Opinión

Quevedo y Ciri de acuerdo

Joaquín Patón Pardina | Sábado, 5 de Octubre del 2024
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A esta tarde de viernes se le nota ya el otoño a “ojos vistas”. Chaqueta o rebeca imprescindibles. Ambiente agradable con veinte y algunos grados, cielo plomizo con ganas de llover; mejor que no lo haga porque estamos en época de vendimia y ya se sabe que “Septiembre mojado mucho mosto, pero aguado”.

Ciri, mi amigo, viene ya raudo al encuentro del café. El paso ligero como habitúa. Saluda con la mano a un grupo de amigos sentados en el bar de la acera de enfrente. Trae un libro de buen tamaño en la mano izquierda. Nos saludamos y vamos parejos hasta la mesa de costumbre. 

El camarero haciendo gala de su educación nos saluda: 

—Buenas tardes señores, sean bien venidos. Enseguida los atiendo. Será lo de siempre ¿verdad?

—Sí por favor —respondo con tono afable.

“Obras completas de Don Francisco de Quevedo y Villegas”, leo en la pasta del libro que Ciri ha dejado sobre la mesa para despojarse de su americana, la cuida en demasía no sé si por convencimiento propio o por consejo imperioso de su señora; posiblemente tenga más fuerza esta última opción. 

La vista de la bandeja con los cafés y las magdalenas hacen que me centre en ella y olvide el libro.

Estamos en medio de la faena de degustación con los cinco sentidos, es ahí cuando Ciri comenta:

—Amigo, con lo curioso que eres no me has preguntado, para qué he traído este libro conmigo. 

—Pensé que habrías salido al parque a leer un rato en alguno de los bancos, —miento descaradamente, sé que a él le gusta leer de modo relajado, pero también concentrado; eso no lo consigue en un ambiente público.

—A Quevedo lo conoces bastante bien, me consta.

—Sí, en mi otra vida allá por el Siglo de Oro español me junté con él y algunas jarritas de vino nos echamos al coleto entre chistes y bromas, —contesto a Ciri en medio de una carcajada a riesgo de atragantarme con un sorbo de café— pues claro que conozco muchas de sus obras y desde luego es uno de mis escritores favoritos.

—Te cuento —prosigue el camarada—, a la hora de cenar acostumbro ver el telediario; junto al tenedor tengo el mando de la tele y voy saltando de una cadena a otra con el fin de observar el trato que cada empresa da a las noticias. 

—Conozco esa costumbre, incluso he de confesarte que me la has contagiado.

—La noticia trataba de modo repetidísimo de la inmigración, de las pateras que habían llegado a Canarias, la situación insostenible, los muertos que se habían producido, las acusaciones al gobierno central de no hacer caso a las demandas del autonómico, posturas de los partidos, etc. Además, se propagaba como un eco de emisora en emisora. Total, que apagué la tele con permiso de mi señora esposa. Les den mucho…, dije para mis adentros y pulsé el botón.

—Igual me pasa a mí en multitud de ocasiones, cualquier novedad concluye en disputas políticas y descalificaciones, pero… sin poner solución alguna a nada —respaldo lo que dice Ciri.

—Además me llevé un enfado de marca. Están entrando inmigrantes a Europa y a España por cualquier medio de transporte, esto es evidente para cualquier observador, pero solo son noticias con bombo y platillo los procedentes de África, parece que todos son ilegales, porque no traen un documento que acredite su identidad (algunos perdidos en medio del mar) y yo me pregunto, a los que entran por las carreteras con coches de lujo o por mar en yates multimillonarios ¿también los identifican? 

—Compañero, debes tener en cuenta que junto a esas personas africanas pueden venir terroristas o gentes preparadas para extorsionar, robar o delinquir de mil maneras.

—¿Y los traficantes de drogas y personas asentados a lo largo de la costa mediterránea no son delincuentes? Te recuerdo que en muchas ocasiones las fuerzas armadas han detenido a tal o cual individuo por orden de la interpol; se daba la gran vida a todo lujo, —replica Ciri con total contundencia e incluso elevando el tono de voz.

—Sabes bien que comparto esta opinión contigo, pero por favor no te enerves que no vas a disfrutar de nuestra tertulia.

—Harta razón llevas, amigo, con frenarme, es que me sacan de quicio estos temas y el modo de tratarlos por los políticos y medios de comunicación. Así que cambio. He traído este libro para mostraste que el gran Francisco de Quevedo fue un crítico agudísimo y que acompañaba sus diatribas con su modo tan especial de escribir. Te voy a recitar su poema: “Poderoso caballero es don dinero”, de absoluta actualidad, aunque fuera escrito en el Siglo de Oro, en el que se pueden encontrar las verdaderas razones de las discrepancias entre inmigrantes legales e ilegales

Ciri se coloca las gafas contra la presbicia, abre el libro por la señal de papel amarillo y casi sin mirar el texto, recita:

“Madre, yo al oro me humillo,

él es mi amante y mi amado,

pues de puro enamorado

de continuo anda amarillo.

Que pues doblón o sencillo

hace todo cuanto quiero,

poderoso caballero

es don Dinero.”

Nace en las Indias honrado,

donde el mundo le acompaña;

viene a morir en España

y es en Génova enterrado.

Y pues quien le trae al lado

es hermoso, aunque sea fiero,

poderoso caballero

es don Dinero.

Es Galán y es como un oro,

tiene quebrado el color;

persona de gran valor

tan cristiano como moro;

pues que da y quita el decoro

y quebranta cualquier fuero,

poderoso caballero

es don Dinero.

Son sus padres principales,

y es de nobles descendiente,

pues que en las venas de Oriente

todas las sangres son reales.

Y pues es quien hace iguales

al duque y al ganadero,

poderoso caballero

es don Dinero.

¿Más a quién no maravilla

ver en su gloria, sin tasa,

que es lo menos de su casa

doña Blanca de Castilla?

Pero pues da al bajo silla

y al cobarde hace guerrero,

poderoso caballero

es don Dinero.

Sus escudos de armas nobles

son siempre tan principales,

que sin sus escudos reales

no hay escudos de armas dobles;

y pues a los mismos robles

da codicia su minero,

poderoso caballero

es don Dinero.

Por importar en los tratos

y dar tan buenos consejos

en las casas de los viejos

gatos lo guardan de gatos;

y, pues él rompe recatos

y ablanda al juez más severo,

poderoso caballero

es don Dinero.

Y es tanta su majestad,

aunque son sus duelos hartos,

que con haberle hecho cuartos

no pierde su autoridad.

Porque pues da calidad

al noble y al pordiosero,

poderoso caballero

es don Dinero.

Nunca vi damas ingratas

a su gusto y afición,

que a las caras de un doblón

hacen sus caras baratas;

y, pues les hace bravatas

desde una bolsa de cuero,

poderoso caballero

es don Dinero.

Más valen en cualquier tierra

(mirad si es harto sagaz)

sus escudos en la paz

que rodelas en la guerra.

Y pues al pobre le entierra

y hace proprio al forastero,

poderoso caballero

es don Dinero.” (1)

(1) Tomado del libro: “Francisco de Quevedo, Obras Completas”. Editorial: Aguilar, Año 1966


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