Opinión

Disyuntiva: Ciri o Karl Marx

Joaquín Patón Pardina | Sábado, 14 de Septiembre del 2024
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Llevo toda la semana pensando en la moraleja de la fábula del junco y la rama que Ciri me contó durante el último café. En aquel momento me quedó meridianamente clara la idea, pero se me ha ido emborronando con el paso de los días. He pensado seguir insistiendo a mi amigo sobre el tema.

Se me ha adelantado, ha tomado posesión del lugar de encuentro y como es amante del mantenimiento de usos y costumbres, como todos los humanos, me apostilló un día,  ocupa su silla de los viernes en el lugar pertinentemente eterno. Ha debido verme llegar a través de las vidrieras, porque no se sorprende con mi llegada por la espalda. Sus “buenas tardes” con la sonrisa espontánea así lo confirma.

Ocupo también mi lugar preferido, antes de sentarme saco un folio del bolsillo del pantalón, en él tengo anotados unos apuntes interesantes para contrastar con el compañero.

He de esperar la resolución de dudas a que el servicio de los cafés y magdalenas esté completado y haya sido condecorado con el beneplácito de mi amigo, en ello estamos en este momento.

—Te veo algo inquieto esta tarde o me lo hacen los ojos, —pregunta de modo indirecto mientras remueve la taza.

—No, en absoluto, —respondo y detengo mi atención mirando la esponjosidad del alimento sabroso, que tengo delante en un empeño por disimular.

—«A otro perro con ese hueso», —responde el colega achinando los ojos para agudizar la mirada, y marcando media sonrisa— ¿no ves que te conozco mejor que la señora que te dio a luz? Tú traes algo, que te inquieta, en el buche.

«Me tiene calado el compañero», pienso mientras se me queda aspecto de lelo. Es muy cierto que no puedo disimular nada. En los carnavales me conocen hasta por los andares, no me valen de nada los disfraces. De todos modos, Ciri es amigo del alma y no tiene malicia, pero por el contrario sí disfruta con el papel de guindilla.

—Vale, he de darte la razón, agudo psicólogo de café, —le reconozco con una reverente inclinación de cabeza al modo tibetano—. El viernes pasado quedé convencido con la máxima de la fábula que me narraste. Sin embargo, he continuado pensando a lo largo de la semana y me han surgido varias dudas importantes que necesito contrastar contigo.

—¡Muy bien! Eso de pensar es indispensable. Ya lo dijo el insigne Manolo, para los amigos, (Emmanuel Kant allá por el siglo XVIII) «Sapere aude», en español, «Atrévete a pensar», —aplaude pausadamente Ciri simulando ser un profesor de Filosofía India, con cara de juez flatulento.

Tengo que reírme aún a sabiendas de que es cierto lo que dice el amigo, pero con ese aspecto circunspecto no hay quien aguante.

—No me hagas reír, compañero,  que es muy serio lo que quiero decirte. Atiende —desdoblo el folio que había dejado sobre la mesa y continúo—: Si es aconsejable la actitud del “junco” de la fábula en la actividad humana diaria, coincide plenamente con la doctrina de la Resignación que tantos años y tantos predicadores de la religión Cristiana han gritado desde los pulpitos antes, y desde los micrófonos ahora: Los sufrimientos que soportas en esta vida, debes aceptarlos como venidos de la voluntad de Dios; Él quiere que tú los soportes humildemente,  que no te rebeles contra su designio, para cuando mueras pueda premiarte  con la vida eterna en el cielo.

Ciri me mira casi sin parpadear, solo ha tomado un sorbo de café y una porción de la magdalena. Escucha muy serio mi planteamiento, lo observo. No comienza ningún gesto de intervención en la charla, lo cual aprovecho para echarle una mirada al folio y continuar.

—Karl Marx, en su libro  “Crítica de la filosofía del estado de Hegel”, acusaba al cristianismo calificándolo como “Opio del pueblo” porque predicaba la resignación ante el mal y los injusticias con promesas futuras, casi siempre ilusorias, que a saber si se cumplirían; mientras tanto se sometían a las voluntades explotadoras de los burgueses dueños de la industria y las empresas. Es calcada la actitud de nuestro junco, que se deja domeñar por la fuerza arrolladora de la tormenta con la ilusión, no con la certeza, de poder levantarse cuando pase el tifón.

Mi compañero ha cambiado el semblante, ahora no se siente seguro de la fuerza de convicción de la fábula porque, aparentemente ausente mastica y deglute un trozo de magdalena, lentamente toma la taza, la acerca a los labios y escasamente se los moja. Mantiene la vista en la mesa, luego la vuelve a mí y por fin responde:

—¡Leches, compañero, me has noqueado! No sé qué responderte. Mira que soy cristiano e intento vivir de acuerdo con mis convicciones, pero debo ser sincero y reconocer que necesito pensar detenidamente el planteamiento que acabas de hacerme. Incluso me vienen en estos momentos unas palabras, subrayando lo que explicas, que se me quedaron en la memoria un día en la iglesia leyendo un texto de Isaías, si no me falla la memoria decía : «Fue oprimido, y él se humilló y no abrió la boca. Como un cordero al degüello era llevado, y como oveja que ante los que la trasquilan está muda, tampoco él abrió la boca…»

—Amigo y compañero, sabes que no es mi intención arrollar con argumentos, pero sí plantear dudas para seguir profundizando y buscando más resultados, —le digo a mi circunspecto acompañante que me responde:

—Si te parece bien, esta semana durante algún rato de holganza pensamos y buscamos textos, opiniones o autores para salir de la disyuntiva: resignación o actitud inteligente para salir de situaciones conflictivas, ¿te parece bien?

—Dicho queda, —respondo a Ciri.

Salimos de la cafetería pensativos, tanto que nos sorprende una voz a nuestra espalda que dice:

—Queridos y asiduos clientes, me parece que se les olvida algo.

Vuelvo la cabeza en décimas de segundo pensando que habíamos dejado algo sobre la mesa, pero no…, era el señor camarero que nos recordaba que la cuenta estaba sin pagar. Los dos echamos la mano al bolsillo reconociendo nuestro despiste e intentando remediarlo.

—Con uno que abone la consumición me basta, —concluye el camarero con su sonrisa condescendiente y un “gracias, señores”.

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