Opinión

Las paredes, testigos de nuestras vidas

Fermín Gassol Peco | Domingo, 8 de Diciembre del 2024
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Aquellos lugares que habitamos a diario, espacios que permanecen enmudecidos, sin hablar a nuestro lado, vacíos que sin darnos cuenta nos limitan, ellos mismos son los que marcan todos nuestros momentos de la vida. Y las paredes son esos límites concretos e invariables entre las que hacemos y deshacemos el día a día.

Las paredes sois algo mucho más importantes que unos muros, sois las que nos acogen, nos ubican y nos miden, quienes, a modo de discretas secretarias, reflejáis lo que sucede sin dejar en vuestros lienzos nada escrito.

 Vosotras las paredes sois las confesoras de todos los secretos de la vida; quienes escucháis silenciosas nuestras frases, las que guardáis nuestros mayores y profundos compromisos.

Quienes sabéis de la rectitud de nuestras obras, pensamientos y deseos, que en la soledad de una morada los tenemos por veraces y sinceros.

Vosotras sois las que asistís a los gozos y a las sombras en las celdas de presidios y conventos; quienes sabéis si el abrazo entre un hombre y una mujer es amor o es puro instinto; si es verdad lo que se dicen mientras yacen o se trata de un comercio clandestino de un amor retribuido...o peor, prostituido.

Las que alegres, despedís a los enfermos, que tras una dolorosa enfermedad os abandonan, aquellas que os conmovéis cuando los vientres cobran vida, dando frutos, entre sudores, llantos y gemidos.

Vosotras sois como notarias que dais fe de lo tratado, de lo dicho por el médico al paciente, del consejo que unos padres dan al hijo, de tantas intimidades conyugales, de los abrazos y caricias o de casos de violencia sin sentido. 

Las que asistís en los juzgados a que algunos decidan si unos hombres o mujeres son absueltos… o en su desgracia condenados a miraros sin pedirlo. Las que sabéis si los negocios son limpios o amañados, las que tristes observáis cómo sin armas se apuñala por interés a un fiel amigo.

Las que acogéis a quienes no tienen nada más que vuestra altura, como único capital de su esperanza. Las que aceptáis ser el último refugio de quienes, cansados de vivir, dejan los sueños.

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