Sin darnos cuenta siempre tenemos prisa, y más cuando somos jóvenes, todo lo queremos rápido como si no fuéramos a no tener tiempo. Prisa por crecer, prisa por aprender a leer, y conocer deprisa por terminar las lecturas de los libros, y saber que sucede al final, todo es con mucha prisa, la vida la vivimos con prisa, hasta para estar tranquilos tenemos prisa. Y de aquí suelen nacer los nervios, que nos inquietan por todo lo que es mejor, tomárselo con más calma, y así le daremos al tiempo que cada cosa necesita. Yo diría que el final de las cosas, que fueron principios deprisa, es fácil que llegando a los finales de las cosas se manejen mejor que los principios. Ya que son más rotundos y verdaderos que los principios. Porque son los que son y no tienen vuelta de hoja, vivir con prisas es como buscar algo que llegara y lo deseamos, ya sin el tiempo que necesita. Y quizás no fuese lo que se buscara, en ese momento. La prisa y la paciencia es como una moneda que tiene dos caras y si la hiciéramos girar, nunca nos diría cuál es la elegida. Deberíamos darnos cuenta de que las cosas tienen su tiempo, todo, tiene un tiempo, y un espacio en la vida, un principio y un final. Es cierto que la vida nos lleva a un ritmo muy rápido por todo lo que tenemos que hacer diariamente, nos llenamos de preocupaciones, que van alterando y llenando las horas del día en pequeños logros, que para alcanzarlos sentimos la prisa. Es como si la falta de tiempo fuese el motivo. Y eso es el motivo de que muchas veces la prisa se vuelve amiga de la ansiedad, y así llegamos a sentir, que lo que estamos haciendo en este momento es un estorbo, para la próxima tarea que tenemos que hacer.
Vivir con prisa no es vivir, es sobrevivir.
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Domingo, 20 de Octubre del 2024
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