Nadie deja a los suyos a no ser qué…

Nadie levanta sus raíces si no es para…

Están las manos quietas,

el cuerpo no está cansado,

se inicia la marcha del hambre,

el emigrante deja su tierra seca.

La luna y la brújula abren camino,

una diáspora de luz y futuro.

Dejar la casa, cerrar las puertas

y llevarse la llave

que no encajará en otro cerrojo,

permanecerá colgada la pared nueva.

Atrás queda la llanura manchega,

el costumbrismo, la vid y la cueva,

cardos y viña en piedra

y el sol de la luz que calienta.

Me espera mi casa entre montañas,

barrancos que arrastran agua seca

y la pegajosa humedad

que de la mar me llega.

II

Abandono mi juegos,

la noria y la higuera,

el palo y el aro

y la pelota entre cuatro piedras.

Mi muñeco, un viajero emigrante,

abrigo de cuadros y franela

que monta en el viejo juguete,

de latón es la viajera.

Es la ciudad de la luz,

nuevo candil en mi cueva

olvido el mosto y la negrura

son manos que engarzan las piezas.

Aquí hay romero,

mucha encina y adelfa

no hay grano de oliva

ni racimo de uva fresca.

Ya luce el candil en la casa nueva,

ya está llena la olla

y la cama hecha.

Ya ruedan los juguetes

y está peinada la muñeca.

Es la carta de mi primo de Ibi

dónde todo esto me cuenta.