Lo hemos visto dirigir el Concierto de Año Nuevo vienés por sétima vez, (ojalá y no sea la última). Una delicia poder presenciar la actuación de este napolitano octogenario, actual titular de la Sinfónica de Chicago, impregnando de aterciopelado sonido los valses y partituras que formaban parte del citado concierto.
Ricardo Muti; dicen de él los melómanos que es quien mejor ha manejado las dos manos dirigiendo; que después de Karajan no ha existido nadie más completo, si bien, pienso, lo dirán con el ya imposible permiso de Abbado y Maazel, fallecidos en 2014, Zubin Mehta, Daniel Barenboim, Christian Thielemann. Simón Rattle, MarissJansons, sublimes maestros de la batuta.
Confieso mi sana envidia por estos maestros, que a edades avanzadas siguen ejerciendo su vocación de una manera puntual y admirable. La experiencia contraída durante tantos años dirigiendo a las mejores orquestan del mundo, confieren a las sinfonías que dirigen una sensibilidad personal irrepetible. Ricardo Muti, hace unos días lo demostró desde el atril del Musikverein.
La vida musical de Muti supera ya los sesenta años de dedicación. Miles de conciertos en los cinco continentes, en las salas y óperas más prestigiosas... en cierta ocasión el director napolitano, dio un recital de piano en una prisión de Lombardía. Pues bien, uno de los internos, admirado por su interpretación le preguntó porque no componía música para presos y el Muti le contestó: Tiene usted razón, para entender la música clásica no hace falta ser un privilegiado social, solamente hay que tener sensibilidad, “yo solo creo en la aristocracia del alma”. La expresión, admirable por lo mucho que encierra y significa, creo que posee un calado muy profundo porque hace referencia a una síntesis de la grandeza del ser humano y a una verdad universal. Dos hombres que, a pesar de la enorme distancia existencial y quizá cultural, sintonizaron a través de la música y de su sensibilidad.
La historia del hombre siempre ha estado marcada por los estúpidos prejuicios de las insoportables clases sociales; hoy, esta arcaica mentalidad se encuentra superada en esta parte del mundo en que vivimos, pero continúa imperando igual de infame en otras partes de la tierra.
La sangre de todos los seres humanos es del mismo color e igual de valiosa porque el plasma de un paria de la India puede salvar la vida de la persona más poderosa de la tierra. Es el valor que tiene este precioso e indispensable líquido, que a pesar de lo que puedan creer algunos es el que nos iguala a todos. Es la vanidad humana la que hace creer a unos cuantos que pueden estar un milímetro siquiera por encima de los otros. La aristocracia social, esa casta imaginaria que basa la grandeza de su identidad en la de sus antepasados.
La aristocracia real es la interior, la aristocracia del comportamiento y de la sensibilidad, sobre todo en las acciones hacia los demás. Una elegancia que es meramente personal e intransferible y que no es fruto de los genes sino de la actitud de grandeza, que nace y muere con cada uno. La vida nos lo testifica; la altivez en el comportamiento de las personas nada tiene que ver con los títulos heredados que nos adornan, sino con los títulos que los demás nos reconocen. En una cárcel un preso fue capaz de captar la delicadeza de unas manos al piano y el pianista a su vez reconoció de inmediato la sensibilidad de quien lo escuchaba.
En nuestro alrededor, todos conocemos a personas que nos han ofrecido alguna vez una auténtica “tesis doctoral de elegancia y sensibilidad existencial” aunque la vida les haya puesto ante la triste barrera de la incultura, mientras que otros teniendo un folio de títulos aristocráticos no son si quiera capaces de captar la belleza de una puesta de sol en el verano, ni apreciar la grandeza de la dignidad de todo ser humano. Sí maestro Muti, la aristocracia y la grandeza no está en los apellidos sino en el alma y a ello la música y la cultura contribuyen de manera fundamental.
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Martes, 7 de Enero del 2025
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