Cierren los ojos. Elijan a cualquier persona de su entorno,
de su familia, de sus amistades. Piensen en su vida, en su trayectoria, ¿pueden
verla? ¿la tienen?
Ahora, háganlo eliminando a los médicos y a los maestros que
han formado parte ella.
Con esta reflexión nos recibió mi profesor de Lingüística
española, José Sánchez Robles, en mi primera clase en la Escuela Universitaria
de Magisterio en Albacete, allá por el mes de septiembre de 1996.
Yo, como alumna obediente, cerré los ojos y traje a mi mente
a mi padre. Una vez oída la pregunta de mi profesor, recuerdo que mi rostro
esbozó una sonrisa, y supe, en ese mismo instante y a mis 18 años, que estaba
en el lugar exacto e idóneo para ser en la vida lo que deseaba ser con todas
mis fuerzas: maestra. Y aunque lo había dado por hecho en muchas ocasiones, fue
en ese preciso segundo cuando entendí la importancia de la profesión a la que
deseaba dedicarme el resto de mi vida. Porque creo, que tanto un médico, como
un maestro, al igual que otras muchas profesiones, son imprescindibles para la
vida de cualquier persona, y uno lo es, para toda la vida.
Ahí comenzó mi pasión por enseñar, y a la vez, por aprender.
Porque lo de transmitir conocimientos a los alumnos y alumnas se da por hecho,
pero puedo asegurar que no hay día que en mi maletín de maestra no me lleve
nuevas enseñanzas de educandos y compañeros educadores.
A lo largo de mi infancia y adolescencia pude experimentar
lo que sentía un profesor al ver evolucionar a un alumno o alumna, comprobar
que conseguía metas y sumaba logros uno tras otro, aunque hubiera dificultades
en el camino. Pero también, pude sentir el orgullo de percibir el
agradecimiento perpetuo de pupilos hacia un profesor, y no solo por enseñarles
contabilidad, cálculo mercantil o acompañarlos en unas prácticas de oficina,
sino por transmitir valores y un saber estar que, por desgracia, se echa mucho
de menos hoy en día.
Yo lo tuve fácil. Mamé la vocación docente desde la cuna,
pero fue al convertirme en educadora cuando realmente entendí su significado.
Comencé como maestra de adultos, por primera vez sentí que mi trabajo tenía un
impacto real en aquellos agradecidos estudiantes, pero no sabía que una llamada
me obligaría a dejar atrás todo lo conocido:
—Mañana te esperan en el CEIP Badiel de Guadalajara. Se te
ha otorgado una sustitución para 15 días.
Y que, en ese momento exacto, tengas que hacer la maleta y
dejar todo lo que tienes entre manos porque comienza una nueva etapa en tu
vida… Todo ello, y tras
los 19 años que han transcurrido desde entonces, no ha
cambiado la idea que tuve en aquel ya lejano 1996: tengo la profesión
vocacional más bonita y gratificante del mundo.
Un mundo que necesita maestros y maestras que tengan en su
pensamiento la idea de mejorar cada día. Tenemos en nuestras manos trozos de
arcilla por moldear deseosos de coger forma. Una forma que los prepare para un
mundo duro, ambicioso, deseoso de valores y buenas personas. Personas que sean
capaces de ver la hermosura de un cuadro de Degas o de sentir la pasión de
Gustavo Adolfo Bécquer con la vuelta de sus golondrinas. Seres humanos deseosos
de aprender, de esforzarse, de ser buenos compañeros, de conocer la cultura del
esfuerzo, para lograr ser excelentes profesionales en lo que les atraiga y,
sobre todo, que les haga feliz.
Hoy celebramos el Día de la Enseñanza. Un día para hacernos
meditar a educadores y familias qué es lo que queremos para las futuras
generaciones. Pero no para el mañana, sino para el hoy. Porque esos pequeños ya
están en nuestras manos, y en sus pequeñas manos está el presente y el futuro
de un planeta que nos necesita a todos. Con buena formación, con valores
férreos y con valentía, mucha valentía, para enfrentarse como David a Goliat
ante las adversidades que el devenir traerá.
A mi padre. A mi hermano. A Antonio. Docentes de vocación y
corazón.
MARÍA VICTORIA GARCÍA OLMEDO
15 DE NOVIEMBRE DE 2024. DÍA DE LA ENSEÑANZA EN CASTILL
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Lunes, 18 de Agosto del 2025
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