En los últimos días,
hemos escuchado a un extinto líder político denominar al sistema de pensiones
español, «estafa piramidal». Jamás se había llegado tan lejos al atacar a la
institución más importante del Estado, la Seguridad Social. Con el ánimo de
echar por tierra semejante aberración, debiera contestarse a este exabrupto
desde cualquier rincón de opinión y, por ello, me sumo a la causa.
La Seguridad Social
gestiona las pensiones de jubilación. Su funcionamiento básico es sencillo
(hablaremos, en todo momento, del régimen general): por cada trabajador, se
aporta una cantidad mensual, denominada «cotización», la cual consta de dos
partes, la cuota empresarial y la cuota obrera. Esta contribución mensual está
ligada a la retribución del trabajador, por lo que, a mayor salario, mayor es
la contribución.
Las cotizaciones son
ingresos para la Seguridad Social y se destinan al pago de las pensiones
vigentes. Es decir, los trabajadores de hoy sufragan las pensiones de los
jubilados de hoy. Este sistema se llama «de reparto» y garantiza que las
generaciones en activo sostienen a las jubiladas.
Cotizar (aportar
mensualmente a la Seguridad Social) durante un período mínimo, genera derecho a
percibir una pensión de jubilación. Esta pensión de jubilación se calculará en
función del tiempo durante el que se han realizado aportaciones y en función,
no de la cuantía de las cotizaciones, sí de la cuantía aproximada del salario
que se ha percibido en cada momento de la vida laboral, debidamente actualizado
a la fecha en la que se produce la jubilación.
Lo anterior es uno de los
rasgos distintivos de nuestro sistema y de su generosidad: la pensión no es la
suma distribuida de las aportaciones pasadas (cotizaciones), sino que se
calcula en base a lo que se ha cobrado como sueldo, de tal manera que uno espera
recibir, como pensión de jubilación, una suma mensual, similar a su sueldo.
Este concepto se conoce como «tasa de sustitución» y es la comparación entre lo
que se recibe de pensión de jubilación y el último sueldo en activo. Esta tasa
es de las más altas entre los países desarrollados.
Consecuencia inmediata de
lo anterior: en un plazo que oscila entre los 7 y 10 años, tras jubilarse, un
pensionista habrá consumido todo lo que aportó (cotizaciones) durante su vida
laboral y, sin embargo, la Seguridad Social seguirá aportando esta pensión de
jubilación hasta el fallecimiento. El sistema es generoso y protege a los
trabajadores.
Este funcionamiento se ha
visto afectado por tensiones que tienen que ver con la demografía, en especial
con la esperanza de vida. Afortunadamente, cada vez vivimos más.
Desafortunadamente, cada vez se tienen menos hijos. Conjuntamente, estas dos
realidades motivan que haya que seguir pagando pensiones con aportaciones
(cotizaciones) que van en detrimento. Además, las cotizaciones se calculan como
una parte del salario y si estos salarios son más bajos, las cotizaciones serán
más bajas. Todo ello provoca que, con las cotizaciones, ya no sea suficiente
para pagar las pensiones de jubilación.
¿Soluciones? A corto
plazo, el parche ha consistido en transferir a la Seguridad Social el dinero
que falta, dinero que proviene de los impuestos y que, en teoría, debiera estar
para otra cosa (políticas de vivienda, fomento del empleo, educación, sanidad,
etcétera). Es decir, estamos auxiliando al sistema de reparto, inyectando
recursos externos que tienen otro destino.
A estas alturas, se
debería estar pensando en modificar el sistema de pensiones. Hasta hace pocos
años, ha funcionado aceptablemente y España era uno de los pocos países que
podía presumir de pensiones suficientes, alimentadas a través de una sola
fuente: la Seguridad Social. Sin embargo, ya no es así, por lo que debería
transitarse hacia otro sistema en el que la Seguridad Social ya no esté sola.
El nuevo sistema seguiría
siendo de reparto (trabajadores sostienen pensiones), pero la pensión se
calcularía sobre las cotizaciones realizadas, debidamente actualizadas, y la
esperanza de vida prevista (sistema de cuentas nocionales). Esto supondrá una
reducción significativa de la pensión mensual, por lo que se necesita de otra
fuente, otro «pilar», que vendría de la mano de la capitalización de cuotas
mensuales de fondos de pensiones de empresa. Naturalmente, el cambio no puede
ser inmediato y debe llevarse a cabo de manera gradual, afectando a la
población activa a partir de cierta edad.
En unos años, las
tensiones habrían remitido y los impuestos ya no serían necesarios para
sufragar el gasto en pensiones. El sistema seguiría siendo de reparto y la tasa
de sustitución no se desplomaría. Cuanto antes se lleve a cabo esta reforma,
antes acabaremos con declaraciones que no persiguen más que sembrar conflictos
y generar enfrentamientos que no nos conducen a ningún lugar deseable.
Nuestros dirigentes y los
que aspiran a serlo deben llegar a un pacto de no agresión en relación a las
pensiones y sentar las bases para que se modifique el sistema y continue con su
buen funcionamiento. Todo lo demás es estrategia electoral, dividir a la
población y desviar la atención del problema. Si, hoy por hoy, los jóvenes
tuvieran mejores expectativas en cuanto a vivienda y salario, estas proclamas
no surtirían efecto. Modifiquemos el sistema de pensiones para que los
impuestos pueden destinarse a las otras grandes políticas (educación, sanidad y
vivienda) y dejemos de hablar de «estafas», a no ser que sea para referirnos a
aquella situación en la que se conoce cuál es el camino y, por tácticas
electorales, se prefiere ignorarlo.
Ramón Castro Pérez es profesor de Economía en el IES
Fernando de Mena (Socuéllamos)
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Miércoles, 8 de Enero del 2025
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