Opinión

A Ciri no le gusta lo negro

Joaquín Patón Pardina | Sábado, 19 de Octubre del 2024
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La cafetería, donde Ciri y yo nos encontramos los viernes, está más concurrida que de costumbre. Es posible que la causa sean las lluvias que vienen cayendo varios días seguidos. Fuera hace fresco y no es tan encantadora la terraza. Esto no impide que ocupemos el lugar tradicional.

Nuestra conversación discurre por caminos sin mayor interés, lo que se contrapone con la ilusión de compartir entre amigos un rato de charla junto al disfrutar del café. Alguna broma de mi compañero y poco más.

Ciri acaba de colocarse el segundo trozo de magdalena. Mientras lo mastica observa que han entrado varias personas más en el recinto. Disimuladamente toma datos visuales de los recién llegados. Estoy dando la espalda a la puerta y no distingo de quien se trata, tampoco la curiosidad es tan acuciante, así pues, yo a lo mío con el sorbo de café delicioso.

—Me resulta raro que vayan vestidos de ese modo, por fin nos habíamos acostumbrado a que vistieran como la gente normal —dice mi amigo, como hablando para sí mismo y con intención de que lo oiga.

Hay comentarios del compañero que no sabes por donde te entran, es tan probable que sean para incentivar una conversación como para incitar la curiosidad y que me fije en lo que pasa a nuestro alrededor, o simplemente una broma del momento. Finjo estar muy ocupado en mi menester actual y que no lo oigo.

—Así vestían antes, hubo un tiempo que normalizaron la indumentaria, pero han vuelto —insiste Ciri—, son capaces incluso de volver a la sotana.

Esta última palabra me ambienta completamente en los comentarios de mi amigo. Es meridiano que se refiere a dos sacerdotes que están en la barra. Con el mayor desinterés que puedo le respondo.

—Amigo Ciri, que vistan como quieran, la gente somos libres de ponernos encima lo que nos parezca bien, mientras no molestemos al resto de ciudadanos…, qué más da.

—Conforme contigo, pero me da en la nariz que estas personas están retrocediendo en el tiempo, en mentalidad y en conocimientos. Además, no tienes más que observar el color del cabello de la gente un domingo en la celebración de alguna misa: la gran mayoría peinan canas. Imagínate dentro de unos años cuando esas personas se hayan ido al otro mundo; las iglesias se van a quedar para almacenar polvo.

Esto último lo comenta mi compañero sin tono agrio de crítica, más bien como sintiendo pena por el futuro, que él presiente no muy lejano.

—Nunca se sabe, ellos verán —le respondo porque no me interesa entrar en discusión sobre este tema, he tenido ocasiones de dialogar con ellos, pero es tal su cerrazón mental, que es imposible intentar una conversación sin que impongan ex cathedra. Viven el dogma doctrinal y su anclaje histórico y literario como algo intocable.

—Pues en este tema de “nuestra religión” yo soy optimista, creo que va a cambiar la cosa, es más, ya lo está haciendo —contrapone Ciri.

—Ya me dirás cómo.

—Solo te voy a citar unos ejemplos que tú conoces. ¿Has observado el auge y la fortaleza que están tomando las cofradías y hermandades? ¿Has visto qué procesiones con un colorido propio del Arco Iris y una belleza sin igual con flores y ornamentos? Mujeres y hombres de cualquier estrato social colaborando hombro con hombro, dentro o fuera de la carroza con su paso, compitiendo con los de Sevilla o Málaga. Es impresionante, a mí me emociona y los ojos se me inundan al contemplar tanta belleza.

—Sí Ciri, recuerdo que un día me dijiste que te gustaba procesionar. Que alguno de estos desfiles religiosos te impactaba hasta dejarte en trance.

—Cierto. Ya estoy afiliado a una cofradía, quería haberlo hecho en dos o tres, pero me han aconsejado que solo lo haga en una, la que más me llene, porque no podría desfilar en las demás; piensa, me dijeron, que muchas de ellas procesionan juntas varios días de Semana Santa y sobre todo, porque se hace equipo e incluso se rivaliza con las otras en la seriedad del desfile, banda de música, vestimentas de los cofrades, decoración del paso, etc.

—Compañero no te veo yo inmerso en esa tormenta de preparativos, competición y demás trapicheos. Tú eres más bien para vestir tu hábito, túnica o vestidura propia de la hermandad, empuñar tu báculo dorado y desfilar solemnemente bien estirado.

Ciri me mira serio en este momento, la incógnita de su cara me dice que duda si mi alocución va enserio o tiene sustrato de rechifla. Le devuelto una mirada seria confirmando que no aporto ni un atisbo de ironía. 

Creo que lo he convencido, porque termina con el último bocado de magdalena y prepara el penúltimo sorbo de café. Todavía mastica cuando me pregunta.

—¿Estás seguro de que no me envidiarás, cuando me veas procesionar con todo empaque junto a los otros miembros de la hermandad? Mira que te conozco y sé que te gusta participar en eventos populares, imagínate en estos que los hacemos impresionantes.

—Ciri, lo siento, sabes que no me deleitan en demasía las procesiones… Me ronda la mente una pregunta, ¿permites hacértela?

—Esto de pedirme permiso me alerta las neuronas, pero como soy valiente,  dispara, —lanza el compañero con total convencimiento.

—Querido amigo en tu dedicación a la cofradía y a su titular ¿te mueve tu compromiso de fe o más bien tu deleite de que te admiren los espectadores en las aceras?

Tenía el último trago de café en la boca mi compañero, al escuchar la pregunta ha estado a punto de salpicarnos a la mesa conmigo incluido. Cuando después de unas toses persistentes se ha recuperado me ha respondido con media voz arrastrada:

—De vez en cuando tienes mala leche ¿eh?

Necesito reírme y pedir disculpas por la pregunta tan inoportuna, le doy una palmada en la mano y por fin muy en serio le respondo.

—Compañero y amigo Ciri, acepto tu afirmación airada, pero no he querido molestarte, perdona mi actitud de fiscal de inquisición.

—Yo te absuelvo de tu ofensa, hijo, y en penitencia pagarás esta tarde la consumición.

Y como otras veces salimos de la cafetería riéndonos como niños de las contradicciones de la humanidad.


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