Según la Real Academia Española, el verbo transitivo dislocar significa
sacar algo de su lugar, bien referido a un hueso o articulación y
también a un argumento.
Si algún predicado define el comportamiento del gobierno de Pedro
Sánchez considero que es precisamente su permanente disloque, es decir,
el desplazamiento del lugar donde un gobierno debería estar entre las
que se encuentra articular y procurar el correcto
funcionamiento del organismo en el que está ubicado. La etiología de
esta descolocación natural que el ejecutivo está procurando de manera
machaconamente voluntaria tiene que ver con el deseo de contentar a
partidos radicalmente opuestos en su ideología a
los que para más inri, lo único que les une es el objetivo de la
independencia. Más claro, dejar de ser españoles.
Esta dependencia permanente para la toma de decisiones, no puede
considerarse una política de entendimiento sino de claudicación al
existir intereses minoritarios, contrapuestos e imposibles dentro de la
Constitución. Esto lo entiende la persona más lega. De
ahí los continuos cambios de opinión, según dicten los socios, hecho
que se traduce en una permanente dislocación del argumento y ejercicio
político, no digamos ya del ideológico, extremo que resulta inexistente.
Un disloque que tuvo su inicio en el apoyo de BILDU, esto no lo podemos
olvidar. Un partido que no ha condenado los ochocientos asesinatos
cometidos por ETA. (Este hecho creo que descalifica a un gobierno para
criticar cualquier otra alianza que pueda darse
entre otros partidos; la razón: las muertes de inocentes).
Un disloque que tiene su continuación en la amnistía concedida a los
golpistas catalanes y que a esta misma hora son los que levantan o dejan
caer el dedo en las decisiones del ejecutivo. Un disloque que ha tenido
su más reciente y dolorosa consecuencia al
aceptar el presidente del gobierno la comparecencia de un asesino
terrorista en el Congreso de los Diputados, sede de la soberanía
nacional, para acusar sin pruebas al CNI y todo ello para satisfacer los
deseos de un partido que se declara antiespañol. Es
este caso el disloque ha llegado a un nivel donde hace pensar de
manera legítima qué interés tiene el propio presidente en mantener la
dignidad de la nación a la que representa. (Quien escribe lleva ya
pensando bastante tiempo que el único objetivo que mueve
a nuestro presidente es una venganza. La confluencia de hechos así me
lo hace creer.)
Un disloque que afecta radicalmente al valor más importante y
tradicional que ha venido esgrimiendo el partido socialista cual es la
igualdad de derechos de todos los españoles.
Un disloque que presenta además una profunda fisura entre los dos
partidos del gobierno. El rifirrafe mantenido hace unos días entre la
vicepresidenta segunda y la portavoz gubernamental, así parece que debe
ser diagnosticado por mucho que quieran aparentar
a posteriori su inexistente entendimiento. La rotura, la ruptura
política formal entre ellos y entre los demás socios independentistas,
sin embargo, no se llevará a cabo aunque el organismo esté sufriendo sus
consecuencias en cuento a su normal funcionamiento.
Pero lo tratado en estas líneas debe acabar con una pregunta: ¿ A
cuántos españoles y en qué grado les duelen en carne propia este
disloque y estas fisuras?