Los incuestionables avances técnicos que se han venido sucediendo en los últimos ciento cincuenta años, han motivado que la población deje de morir relativamente pronto al no exponer al cuerpo humano a severos esfuerzos y penurias. De esto modo, existe una relación, directamente proporcional, entre el progreso técnico y la longevidad. Bajo el paraguas del primero, ha crecido el número de personas mayores que, en un buen estado de forma, se oponen a abandonar los excesos de su juventud, expulsando del Edén a la población más joven, condenada a vivir aglutinada, en los céntricos y antiguos barrios obreros que alguna vez pertenecieron a quienes, ahora, ocupan los mejores locales de ocio, alejados de sus tranquilos residenciales.
Los jóvenes, que por definición no desean ser viejos, envidian, sin embargo, su estilo de vida, cuestionando al mismo tiempo su legitimidad. Sin progreso técnico, la ley natural se impondría y el orden restablecido los auparía a una posición social que ahora se les es vetada. Algo artificial, por tanto, parece robarles sus oportunidades y bajan los brazos en señal de protesta, ante la mirada asombrada de los últimos nacidos en los setenta del siglo pasado. No habrá oportunidad sin guerras que desintegren, de un plumazo, los avances técnicos. A las guerras, sí, a las guerras enviaban nuestros ancestros a sus ancianos en primer lugar, precisamente para preservar el orden que quedó establecido cuando un sabio señaló que el joven puede morir, pero el viejo no puede vivir. Pero eso fue antes del progreso técnico, algo que los jóvenes comenzarán a odiar en cuanto reparen en sus consecuencias, para ellos y para la natalidad.
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Miércoles, 5 de Febrero del 2025
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