Opinión

La Navidad histórica y sus sucedáneos

Fermín Gassol Peco | Lunes, 23 de Diciembre del 2024
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 “Si no existiera la Navidad habría que inventarla”. Con estas palabras se dirigía al público el director de una orquesta al término del concierto. Un deseo al que sin duda se habrían sumado muchísimas personas más, presentes y ausentes en esa sala. Sin embargo, como bien dice, la Navidad ya está “inventada”. Sucedió en un diminuto lugar llamado Belén de Judá hace algo más de dos mil años. Ese fue y sigue siendo el origen de la Navidad, de la auténtica Navidad y así la celebra el mundo cristiano desde entonces.

El término sucedáneo tiene varias acepciones. Puede hacer referencia a aquello que aparentando poseer propiedades similares, no contiene la riqueza de lo que desea parecer; también se utiliza para definir aquello que es pura imitación más o menos conseguida del objeto auténtico.

Con la Navidad sucede igual. La auténtica Navidad, la que da el auténtico contenido a la celebración de estas fechas, la fiesta de año nuevo es otra historia a la que no pretendo hacer referencia en estas líneas, es la conmemoración del Nacimiento de Jesús en un pesebre…porque no hubo lugar para ellos en la posada. Un Niño que nos anuncia la Buena Nueva de la Salvación. Un Niño que desde su inocencia, desnudez y pequeñez, nos  trae nada menos que el regalo de poder vivir eternamente. Esta es la Navidad, la original Buena Noticia que a través de los últimos veinte siglos se viene conmemorando en muchos lugares de la tierra. Los demás reclamos o focos de la Navidad no son más que bonitos y agradables sucedáneos más o menos conseguidos, muchos de los cuales resultan ser además caros reflejos de lo que no es, ni debe ser la Navidad.

Y es que, ignorando lo que dijo ese director de orquesta, parece que estamos empeñados en querer inventar la Navidad otra vez o muchas veces, quizá porque la auténtica nos parece poco atractiva o quizá también porque no hayamos descubierto en ella su verdadero sentido, que no es sino una hermosa realidad que nos traspasa y nos invita a un cambio de actitud en nosotros mismos. Tan distante de esa idea de confundir a la Navidad con un momento para inundar nuestra vida de regalos…y poco más.

Porque ese anhelante desearnos ser felices, así sin más, se convierte en un deseo etéreo, indeterminado, a veces alejado de su auténtico sentido dando paso a sucedáneos que se aproximan e imitan con más o menos acierto a esta idea y deseo original…pero que no encierran ni consiguen para nuestro desasosiego aquello que nos deseamos con tanta sinceridad. Desde la mecánica y obligada frase de desear felices fiestas o felices días, hasta otros más prosaicos deseos de felices gastos, felices comidas, mucha suerte…para los más pragmáticos…pasando por algunos impresentables anuncios políticos de autobombo que causan sonrojo en quienes los escuchan, y las más cálidas y entrañables reuniones familiares en las que se comparte, ahora sí, un sentimiento natural y afectivo de desearnos…lo mejor.  

¡Dios ha nacido. Feliz Navidad.!

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