Opinión

Esclavitudes políticas

Fermín Gassol Peco | Miércoles, 16 de Octubre del 2024
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"Si hubiera una nación de dioses, estos se gobernarían democráticamente, pero un gobierno tan perfecto no puede ser adecuado para los hombres". (Rousseau). Tan elevado era el concepto que este filósofo suizo mantenía del mejor sistema político como dudoso aprecio hacia sus protagonistas y destinatarios.

Mucho se viene opinando de “la clase política”, de la talla de nuestros representantes políticos, de las promesas incumplidas, de muchas decisiones a veces incomprensibles y contrarias a la lógica más elemental. Pero no es frecuente encontrar críticas hacia “la clase ciudadana”, a las opiniones sobre nuestra calidad como votantes, sobre el nivel de exigencia requerida a quienes elegimos, ni a nuestra consiguiente responsabilidad como ciudadanos. 

Es frecuente oír frases como “tenemos lo que nos merecemos”. Bien pues la diferencia entre súbdito y ciudadano consiste precisamente en que este último es también sujeto de los derechos establecidos además de las comunes obligaciones que ambos conceptos contienen.

En el mundo de la política, en la parcela de libertad que esos derechos nos permiten, hemos de ser conscientes de que pueden existir “esclavitudes políticas” decisiones cautivas que son consecuencia del  estómago agradecido o del caliente corazón más que de la fría testa y que nos mantienen aún en situación de súbditos por torpes intereses; alcanzar el grado de plena ciudadanía  sin restos de subyugación más o menos tangible es posible después de andar el difícil y generoso camino de la solidaridad; exige por nuestra parte un paulatino aprendizaje en lograr  independencia intelectual y formación moral es decir, evolución sociocultural porque nada existe en este mundo con vida que pueda permanecer anclado y arcaico. Nada es hoy igual que ayer ni que mañana.

El presidente Roosevelt apeló  en su día al hecho de que “una gran democracia debe progresar o pronto dejará de serlo”. Y ahí tenemos hoy sus frutos. Las democracias progresan de manera única, progresan con más democracia que es lo mismo que decir con más calidad e independencia en la capacidad de elección y calidad entre los que elegir haciendo posible la necesaria alternancia que como diría Churchill, fecunda el suelo de la democracia. Si la democracia no logra que los ciudadanos lleguemos a este grado de “cultura pública” permaneceremos es una situación de democracia dependiente, bien de pesebre  o de pasado, actuando en “contra de” más que “convencido por”; de esta manera nunca alcanzaremos un “estado de lucidez” que nos haga ciudadanos respetados y sí cautivos de nuestros prejuicios y de políticos que sabedores de esto “alivian” las faenas con discursos recurrentes, fáciles y a veces ofensivos para la razón sin esforzarse en un exigente “tiro por elevación” hacia el futuro.  

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