien aguante.
—No me
hagas reír, compañero, que es muy serio lo
que quiero decirte. Atiende —desdoblo el folio que había dejado sobre la mesa y
continúo—: Si es aconsejable la actitud del “junco” de la fábula en la
actividad humana diaria, coincide plenamente con la doctrina de la Resignación
que tantos años y tantos predicadores de la religión Cristiana han gritado
desde los pulpitos antes, y desde los micrófonos ahora: Los sufrimientos que
soportas en esta vida, debes aceptarlos como venidos de la voluntad de Dios; Él
quiere que tú los soportes humildemente,
que no te rebeles contra su designio, para cuando mueras pueda
premiarte con la vida eterna en el
cielo.
Ciri me
mira casi sin parpadear, solo ha tomado un sorbo de café y una porción de la magdalena.
Escucha muy serio mi planteamiento, lo observo. No comienza ningún gesto de
intervención en la charla, lo cual aprovecho para echarle una mirada al folio y
continuar.
—Karl
Marx, en su libro “Crítica de la
filosofía del estado de Hegel”, acusaba al cristianismo calificándolo como “Opio
del pueblo” porque predicaba la resignación ante el mal y los injusticias
con promesas futuras, casi siempre ilusorias, que a saber si se cumplirían;
mientras tanto se sometían a las voluntades explotadoras de los burgueses
dueños de la industria y las empresas. Es calcada la actitud de nuestro junco,
que se deja domeñar por la fuerza arrolladora de la tormenta con la ilusión, no
con la certeza, de poder levantarse cuando pase el tifón.
Mi
compañero ha cambiado el semblante, ahora no se siente seguro de la fuerza de
convicción de la fábula porque, aparentemente ausente mastica y deglute un
trozo de magdalena, lentamente toma la taza, la acerca a los labios y escasamente
se los moja. Mantiene la vista en la mesa, luego la vuelve a mí y por fin
responde:
—¡Leches,
compañero, me has noqueado! No sé qué responderte. Mira que soy cristiano e
intento vivir de acuerdo con mis convicciones, pero debo ser sincero y
reconocer que necesito pensar detenidamente el planteamiento que acabas de hacerme.
Incluso me vienen en estos momentos unas palabras, subrayando lo que explicas,
que se me quedaron en la memoria un día en la iglesia leyendo un texto de
Isaías, si no me falla la memoria decía : «Fue oprimido, y él se humilló y
no abrió la boca. Como un cordero al degüello era llevado, y como oveja que
ante los que la trasquilan está muda, tampoco él abrió la boca…»
—Amigo y
compañero, sabes que no es mi intención arrollar con argumentos, pero sí
plantear dudas para seguir profundizando y buscando más resultados, —le digo a
mi circunspecto acompañante que me responde:
—Si te
parece bien, esta semana durante algún rato de holganza pensamos y buscamos
textos, opiniones o autores para salir de la disyuntiva: resignación o actitud
inteligente para salir de situaciones conflictivas, ¿te parece bien?
—Dicho
queda, —respondo a Ciri.
Salimos
de la cafetería pensativos, tanto que nos sorprende una voz a nuestra espalda
que dice:
—Queridos
y asiduos clientes, me parece que se les olvida algo.
Vuelvo la
cabeza en décimas de segundo pensando que habíamos dejado algo sobre la mesa,
pero no…, era el señor camarero que nos recordaba que la cuenta estaba sin
pagar. Los dos echamos la mano al bolsillo reconociendo nuestro despiste e
intentando remediarlo.
—Con uno
que abone la consumición me basta, —concluye el camarero con su sonrisa
condescendiente y un “gracias, señores”.
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Viernes, 22 de Noviembre del 2024
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